El Pretorio

Corona de Espinas

La ficción me envuelve entre corazones de pánicos y trincheras de un campo de batalla surrealista. Una guerra mundial que nadie quiere pero en la que hay que hacer frente a un peligroso enemigo, invisible y desconocido, al que todos tememos. La tierra se para al alba de un mal sueño, una pesadilla de mal bajío que nos arrincona. El pregón de la Semana Santa se resiste a exaltar una primavera vestida de luto. Sevilla se parapeta alrededor de su alminar y cierra las puertas de su hermosura. El Giraldillo de la Fe será, una vez más, el celoso guardián del cofre de nuestras tradiciones. Sevilla se conjura con la vida.

La Cruz de Guía de las cinco cruces, la Santa Cruz de las potenzas en nuestra Jerusalén hispalense, abre los portones del templo de nuestras almas, para recorrer en silencio una estación de penitencia sin sillas ni palcos, sin palquillo ni bóvedas catedralicias, sin ruán ni esparto.

Magno séquito procesional de miles de unicornios multicolores que no vemos pero que todos sentimos al ver con las pupilas de la imaginación su maravilloso discurrir sobre calles y plazas de la Tierra de María Santísima, la bella reina de la vieja Híspalis en trono de trabajaderas y blancos costales, bajo palio y tumbilla, cielo y azahares… María, la Madre de Dios.

¡No hay en la tierra, mejor lugar para la Pasión de Cristo!

El hombre Cautivo que nació a las Mercedes de San Pablo y de Santa Genoveva,

al que guarda San Benito en la Calzada romana de Encarnación y de Valvanera,

el que, mirando a la gloria, ruega, a Dios, Misericordia, en su Cruz de Juderías,

el que cae en el Altozano, con Triana de la mano, al compás de bulerías,

el Ecce Homo sentado tras la ventana del pretorio del templo de San Esteban,

el Gitano Nazareno que va arrastrando el madero de Angustias caracoleras,

el que reza arrodillado entre rosarios sagrados, en el Huerto de los Carros,

el que muere en calle Ancha, Salud, Amor, Sangre y Almas de Veracruz y Calvario,

al que todos aclamamos y tras sus pasos, cantamos lamentos por siguiriyas,

cuando rachea su excelencia con la gran omnipotencia del Gran Poder de Sevilla.

Y en el obligado escondite de nuestros miedos, Sevilla se aferra a ti, Señor, orando ante las plantas de tu grandeza para encontrar en tu clemencia, la fuerza de la victoria, la fe sempiterna de Dios y el sosiego y la calma de tu supremacía. Cobíjanos bajo tu corona de Rey de Reyes, Señor de los Señores y Mesías conquistador, Padre. Esa es la corona que nos representa. La corona de tu realeza, Cristo Rey del Universo. La corona de tu Pasión. La corona de tu Gloria. Tu Corona de Espinas.

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