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El premio Manuel Clavero para Alfonso Guerra es una forma de restañar las cicatrices del 28-F 45 años después. Clavero fue profesor de Suárez en Salamanca y de Felipe en Sevilla

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Alfonso Guerra y Felipe González se abrazan a su llegada a la entrega del XIII Premio Clavero. / Antonio Pizarro

Hasta los cocheros de caballos hablaban del acontecimiento. “Hay algo de Guerra en el Alcázar”. Alguna mente retorcida pensará en lo peor al ver tan juntas las palabras Guerra y Alcázar. Al contrario. En el patio de la Montería, el mismo donde un día la bata de cola de Matilde Coral le tuteó a la Luna en la Bienal, dos protagonistas de la reciente historia de España renovaron su vieja amistad. Son dos de los 202 del 28 de octubre de 1982. Dos cabalgan juntos, como el western. Son casi coetáneos, pero ambos se consideran uno discípulo del otro. Felipe, porque fue Alfonso el que lo metió en el PSOE; Alfonso, porque Felipe fue su presidente desde aquel histórico triunfo electoral.

En cualquier caso, su relación recuerda la historia de esos dos personajes de la novela de Herman Hesse Narciso y Goldmundo. O la vieja amistad de los protagonistas de El último encuentro, la novela de Sandor Marai. Felipe dice que a él le gusta el campo, como buen hijo de vaquero, y a Guerra los libros, pero quien tiene una biblioteca con su nombre es el ex presidente del Gobierno.

Un día Antonio Burgos, que cumplía años el mismo día (30 de mayo, San Fernando), me dijo en el hotel Inglaterra que “Alfonso Guerra es más sevillano que la madre que lo parió”. Felipe puso en marcha el AVE Madrid-Sevilla, pero Guerra nunca se despegó de los trenes de tercera que elogiaba Antonio Machado. Enamorado de Sevilla hasta las trancas, bético “como todos los sevillanos a los que no les gusta el fútbol”, le dijo un día a Julia Otero, ese idilio nunca mermó. Volvía de la Moncloa todos los fines de semana. Un amor del que fue prosélito. El ahijado epistolar de Ramón Carande se lo contagió a Lawrence Debray, la hija del revolucionario francés Regis Debray que un día quitó el poster de Mitterrand de su cuarto y puso uno del rey Juan Carlos I.

El premio Manuel Clavero para Alfonso Guerra sirve para que cicatricen 45 años después las heridas del 28-F. Clavero fue profesor de Felipe González en Sevilla y de Adolfo Suárez en Salamanca. Tutor de dos de los principales artífices de la Transición en esta ruta de la Plata del docente que llegó a rector de la Hispalense; en su caso, un bético al que sí le gustaba el fútbol que recordaba con pasión un gol que Timimi le marcó al Real Madrid.

Alfonso Guerra es cada vez más Mañara. Por la frugalidad de una vida casi de asceta en la que encuentra sus principales placeres en “trabajar, leer y pagar impuestos”. Porque Mañara era el nombre del colegio donde estudió (en el palacio donde nació el fundador del Hospital de la Caridad) y la calle donde estuvo la primera sede de la librería Antonio Machado. Dice que el premio en realidad premia a una generación. Como el de Vicente Aleixandre en 1977, que en cierta forma era un reconocimiento de los académicos suecos a la generación del 27. Un guarismo de la poesía que pasa a la política evocando el XXVII Congreso del PSOE, el primero que el partido celebra en España desde la guerra civil, el 5 de diciembre de 1976. Un congreso al que asistieron Olof Palme, Willy Brandt y François Mitterrand.

Dos constructores de la Transición en un patio de la Montería donde había cualificados arquitectos: Antonio Cruz y Antonio Ortiz, que también fueron galardonados con el premio Manuel Clavero, Guillermo Vázquez Consuegra, Jaime Montaner o Nuria Canivell, decana del Colegio. En un Alcázar donde otro arquitecto, Rafael Manzano, sustituyó como conservador de este palacio de palacios donde vivieron Magallanes y Olavide a Joaquín Romero Murube, cuyo nombre figura junto al de los demás poetas de la generación del 27.

Guerra lo considera un premio “a una generación”, como el Nobel de Aleixandre fue para el 27

El 21 de junio de 1982, en pleno Mundial de España, se constituyó en el Salón del Almirante del Alcázar el Parlamento de Andalucía surgido de las elecciones andaluzas del 23 de mayo que ganó Rafael Escuredo con mayoría absoluta. Primer triunfo socialista desde la República, una premonición de lo que pasaría cinco meses y cinco días después. El notario Antonio Ojeda, uno de los comensales la noche del miércoles, fue elegido primer presidente del Parlamento Andaluz en la calurosísima sesión de hace cuarenta y tres años. Ese día Austria derrotó a Argelia en Oviedo y Francia goleó a Kuwait en el estadio Zorrilla de Valladolid con la estrambótica entrada en el césped de un jeque kuwaití.

Nunca es tarde. El Alfonso Guerra octogenario no deja de recibir alegrías: el nacimiento de sus dos nietos, su ingreso en la Academia de la Lengua, el comisariado de la exposición de los Machado, hermanos mayores de aquellos poetas del 27, y ahora este premio Manuel Clavero del Grupo Joly y la Fundación Persan. La buena política tiene mucho de detergente. Con sus más de ochenta años ha organizado jornadas sobre Miguel Hernández, sobre el Ulises de Joyce y ha escrito un prólogo espectacular para el libro de Antonio Cascales Los puentes de Europa (Florencia, París, Londres) editado por Jerónimo Páez, presente en la mágica cena. Unos puentes más necesarios que nunca en un continente donde como recordó Felipe González el fascismo y el comunismo causaron setenta millones de muertos con el perturbador aliado de los nacionalismos. Felipe es más de campo y Guerra más de libros, pero seguro que éste le recomendó a su presentador El mundo de ayer de Stefan Zweig.

Sonaron las campanas de la Giralda que daban las once de la noche. Ya no quedaban coches de caballos en Matacanónigos. Felipe González presentando a Alfonso Guerra. Dos al precio de uno. Para algunos maledicentes, la exposición de los dinosaurios de Caixaforum ya ha traído los dos primeros ejemplares. Para muchos otros, España sería sin ellos un Parque Jurásico. Un sevillano de Bellavista y otro de San Bernardo. Todo empezó un día 28 del año 82. Un dúo capicúa tan dinámico como el de Ramón Arcusa y Manolo de la Calva.

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