Adolfo López / Médico y exhermano mayor del Cerro del Águila

Ve con Dios, Padre

A punta de busturí

Una marea humana rinde tributo al papa Francisco.
Una marea humana rinde tributo al papa Francisco. / EFE

23 de abril 2025 - 21:10

Me disponía en la soledad de ésta, la gran noche de la nostalgia, los días del desasosiego tras la contemplación una vez más del milagro de la Semana Santa, para hacer una crónica a modo de resumen de lo acontecido en nuestras cofradías, pero hoy cobra sentido otro acontecimiento que merece muchísimo más la atención de todos las personas de bien en este mundo, por encima de lo pueril de una chicotá, una banda o un exorno floral, que ya habrá ocasión de disecar a bisturí los entresijos de la Semana Mayor.

Tras comunicarle al mundo que Cristo ha resucitado, como ultimo aliento de la expiración de un Cachorro que no llegará a ver en Roma, nos deja un hombre santo, se va un gran pastor del rebaño del Señor, fiel heredero de Jesus y su mensaje, digno ocupante de la Cátedra de Pedro.

Se va un grande, dedicado en cuerpo y alma a su vocación desde su Buenos Aires natal pasando por varias ciudades argentinas hasta ser nombrado Obispo, siempre con los denigrados, siempre con las clases más castigadas, espíritu que mantendría vivo hasta su llegada al Vaticano, arraigado mensaje jesuita que marcó su vida sacerdotal desde su barrio de Flores hasta Roma.

Se marcha todo un referente de la Nueva Iglesia, una Piedra convertida en corazón, un dogma transformado en amor, y una ley que siempre es perdón, hasta el punto de haber salido a la palestra a dar la cara para pedir al mundo clemencia por tanto mal ocasionado por la Santa Iglesia Católica en distintos rincones del mundo a lo largo de la historia a tantos colectivos, que como institución humana ha gozado de renglones torcidos entre sus bellos versos. Ha sabido ganarse así el respeto y admiración de dirigentes de todas las culturas y confesiones, en un mundo cada vez más polarizado y aconfesional, abriendo sus brazos al mundo como los hacen las galerías de la Plaza de San Pedro a todos los fieles.

Nos deja un amante del Evangelio, de la Palabra con mayúsculas, el del amor por los desheredados, el del perdón ante nuestras mezquindades y faltas, el de la entrega al necesitado, filántropo del hambriento, rey de los humildes y magnánimo de los desamparados. No es nada nuevo, ya nos lo dijo un tal Jesús hace más de dos mil años, y a pesar de sentirnos seguidores de su palabra, creo que poco la hemos llevado a cabo en veinte siglos, y Bergoglio vino a recordárnoslo cuando mas adora al becerro de oro este mundo.

Nos abandona un líder de líderes, un emperador de las masas y soberano de la justicia social, que supo gritarle a los cuatro vientos la importancia de dignificar a los denostados de este mundo, a tantas Magdalenas de nuestros barrios, la las victimas del poder establecidos, a los que han sufrido un desastre en su convivencia matrimonial, a los mártires de malos tratos físicos, psíquicos o económicos, y a gays y lesbianas. Lástima que tanta carta y encíclica en la mayoría de los obispados se quedara en el cajón, perdiéndose una oportunidad histórica de que el mensaje de Jesucristo fuera ciertamente nuestra verdad.

Nos dejas huérfanos, Bergoglio, aunque aquí te hubiéramos rebautizado como Padre Paco, huérfanos de señal, de verbo, de locución y retórica, de locuacidad y de mensaje, huérfanos de ti y de lo que representas, que no es sólo “la Iglesia” sino la Iglesia de Jesús, tu Iglesia, la que debe ser madre de todos, vientre de todos, sagrario de todos. Aquí nos quedamos en días en los que pareces ser sólo un bonito recuerdo, afanados con urgencia de buscar un sustituto a Pedro que sea capaz de afrontar tiempos convulsos en los que se está conformando un nuevo orden mundial, con lideres autocráticos sustentados en la vasta economía y en la falta de escrúpulos, por lo que todo parece indicar que se buscará alguien mas garante de la mano firme que de la compasión.

Solo espero que, llegado el fin del camino, ese que marca la cruz del Señor de San Lorenzo, sea tu rostro de embajador de Dios el que me reciba con la misma sonrisa sanadora con la que saliste a ese balcón de San Pedro hace mas de diez años, y que has mantenido hasta el final de tus días en este mundo terrenal, del que precisamente resucitaste junto a tu Señor dejando el sepulcro vacío…. Ve con Dios, Padre.

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