La lluvia dio paso a la épica

La Esperanza Macarena se cobijó en la Colegial del Salvador al verse sorprendida por la lluvia de la mañana.

31 de marzo 2013 - 01:00

LA lluvia deshizo completamente la Madrugada. El agua que cayó alrededor de las siete de la mañana rompió en dos la noche. Afectó a todas las cofradías, aunque, curiosamente, fueron las tres de capa, las más populares, las que más se vieron perjudicadas. Las seis cofradías salieron, a sabiendas de que a primera hora de la mañana se esperaba lluvia. Lo hicieron a la antigua. Sin pensar en lo que iba a pasar varias horas después. Si lo hubieran hecho, seguramente sólo hubiera salido el Silencio. El hermano mayor del Gran Poder, Félix Ríos, se lo comunicó a sus hermanos antes de poner la cruz de guía en la calle: "Hay cierto riesgo. Pero no están los tiempos para que el Señor se quede en casa".

Una llamada de Meteorología al Consejo sobre las seis de la mañana encendió las alarmas. Iba a llover en apenas media hora. Hay que decir que, salvo el Domingo de Ramos, los pronósticos se han clavado. El paso del Cristo de las Tres Caídas embocaba Sierpes cuando se difundió la noticia. Un rato después, tal como se había anunciado, comenzó a llover. Estaba entrando el Señor de la Salud, de la Hermandad de los Gitanos, en la Campana. El palio de la Esperanza de Triana aligeró el paso y se comió la Avenida de una chicotá para resguardarse en la Catedral, donde estaba ya el Cristo. La Macarena entró en el Salvador y el Señor de la Sentencia en la Anunciación. Los Gitanos continuó recto por Martín Villa y Laraña y también se refugió en la antigua iglesia de la Casa Profesa de los jesuitas. El Silencio había entrado ya. El Calvario y el Gran Poder no se descompusieron y continuaron su regreso a la Magdalena y San Lorenzo.

Una vez resguardadas, había que decidir qué se hacía. Los partes indicaban que no había muchas opciones. La primera en decir que se quedaba en la Anunciación fue los Gitanos. Luego hizo lo propio la Esperanza de Triana, que tuvo que tomar un decisión con premura, ya que en la Catedral había ensayo del coro y empezaban las visitas turísticas. En la Macarena se lo pensaron mucho más. Algunas personas no entendían que se tardara tanto en decidir, pero en la hermandad lo tenían claro: querían volver a la basílica a toda costa.

Aprovecharon un claro para hacerlo. Épico, emocionante, sobrecogedor, tenso, vibrante, apoteósico... así fue el regreso. La hermandad se la jugó y le salió bien. Pocos minutos antes de las diez de la mañana salía el cortejo del paso del Señor de la Sentencia desde su refugio de la Anunciación. A esa misma hora la Esperanza bajaba por la rampa del Salvador. Los dos grandes tramos se encontraron en la esquina de la calle Orfila y desde ahí caminaron juntos hasta llegar a la basílica.

Martín Villa, Amor de Dios, Alameda, Correduría, Feria, Resolana. Un recorrido que se completó en apenas una hora y cuarto. A las 11:15 estaba la Virgen cobijada ya bajo el pórtico del atrio. El regreso fue muy rápido. Con grandes chicotás. Pero no por ello se dejaron atrás ni la clase ni las formas. El Señor fue cubierto con un capote verde. A la Virgen le cubrieron el manto de tisú, que este año ha sido reestrenado, con un plástico.

Enorme el esfuerzo de los costaleros, de los capataces, de los nazarenos, de los acólitos, de los auxiliares, de los armaos, de la Centuria, del Carmen de Salteras. Hasta del público que los llevó en volandas durante todo el recorrido y que se iba incorporando detrás del paso de la Esperanza. No importó que el cortejo fuera descompuesto, que faltaran insignias, que fuera desordenado. No era lo más importante. Lo que se vivió en el regreso fue simplemente épico.

Los dos pasos volvieron a la basílica sin recrearse pero con un gusto exquisito y un andar encomiable. La banda del Carmen de Salteras atacaba una marcha tras otra. En apenas tres chicotás la Virgen pasó por la calle Feria. Delante del paso se vibraba, aunque también había nervios y mucha tensión entre los responsables de la cofradía, que querían llegar cuanto antes al templo.

Una vez la Virgen estuvo resguardada en su atrio, se quebraban todas las palabras. Las lágrimas y los vivas brotaron sin cesar. Sólo ahí se recrearon. Ya estaban en casa. Se lo debían a los devotos y a todos sus hermanos. A las 11:30 había terminado todo. Había que estar allí y vivirlo. Fue un regreso épico y apoteósico. Todo bajo un cielo gris cada vez más amenazante. La hermandad se la jugó y le salió bien. Justo cuando la Esperanza entró en la basílica empezó a llover con fuerza. Es lo que algunos llaman suerte o casualidad. Otros dicen que son las cosas de la Virgen.

Los otros dos regresos tuvieron lugar en la mañana de ayer. Así lo sugirió el Cecop. Fueron traslados sin música, con menos cortejo y con los hermanos vestidos de calle. La Esperanza de Triana salió por la puerta de San Miguel de la Catedral a las 10:30. Acortaron por García de Vinuesa. Muchísimo público acompañó a los dos pasos hasta la calle Pureza. La Virgen fue recibida con la Salve Marinera. La vuelta fue lenta y pausada. Los Gitanos salió a las once de regreso al santuario. También estuvieron acompañados de numerosas personas que no quisieron perdérselo.

Antes de que la lluvia rompiera la Madrugada, se vivieron momentos muy emocionantes. En Triana vibraron con el coro de Julio Pardo. Las dos Esperanzas protagonizaron un momento muy bonito. A la Macarena le tocaron La Esperanza de Triana, de López Farfán, en Sierpes; y a la Esperanza, Macarena, de Abel Moreno, en la Campana. También se pudo escuchar una saeta que puso boca abajo a la Campana: la que le cantó Manuel Cuevas a la Macarena. El Gran Poder sobrecogió como siempre. No descarten que el año próximo vuelva a lucir una túnica bordada y la Dolorosa, el manto de azul de Fernández y Enríquez. El Silencio, que se mojó de manera muy leve, demostró por qué es la Madre y Maestra. El Calvario dio ejemplo de saber estar cuando la lluvia le sorprendió en su clásico regreso.

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