La lección la da una afición madura: que aprendan dirigentes y entrenador
El sevillismo se ve desempeñando un papel clave ante el Leganés en un duelo dramático en el que el equipo de Caparrrós necesita con urgencia sumar triunfo reparador; La hinchada ha demostrado diferenciar protestas y apoyo
Caparrós se adueña de la megafonía en el último entrenamiento en el Sánchez Pizjuán
La afición del Sevilla ha vivido momentos históricos junto a su equipo. Ha llorado de alegría e incredulidad en los títulos y de amargura en los descensos, ha sufrido, ha entendido cada avatar que el tiempo y el destino han dictado, ha transformado su exigencia hasta adecuarla a cada momento y nunca jamás le ha soltado la mano.
Dudar de ella es traicionarla. Y aún peor, querer idiotizarla es un error gravísimo que no perdonará. Porque el sevillismo es una afición sumamente inteligente, una afición muy madura y la envidia de toda España y gran parte del extranjero. Aquí han llegado grandes mitos del fútbol mundial y se han quedado impresionados, boquiabiertos... ¿Aquí van a venir a dar lecciones? ¿Aquí van a decirle al sevillismo lo que tiene que hacer?
En un Sevilla en el que se han quitado las caretas, resplandece la habilidad de los que, en dos meses, han logrado convertir una cierta tranquilidad e insatisfacción clasificatoria salpicada con gritos y manifestaciones con un destinatario muy diferenciado en histeria pura con pánico real a un posible descenso que conllevaría consecuencias mucho más graves que una hecatombe deportiva. Pues sí.
Y todo eso la afición lo sabe. Si pita, que pitará, si pide dimisiones, que las pedirá... lo hará cuando tenga que hacerlo, no cuando su equipo esté atacando para anotar un gol necesario en un partido casi agónico. Lo hará antes y después del partido, al entrar al estadio y al final. Lo hará en el descanso y también hasta lo hará durante el desarrollo del partido, sí, pero aprovechando los parones y sin intervenir en el juego. ¿Apuestan algo? Pero es que lo lleva haciendo así toda la vida. Y, que es lo que temen estos dirigentes, contra ellos sobre todo desde hace un año. Ya por mayo de 2024, ante el Barcelona, vieron la luz los carteles amarillos de “Júnior, vete ya”.
¿No conocen a su propia afición? El entrenador, que se ha prestado a poner la cara para tapar las vergüenzas de otros y distraer la atención, demostró conocerla muy poco con la lección de sevillismo que quiso darle en la previa.Y si no era un mensaje para la afición sino para algunos en concreto sin nombrar a nadie, ¿por que no fue de frente y de verdad?
Fíjense si el sevillismo sabía lo que tiene que hacer que ya había organizado por su cuenta, como iniciativa de los biris, un encuentro en la puerta del hotel para acompañar al autobús del equipo hasta el estadio. Fíjense si sabe lo que tiene que hacer que han recordado al resto de la hinchada “las finales de mayo” para calificar este Sevilla-Leganés como otra final.
No, a esta afición nadie le va a dar lecciones de sevillismo. A madurez, inteligencia y entrega no le gana nadie. Por eso es la envidia de España y de Europa.
Dicho esto, ahora falta la parte del equipo. De la afición no hay ninguna duda –salvo los que las tienen, que lo que temen es otra cosa...–. Ahora al equipo le queda poner su granito de arena y lograr ese triunfo que cierre esa herida y empiece a abrir el futuro. Ganar al Leganés, lo que sería la primera victoria de 2025 en Nervión y poner fin a una sequía de cerca de cinco meses (desde el 14 de diciembre), prácticamente será espantar el fantasma que el propio club ha invocado desde dentro con una serie de decisiones a cuál más estrambótica, como la renovación de García Pimienta tras ganar su primer partido (al final no igualó ni los únicos 10 triunfos que había firmado en Primera en su carrera con la UD Las Palmas) para destituirlo sólo unos meses después.
Hasta los jueces le han echado un cable dejando que, de momento, juegue Lukébakio. El Sevilla se la juega, sí, pero dejen, por favor, a la afición, no la culpen de nada. Y sobre todo no le den lecciones porque sabe mejor que nadie lo que tiene que hacer.
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