La luz, en el ADN de este día único
Cruz y Guía
DOMINGO DE RAMOS. Estamos en el Kilómetro 0 de la gran ópera que Sevilla pone en sus calles tras convertirse en una Jerusalén efímera, de tan sólo siete días, pero qué intensos y con cuánta belleza
CUANDO Zaqueo desde su atalaya de privilegio vea cómo Jesús baja la rampa a lomos de un pollino puede decirse que esto ha comenzado. Amanecerá más temprano que nunca para un sevillano que espera este día como si fuese a llegar a una especie de tierra de promisión. Es un día grande que arranca en el Porvenir, pero que tiene el aperitivo de una mañana que, con la del Jueves Santo, es la más grande de esta Jerusalén por siete días. Una mañana que encierra la pregunta del millón. ¿Será de capa o de cola el primer nazareno que veamos rumbo a su capilla? Y dura hasta que en el residencial barrio del Porvenir se ponga en la calle la primera cruz de guía, la de Nuestro Padre Jesús de la Victoria y María Santísima de la Paz, cofradía blanca que va a abrir el camino hacia lo inenarrable.
Nueve cortejos forman la nómina de este primer día. La gran celebración según Sevilla se abre con la del Porvenir surcando la floresta del gran parque, de ese jardín de los Montpensier que contribuyó en gran medida a la personalidad de esta ciudad. Imagen esperada la de la alba Virgen de la Paz sorteando la arboleda del parque de María Luisa, aunque luzca como ninguna cuando afronta el contraluz inigualable del Arco del Postigo. Sí ahí la ve mientras suena Pasan los Campanilleros, usted estará en condiciones de confirmar que su Domingo de Ramos ya ha merecido la pena.
Y es que esa escena en el corazón del Arenal tiene una barbaridad de Domingo de Ramos en sus entrañas. Tiene su luminosidad única con el aditivo de la enorme carga de ilusión que se atesora en el arranque de la gran fiesta. Es a la misma hora en que la grey infantil de la Borriquita ya emboca la Campana para que Jesús haga su entrada en ella como lo hizo en Jerusalén, a lomos de un jumento. Por ese entonces, las calles estarán abarrotadas de niños que irán ahuecando el ala según avanza la tarde y la Borriquita va, con las primeras luces de la noche, volviendo a su casa de la Colegial del Salvador.
El Domingo de Ramos tiene una luz especialísima, como si toda la luz de la primavera sevillana se hubiese condensado para vestir este primer acto de la Pasión según Sevilla. ¿O no hay una luz como de otro mundo junto al Rinconcillo y según viene por Sol la Virgen del Subterráneo? Como es una luz celestial la que rodea a un Cristo muerto por Fray Diego de Cádiz camino del Pumarejo en una Sevilla endomingada, como de pueblo, y seguido por su Madre de la Hiniesta hartita de llorar. Es una Sevilla preñada de devoción y de ganas de vivir, con las calles abarrotadas de gente y de vida en las que se mezclan los olores de incienso y de fritanga recién frita.
Es una Sevilla que se va bebiendo el domingo a sorbos, paso a paso, y que se agolpa en dos grandes bloques humanos, el que opta por Triana y el que prefiere la Alameda, pero también los hay que combinan ambas devociones y que tienen tiempo sobrado para ir de Triana a la Alameda a fin de pasar de la Estrella valiente a la Amargura única por el dédalo de la Europa para gustarse en una revirá que parecerá inigualable ante los Hércules. Y es que de las luces naturales que acompañaban a la Borriquita por Laraña, al Despojado por la Magdalena y a la del Porvenir por el gran parque se pasa al magnífico artificio de la noche en la Alfalfa para que enfilando Caballerizas se guste la de Gracia y Esperanza tras el Señor de las Penas. Y de ahí a San Roque, que ya queda muy poco.
Ahí se habrá tocado ya a rebato, no cabrá un alfiler y será el momento para un receso antes de ver cómo muere Cristo de amor por Placentines. Será éste vértice de un día que aún tiene mucho que vivir con ese Cristo impresionante del Amor acercándose a su casa del Salvador. Ha caído inexorable el manto de la noche y las opciones están perfectamente delimitadas. O Triana, o Sevilla. O se atraviesa el puente o nos vamos al intimismo de Sor Ángela.
Cuestión de gustos, pero tan sevillanísimos y válidos ambos por igual. En Triana nos encontraremos con una explosión de júbilo porque vuelve la Estrella a casa, mientras que enfilando San Juan de la Palma irá el Silencio Blanco igual que salió, sin prisas y también sin pausas. Por el Altozano habrá trianerísimo cruce de saetas por seguiriya, no dejará de llorar la muy trianera Virgen de la Estrella y donde nace la calle Ancha de la Feria sonará Amarguras como salmodia celestial y herirá muy hondo la saeta bajo los naranjos cuando ya no haya vuelta atrás y sea Lunes Santo en todos los almanaques de la Cristiandad. En esta Pasión según Sevilla, al principio ya era domingo, ya había muerte en este Domingo tan de Ramos y tan pasional, que el fin de la Cuaresma y el Gólgota funden en negro a pesar, muy a su pesar, de la luminosidad de la fiesta recién parida. Y es que la seña de identidad indudable del Domingo de Ramos sevillano se centra en la luz. Luz única en los altos cielos de Sevilla en este primer acto de la gran celebración hispalense.
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