¿Por qué se portan mal los niños? Cuatro errores comunes en la crianza que lo explican

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Pueden dejar huellas en la autoestima, la confianza y la forma en la que el niño se relaciona con los demás

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Crianza / Freepik

Muchos padres se sienten frustrados cuando sus hijos presentan conductas desafiantes, desobediencia, berrinches frecuentes o actitudes irrespetuosas. Se preguntan qué están haciendo mal, si son ellos los responsables o si simplemente su hijo "ha nacido así". La verdad es que el comportamiento infantil no ocurre en el vacío, sino que está profundamente influido por el entorno emocional, las rutinas familiares y, sobre todo, por la manera en la que se les cría. Aunque cada niño es diferente, hay errores comunes que muchos padres, incluso con buenas intenciones, cometen sin darse cuenta y estos no solo afectan a la conducta a corto plazo, sino que también pueden dejar huellas en la autoestima, la confianza y la forma en que el niño se relaciona con los demás.

A continuación, veamos cuatro comportamientos típicos de los adultos que provocan, sin querer, que los niños actúen mal. Entender estos patrones es el primer paso para una crianza más consciente y respetuosa.

Inconsistencia en los límites y las reglas

Uno de los errores más perjudiciales, y también uno de los más frecuentes, es la falta de coherencia en la aplicación de normas. Cuando los límites cambian dependiendo del estado de ánimo del adulto, del cansancio o de la situación, el niño no sabe qué se espera realmente de él. Por ejemplo, si un día se le permite usar el teléfono antes de dormir, pero al siguiente se le castiga por hacerlo, el mensaje es confuso y genera inseguridad.

Esta inconsistencia da lugar a dos consecuencias negativas. Primero, los niños aprenden que pueden manipular la situación, buscando cuál es el momento más favorable para salirse con la suya. Segundo, se sienten inseguros porque no hay una estructura clara que les dé contención. Lejos de lo que muchos creen, los límites claros no reprimen la libertad del niño, sino que le proporcionan seguridad emocional. Saber qué se espera de ellos les ayuda a regular su conducta, a anticiparse a consecuencias y a sentirse protegidos.

Falta de atención positiva

Otro error silencioso, pero que se repite mucho en la educación infantil es prestar más atención al mal comportamiento que al buen comportamiento. En la rutina diaria, los padres suelen reaccionar con rapidez cuando el niño hace algo inapropiado, pero rara vez se detienen a reconocer cuando actúa bien, es respetuoso o coopera. Esta dinámica refuerza una idea inconsciente en el niño: "la mejor manera de que me miren es portándome mal".

Los niños necesitan sentirse vistos, valorados y validados, por lo que cuando no reciben atención positiva, buscan cualquier forma de conectar, incluso si eso implica recibir un reto. Esto puede volverse un patrón que consiste en que cuanto más se ignora lo positivo, más aumentan las conductas negativas. Además, el niño puede comenzar a desarrollar una autoimagen negativa, creyendo que solo es "el que molesta", lo que afecta a su autoestima y a su motivación para mejorar.

Uso excesivo de gritos o castigos

El grito y el castigo se usan, muchas veces, como recurso desesperado ante un comportamiento desafiante. Sin embargo, el abuso de estos métodos genera efectos opuestos a los deseados. Lejos de enseñar, el grito intimida y el castigo cuando no está acompañado de una explicación y una oportunidad de reparación genera resentimiento. El niño no aprende por qué su acción fue incorrecta, solo aprende a tener miedo o a esconder lo que hace.

Con el tiempo, esto deteriora la relación padre-hijo. El niño puede volverse más rebelde, desafiante o, en el extremo opuesto, temeroso y sumiso. En ambos casos, se rompe la confianza mutua. Además, se pierde una oportunidad valiosa de enseñar habilidades importantes como la empatía, la toma de decisiones o la autorregulación emocional. Los límites deben existir, pero deben ir acompañados de una guía respetuosa, que ayude al niño a comprender y asumir la responsabilidad de sus actos.

No modelar el comportamiento que se espera

Finalmente, uno de los errores más ignorados pero más poderosos es no ser ejemplo de aquello que se espera de los hijos. Los niños aprenden principalmente por imitación. Esto quiere decir que no basta con decirles que hablen con respeto, si se les grita cuando cometen un error. No sirve exigirles paciencia, si los adultos pierden el control a la primera frustración. El ejemplo tiene más fuerza que cualquier sermón.

Cuando el adulto no es coherente con sus propias acciones, el niño se confunde y pierde el respeto hacia la autoridad. Además, normaliza ciertas conductas (como gritar, interrumpir o ignorar), porque las ve como parte de la vida cotidiana. Este aprendizaje inconsciente influye en su conducta social, en la forma en la que se comunica con otros niños y adultos y en su futuro como persona adulta.

Educar con conciencia implica mirar hacia dentro, revisar nuestras propias conductas y entender que los niños, más que obedecer, necesitan comprender. Cuando se corrigen estos errores comunes, se fortalece el vínculo con los hijos y se construye una base sólida para una convivencia más armónica. ¿Qué error crees que se repite más en tu entorno?

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