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Galeradas en el tanatorio que fue periódico

CALLE RIOJA

Si el Tanatorio de Nervión hubiera sido una librería, mucha gente se habría tenido que quedar en la calle en el responso por el eterno descanso de Antonio Rivero Taravillo

Muere el escritor Antonio Rivero Taravillo

El escritor Antonio Rivero Taravillo. / PEPE MORÁN

Poli se bajó una parada después que yo, pero los dos íbamos en el 2 al mismo sitio. Poli, nombre cariñoso entre apócope y aféresis del genial contador de historias Hipólito G. Navarro, se ahorró una explanada al descubierto bajo una solana implacable. Encontrarme en el 2 con Poli es un regalo. El autobús que cojo para ver a mi nieta, para disfrutar de los partidos del Madrid con mi hijo en el Mara.

El Tanatorio de Nervión se llama así pero está bastante lejos de Nervión. Eso es muy corriente en Sevilla. La avenida de la Barzola no está en la barriada de la Barzola. La avenida Sánchez Pizjuán está en la otra punta del estadio de fútbol que lleva ese nombre. Era la primera vez que entraba para darle el último adiós al amigo Antonio Rivero Taravillo. Los primeros a los que vi fue a Maribel y José María Conget, que curiosamente ha titulado Adiós su última novela, el número 27 de sus libros, un forma de enfatizar que se corta la coleta como novelista.

Hace medio siglo la puerta de entrada estaba en el mismo sitio. Era la redacción (incluidos talleres y rotativa) de El Correo de Andalucía. De periódico a tanatorio. Sólo se publican esquelas. Parece una metáfora de la muerte del periodismo, un asunto tan cacareado y aburrido como el de la muerte del teatro, los bolígrafos Bic y los helados de Jijona.

Medio siglo después sigue estando en el callejero la Carretera Amarilla (al menos en el popular) y la calle Ada. Que no debe su nombre a la novela Ada o el Ardor, aunque sería de justicia poética que así fuera porque el que escribe llegó a Sevilla el 2 de julio de 1977, el día que murió Nabokov. Ese día, como me ha contado César Romero, presente en el responso, colaborador de este periódico, estaba en Sevilla Javier Marías tomando algo en el Laredo de Sierpes. Llegué al tanatorio cuando era periódico a pie desde la pensión Gran Plaza, que a diferencia del rotativo (ahora hay una edición digital que dirige Isabel Morillo) todavía sigue existiendo. Ya no está en la Gran Plaza el bar La Ponderosa donde Juan Holgado Mejías le hizo la histórica entrevista a Felipe González que les costó a los dos una noche en la comisaría de la Gavidia. Susto que deberían convalidar por una noche en una suite cuando inauguren el hotel situado en la comisaría que Arias Navarro le encargó al arquitecto Ramón Montserrat.

Estaban los cernudianos, los joyceanos, los galaicos, los falangistas

La única calle que ha cambiado de nombre es la Avenida José María Javierre. El cura aragonés vino desde Munich para escribir una biografía del cardenal Spínola, fundador del periódico en 1899, ya nunca más se fue de Sevilla y dirigió El Correo en dos etapas. Antes de que yo llegara y después de que me fuera a Diario 16 Andalucía. Cuando yo aparezco por el periódico aquella tarde de verano en la que Carmen, la simpática recepcionista, me quitó todos los miedos con una sonrisa, dirigía el periódico José María Requena. Uno de esos raros periodistas que además de dirigir un periódico ganó el premio Nadal en 1971 con El cuajarón. Antes lo hicieron Miguel Delibes, director de El Norte de Castilla de Valladolid, con La sombra del ciprés es alargada (1947), y Álvaro Cunqueiro, que fue director de El Faro de Vigo, con Un hombre que se parecía a Orestes (1968). Antes de morir, Antonio dejó terminada su biografía del escritor e Mondoñedo.

Hipólito G. Navarro tenía un recuerdo más vago del tanato-periódico. Lo asocia con los primeros textos que enviaba como jovencísimo autor a José Luis Ortiz de Lanzagorta. La serie Plaza de España (los 48 bancos del semicírculo de Aníbal González) la hice dos veces. La serie Plaza de España, viaje alfabético desde Álava a Zaragoza, coincidió con la apertura de la Casa del Libro. Antonio Rivero Taravillo me preguntó si Ceuta y Melilla, su patria chica, tenían su banco correspondiente. No los tienen, siendo las dos ciudades más españolas.

En el responso, el sacerdote leyó la retahíla de casi todos los santos. San Antonio apareció entre San Fernando, conquistador y patrono de Sevilla, y San Benito, patrono de Europa. Si fuera una librería, mucha gente se habría quedado en la calle. Qué pedazo de periódico se podría hacer con la cantidad de gente que convocó la memoria de Antonio. “Tenía que ser una buena persona porque esto nunca ha estado tan lleno”, dijo el sacerdote. No eran sus últimas tardes con Teresa, porque la ausencia de quien escribió la biografía del Ausente (José Antonio Primo de Rivera) va a ser contrarrestada por sus muchos amigos a quienes les presentó libros, se los editó o, lo más importante para un librero, los colocó estratégicamente para protegerlos del achique de espacios de los best-seller.

Un suplemento cultural con corresponsalía en el cielo (la acaba de estrenar Antonio según la lectura del Evangelio de San Mateo) que cuenta con muchas secciones: en Libros, Nacho Garmendia, Manuel Gregorio González (el primer biógrafo de Cunqueiro en Sevilla), Pepe Serrallé; en Arquitectura, Ana Yanguas, descendiente de Luis Cernuda, que se fue con 61 por los 62 que tenía su biógrafo, y Paco Barrionuevo, que obvió la señal de Vado Permanente; en poesía, Jesús Tortajada o José María Cansino; de los que firman en los periódicos, Braulio Ortiz Poole, Eva Díaz Pérez, Luis Sánchez Moliní, Fernando Iwasaki, que le dijo a Hipólito que le habían hablado de él en Arequipa; los hermanos Ruiz (Daniel y Luis Manuel); de Historia, Rafael Cómez y Rafael Sánchez Faus… Desde que cerró El Correo de papel nunca hubo tanto letraherido con Paco Gallardo como médico y novelista de cabecera. No hay periódico sin un buen fotógrafo: para eso estaba Pepe Morán.

Juan María del Pino llevaba en el móvil un recuerdo fotográfico: Aquilino Duque, Antonio Rivero Taravillo y, leyendo de pie textos de Agustín de Foxá, Javier Compás, los tres a la sombra de un árbol después de que una concejala comunista del Ayuntamiento de antaño suspendiera el homenaje al autor de Madrid de corte a checa.

Antes de que salga El Conciso ya está en galeradas esta hoja volandera de la Carretera Amarilla, que suena a película de Fumanchú de cine de verano. Con los melillenses, los cernudianos, los galaicos, los falangistas, y que no falten los joyceanos (Ricardo Nvarrete y Nacho Gutiérrez).

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