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Giralda, una cura en las alturas

Un equipo de expertos repara los efectos que provocó la última ciclogénesis en el cuerpo del reloj

Giralda, una cura en las alturas
Carlos Navarro Antolín

02 de marzo 2014 - 05:03

El principal símbolo de la ciudad tiene de vez en cuando sus achaques. Cosas de la edad de siglos. Y de las galernas que agrietan su piel de piedra. Eso que ahora se conoce en todos los informativos de televisión como ciclogénesis explosiva tiene efectos no sólo en el tráfico, en las playas y en los árboles que pierden las ramas. Los monumentos sufren los temporales aún más si cabe. Por su antigüedad y porque en muchos casos se tardan días en comprobar el verdadero alcance de los destrozos. Cuando el cielo truena, la Catedral suelta arena. Y con ella la Giralda. El templo metropolitano tiene un mal endémico que es la arenización, un fenómeno preocupante que amenaza las cresterías y las cubiertas, que son las zonas más expuestas a la lluvia y a las rachas fuertes de viento. Y hasta que no se supervisa en directo cada tramo de las Catedral -muchos son de difícil acceso- no se puede hacer un diagnóstico certero sobre el alcance de un temporal.

Ahora se ha sabido que la ciclogénesis del 6 de febrero provocó desprendimientos en la Giralda. Hasta doce quilos de cascotes cayeron sobre el patio de las azucenas, sin ningún riesgo para visitantes, porque se trata de una zona cerrada al turismo. Y el material desprendido ha caído en ese patio sin alcanzar ni zonas de tránsito de turistas ni muchos menos la superficie.

Los sevillanos y turistas se han sorprendido esta semana con el andamio que hay instalado en el cuerpo del reloj del alminar. El maestro mayor del templo, el arquitecto Alfonso Jiménez, ha ordenado su colocación para sanar la piel herida de la Giralda. Los desprendimiento fueron tanto de piedra original como de un moldurón de refuerzo que se instaló en 1981. El saneamiento de este sector de la torre durará alrededores de tres semanas. Y nada mejor que una cura in situ, urgente y cuya infraestructura sirva además para inspeccionar el resto de cornisas. El criterio siempre es el mismo. Cada vez que se monta un andamio en las alturas de la torre, bien por iniciativa del Cabildo, bien porque el IAPH quiera examinar el Giraldillo, se aprovecha la estructura para evaluar el estado de mantenimiento de ese tramo de alminar.

Hay rincones de la Catedral en los que los efectos de la arenización son mucho más escandalosos que en la Giralda, que se revisa periódicamente, sobre todo en los días previos a grandes acontecimientos como la Semana Santa. Y se efectúan inspecciones específicas a elementos concretos como las cuatro azucenas de bronce que adornan la torre.

Por efecto de este fenómeno, se puede afirmar que la Catedral se redondea, pierde sus perfiles y su primera piel lentamente, su piedra se desmenuza, casi parece albero en muchos pináculos y cresterías. Hay mucha piedra de este templo que está enferma, que sigue padeciendo un mal inexorable a pesar de que el tráfico rodado quedó suprimido por la Avenida en 2007. El problema no es sólo exterior, también se aprecia en muchas capillas. Un siglo de tráfico con intensidad creciente no se arregla en pocos años. Una inspección por las alturas del templo metropolitano basta para comprobar que el mal de la piedra de la Catedral, se acentúa por años. Tras la ciclogénesis de este febrero, las capas de arenas vertidas al Patio de os Naranjos eran evidentes para el equipo de Alfonso Jiménez.

Las razones de esta patología son dos bien definidas: la mala calidad de mucha de la piedra original y la acción corrosiva generada por la contaminación ambiental. Los constructores de la Catedral emplearon una piedra barata, procedente de El Puerto de Santa María, que podía transportarse en barco. La piedra de mejor calidad estaba entonces en localidades como Osuna y Estepa, pero para trabajar con ella se requería un transporte más costoso, realizado en carreta y por caminos en mal estado de conservación e imposibles de recorrer en invierno, lo que hubiera obligado a trabajar sólo en verano. Esta circunstancia, sumada al ambiente agresivo del entorno del templo, ha sido letal para provocar una patología que requiere continuamente de medidas correctoras.

Hay casos en los que no quedan restos ni de cresterías, ni de pináculos, ni de gárgolas. Se han consumido de tal forma que los técnicos se topan a veces con dudas sobre cómo eran esos elementos a la hora de afrontar sus reconstrucciones". Las zonas más arenizadas se localizan en las cubiertas de la nave central y de la Capilla Real.

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