Cuarenta días que se evaporan, que se diluyen, que se manifiestan de manera fugaz. Y cuando se le toma la medida, se le pretende y calibra el pulso, se esfuma como un espejismo en el que no sabemos qué ha sido realidad, cuánto ha sucedido, ni cómo se ha gestado el embrión de esa luz que súbitamente convertirá la ciudad en un infinito de colores. 

En la Cuaresma callada y profunda, la que surge de puertas hacia dentro sin abalorios ni aderezos, la que mancha las manos y apenas habla. Ese milagro que es la Semana Santa se edifica ahora mismo, entre las justas personas que en silencio ejecutan un rito sin más raíz que el tiempo mismo, sin más disciplina que la heredada y contemplada en la infancia, cuando ayudabas a sujetar en la palma de la mano las tuercas y las llaves que habrían de servir al prioste para anclar los candeleros sobre la mesa y las jarras en los costeros. 

Es la Cuaresma de la cera restallando su carne blanca sobre los cartones a base de espatulazos y cuchilladas, los hornillos minúsculos hirviendo su propia sangre y los jarrillos midiendo con precisión quirúrgica el cuerpo de las velas, a las que se aferran para siempre durante apenas unas semanas. La de las escaleras sobre las caídas, las bridas entre los candelabros, el respiradero que no encaja, la madrugada que avanza, el tentempié y la tertulia… 

Es un milagro de la sociedad actual: todos nos reunimos por un mismo fin y conversamos, analizamos, tratamos, trabajamos por un mismo fin. La Hermandad de San Benito ha compartido en sus redes sociales un vídeo de un par de minutos en el que se contempla, de primera mano, el trabajo silencioso que realizan los compañeros de la priostía de esta cofradía. La candelería del palio ya se encuentra fundida y todo se prepara para rematar los últimos detalles del paso de la presentación. El Cristo de la Sangre será subido al paso el próximo martes. Tempus fugit… Que ha tardado mucho en pasar. Falta menos para el Martes Santo.