Opinión

Manuel García Fernández / Catedrático de Historia Medieval. Universidad de Sevilla

Buscando hoy a San Fernando

Añoro la ética de sus fortalezas cristianas, morales y cívicas en la ciudad en la que murió el 30 de mayo de 1252 y quiso ser enterrado en loor de santidad popular

Las portadas del Corpus Christi de Sevilla 2025 se inspiran en la iglesia de Santiago y la capilla de los Marineros

El cuerpo de San Fernando en la Capilla Real de la Catedral.
El cuerpo de San Fernando en la Capilla Real de la Catedral. / Antonio Pizarro

26 de mayo 2025 - 16:54

Se acerca la solemnidad y fiesta mayor de San Fernando en Sevilla, "la capital de todo ese señorío del Andalucía", en hermosas palabras de su hijo Alfonso X el Sabio. Busco a San Fernando en la misma ciudad que el rey castellano conquistó el 23 de noviembre de 1248 y la reintegró, junto a la mayor parte de su antiguo reino, a la civilización europea, cristiana y occidental. Escudriño a San Fernando entre sus calles, plazas y edificios religiosos y civiles. Y, lógicamente, lo encuentro. Pero no, no es ese el Santo Rey que persigo y demando hoy. Y no lo es porque el San Fernando que apremio no es exclusivamente un monarca santo de cuerpo momificado e incorrupto con su espada Lobera en la urna de plata de Laureano Pina de 1729 a los pies de la santísima Virgen de los Reyes: Per Me Reges Regnant. Tampoco a caballo, triunfante, pero inerte, en el imponente conjunto monumental de 1924 que diseñó el arquitecto municipal Juan Talavera en pedestal con la escultura de bronce proyectada por Joaquín Bilbao en 1919 en la Plaza Nueva de nuestra ciudad. Ni siquiera lo descubro totalmente en los bellos y emotivos cuadros sevillanos de Bartolomé Estaban Murillo, ni en la hermosa estatua de Pedro Roldan de la Catedral de Sevilla que procesiona el día solemne del Corpus Christi. No es ese el virtuoso rey castellano, ni mucho menos el santo ejemplar, que rastreo hoy en la Sevilla del siglo XXI.

Pues, efectivamente, de Fernando III, el Santo, rey de Castilla (1217-1252) y de León (1230-1252), conocemos casi todo lo fundamental como para identificar con detalle los aspectos más básicos de su prolija biografía, especialmente en su vertiente militar y política más andaluza y sevillana. Bastaría con releer, una vez más, los magníficos trabajos al respecto de mi maestro, el profesor Manuel González Jiménez. Incluso podríamos justificar, si se quiere, algunas de sus virtudes religiosas más evidentes, siguiendo la tradición hagiográfica española del jesuita sevillano Juan de Pineda, defensor de su causa, las propias de un monarca ejemplar con fama popular de "beatífico" mucho antes de ser elevado oficialmente a los altares por el papa Clemente X el 4 de febrero de 1671. Y, no obstante, sigo inquiriendo otras vertientes, no siempre bien apreciadas en la ciudad de Sevilla y su antiguo reino, de nuestro Rey conquistador.

Persigo la herencia, tal vez inmaterial, de un rey santo, desde luego; pero siempre vivo y actual. Añoro la ética de sus fortalezas cristianas, morales y cívicas en la ciudad en la que murió el 30 de mayo de 1252 y quiso ser enterrado en loor de santidad popular. Y, en gran parte, las observo siempre en la gestión de algunas instituciones religiosas de culto fernandino, como la Asociación Virgen de los Reyes y San Fernando; docentes universitarias, como la Universidad CEU Fernando III; culturales, como el cabildo de Alfonso X el Sabio; y, por supuesto, en el Cabildo Catedral de Sevilla y en determinadas tradiciones municipales del Ayuntamiento de Sevilla y en otras instituciones cofradieras de la capital y su provincia. Y en la prensa local, en este Diario. También las advierto, con un ilustrado carácter áulico, en la Real Hermandad de Caballeros de San Fernando y en la Orden de San Clemente y San Fernando; además con una evidente maestría militar en el Cuerpo y Arma de Ingenieros, como patrón. Sin embargo, no es ese el Rey Santo sincrónico y actual que escudriñó hoy entre los sevillanos, más allá de mis devociones familiares.

