La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sánchez entra en los templos cuando quiere
XIII Premio Clavero
Había mucho interés (y morbo) por lo que podía decir esa pareja de ases históricos que forman Felipe González y Alfonso Guerra, ambos representantes de la mejor etapa de la historia del PSOE y enfrentados (apenas se puede ocultar) a la actual secretaría general de su partido. Y, como no podía ser menos, hubo sus banderillas críticas. Las de Guerra, principalmente, en forma de advertencia de la mutación constitucional que se está produciendo en España debido a leyes como la Amnistía a los condenados por el procés, y a ese federalismo confederalizante que lleva a la nación española a su lenta disolución. Pero de todo eso ya ha dado cuenta este periódico. Quizás lo más llamativo y emotivo de la noche fue el discurso del que fuese 8 años vicepresidente durante unos tiempos en los que España vivió una profunda transformación económica, social, cultural y política. El discurso de Alfonso Guerra, lejos de ser un largo ajuste de cuentas o una egótica reivindicación de su persona, fue una suerte de autorretrato moral al estilo de su muy admirado Antonio Machado, un testamento vital en el que el veterano político sevillano deja a las generaciones futuras una manera de ser y estar no solo en la política, sino en la vida en general.
"Aprovecho este acto de reconocimiento para decirles que sólo soy un sevillano más, enamorado de su ciudad, apasionado de Andalucía y profundamente español, cada fibra de mi corazón vibra con mi amor por España. Sentimientos que aprendí de los viejo maestros socialistas del pasado". Estas palabras las dijo Alfonso Guerra apenas susurrando, muy lejos de aquella imagen del político fogoso y mitinero que él mismo cultivaba en el fragor de las campañas electorales. El acto de entrega a su persona del XIII Premio Manuel Clavero sirvió, ante todo, para que todos conociéramos al Alfonso Guerra más académico e institucionista, hombre tranquilo y amante de los libros, humanista vinculado a la gran tradición del socialismo democrático.
"Sinceridad, amor, amistad, libros son también pruebas contra el cáncer del tiempo y mientras vivamos para ellos no podremos hacernos viejos", frases como estas pudieron escucharse en un Patio de la Montería totalmente enmudecido. Ni rastro de la reyerta política, tampoco de la autoreivindicación ensimismada. Guerra quiso aprovechar la tribuna que le brindaba El Premio Clavero -concedido por Diario de Sevilla y patrocinado por la Fundación Persán- para adentrarse en unas reflexiones hondas sobre la necesidad del buen vivir y para recordar frases como las de B. Rusell en las que se afirma: "tres pasiones simples han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad"
En este personal discurso de Alfonso Guerra volvió a quedar claro que su gran vocación vital, como él mismo ya ha apuntado alguna vez, fue más la cultural y la literatura que la política. Por fortuna, en este tramo de su vida, el histórico político se está pudiendo dedicar en exclusiva a proyectos culturales vinculados a la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla, de la que es destacado miembro, como la exposición sobre los hermanos Machado, que por fin ha conseguido romper con la falsa identificación de los dos poetas con las dos Españas. Y habrá más.
En el discurso de Alfonso Guerra, por supuesto, también hubo menciones a la política actual como las mencionadas al principio; recuerdos a la generación que fue capaz de hacer la Transición, "que se sabía destinada a cerrar un capítulo ominoso de la Historia de España"; reflexiones sobre el eterno sentimiento de decadencia que nos acompaña a los españoles; recuerdos de sus largas jornadas de trabajo con Abril Martorell; críticas a la trampa digital que nos conduce a una sociedad frágilmente vanidosa y que ha "cambiado el Carpe Diem por el Instagram".... Pero, insistimos, ante todo el público que acudió al Alcázar pudo escuchar la epísola moral de un hombre que mucho ha visto y vivido y que, al final, sabe que lo que verdaderamente merece la pena son los amigos, la familia, los libros... Y, especialmente, sus nietos Inés y Alfonso.
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