Porque... ¿entendemos los sevillanos -o mejor intuimos por citar solo tres valores de nuestra civilización- que la lengua en la que hablamos, la fe cristiana que profesamos, y sobre todo, que la cultura europea y occidental, con sus instituciones judiciales de poder y gobierno, que ostentamos con orgullo se la debemos a nuestro Santo Rey conquistador? Y todo ello sin denunciar la extraordinaria herencia andalusí y hebrea sevillana, como se demuestra en el epitafio que en latín, castellano, arábigo y hebreo, mandó colocar su hijo Alfonso X en su tumba en reconocido homenaje al monarca que se sabía y decía en su tiempo, si bien nunca de manera oficial, "rey de las tres religiones" en una Sevilla en la que la coexistencia, la tolerancia y tal vez hasta la convivencia de cristianos, musulmanes y judíos, cada uno en sus respectivos ámbitos de ocupación socio-profesionales, no parecía de todo completamente antagónicas. Valores éticos y dinámicos de ayer, de hoy y de siempre.

Aun así, sigo abundado en la búsquela de sus cualidades morales; y en mi auxilio viene una vez más la obra de su hijo Alfonso X. El Rey Sabio describe los caracteres íntegros de su padre en el llamado Libro de el Setenario, redactado en la ciudad de Sevilla por iniciativa alfonsí. Y en su lectura se descubren las verdaderas cualidades eternas de su padre como monarca ejemplar y como hombre santo. Fernando III fue mitificado ya en vida como un paradigma de virtudes teologales (fe, esperanza y sobre todo caridad); modelo del sistema cardinal del buen gobierno regio (prudencia, justicia, fortaleza y templanza); así como espejo del militar justo (valentía, abnegación, fidelidad y especialmente lealtad); enterezas que lo elevaron a gobernante cristiano modélico - y no sólo como auténtico Miles Christi- tal como se recogen tanto la Crónica de los Veinte Reyes: "Noble, bienaventurado, santo rey don Fernando", como casi un siglo después de su muerte en el llamado Libro de los Estado, obra de su nieto don Juan Manuel: "E este fue el mejor Rey e más acabado que nunca en el mundo ovo".

Modelos y méritos fernandinos que debieran estar vigentes, porque Fernando III no se los llevaría a su tumba, sino que los instituyó como ejemplos y espejos indestructibles no sólo de santidad sino de convivencia ética y cívica en Sevilla, en toda Andalucía. En este sentido, su buena fama llegaría a mediados del siglo XIII, al remoto monasterio inglés de St. Albans, próximo a Londres, en donde un modesto monje, llamado Mateo Paris, subrayaba con elocuencia en la Chrónica Majora que: "El ilustre rey de Castilla, que se llama de toda España por causa de su eminencia, después de sus famosas hazañas...emprendió el camino de todos los mortales".

Sin duda, por todo ello muchos de los niños de mi generación, aquellos que aprendimos los rudimentos básicos de la Historia de España en la prolija Enciclopedia Álvarez, en modestas escuelas rurales y bajo el magisterio entrañable de profesionales muy vocacionales pero con escasos recursos docentes, Fernando III, el Santo, Rey de Castilla y León, se nos presentaba en los años sesenta del siglo pasado en la llamadas Lecciones Conmemorativas, cada 30 de mayo, como el prototipo de la juventud española de entonces -y tal vez de todos los tiempos- por su "sencillez, valentía, caridad, honor, fidelidad, trabajo y santidad".

Hoy, en pleno siglo XXI, con la perspectiva y la distancia histórica que lógicamente imponen el tiempo y la prudencia, resulta evidente en Sevilla y en las poblaciones de su reino, que la búsqueda de San Fernando nos conduce irremediablemente a la praxis de las virtudes no sólo de un buen monarca cristiano y santo del siglo XIII sino a las probidades éticas de nuestra propia cultura occidental y europea, y siempre de actualidad, más allá de cualquier consideración ideológica, política y religiosa.

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