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Urdiales pone temple y aplomo en una gélida tarde de mansos

El diestro riojano, que no estuvo certero con la espada, hizo el toreo más asentado

Diego Urdiales, cara a cara con su segundo astado, ayer en la plaza de toros de Valencia.
Paco Aguado / Valencia

18 de marzo 2015 - 01:00

Entre el desapacible clima de la tarde valenciana, más desabrida aún resultó la lidia de una corrida de Alcurrucén tan seria como falta de casta. Abantos y huidos todos de salida, casi todos los toros se dolieron y salieron sueltos en varas para después pararse directamente o moverse sin celo ni entrega alguna en las muletas de la terna de toreros.

El más difícil reto no era tanto intentar caldear mínimamente el gélido ambiente que reinaba en el tendido sino meter en faena a tanto manso con ganas de huida. Los toreros lo intentaron a su manera, pero fue Urdiales quien lo consiguió con mayor seguridad en dos labores en los que el temple, la inteligencia y el aplomo fueron sus armas más convincentes.

Las faenas del diestro riojano resultaron muy similares, en tanto que también tuvieron parecida condición ambos toros de su lote: sin celo ni clase, no quisieron emplearse apenas tras las telas de Urdiales, aunque su buena técnica consiguió aprovechar el mínimo resquicio de lucimiento que encontró con paciencia.

Tanto al tercero como al sexto, que fue un hondo toro cinqueño, les aplicó el matador de toros de Arnedo un convincente planteamiento: temple, medida y ritmo en los sueltos vuelos de la muleta, siempre con aplomo y naturalidad en la figura y sin salirse de la línea de fuego.

Fue así como, sobre todo con la izquierda, sacó muletazos limpios de esas medias arrancadas a las que él mismo daba intensidad acompañándolas gallardamente con el pecho. De menos a más los dos trasteos, y precedido el del sexto de un buen toreo a la verónica, Urdiales consiguió así lo más difícil, pero perdió trofeos en ambos turnos por su falta de contundencia con la espada.

Juan José Padilla insistió sin demasiado éxito con un primer toro muy aplomado, al que tuvo que provocar cada una de sus escasas embestidas. Y aún menos, salvo banderillear con espectacularidad, pudo sacar del cuarto, que, dañado probablemente en varas, se encogió moribundo hasta echarse definitivamente en la arena sin que el diestro jerezano llegar siquiera a entrarle a matar.

El lote de más movilidad y emoción de la corrida fue el que correspondió a Miguel Abellán. Su primero tuvo incluso ciertas posibilidades, porque repitió varias arrancadas potables y en paralelo a la figura del diestro.

No sin cierta tensión en los cites que impidió la ligazón de los pases, Abellán logró con éste momentos interesantes en un trasteo que no terminó de coger vuelo, para dar finalmente una vuelta al ruedo.

Ya con el quinto, que se movía en bruscas oleadas aunque sin malas intenciones, acertó el madrileño a aprovechar inteligentemente cada inercia sin pedirle al animal mayores esfuerzos en un trabajo de buen oficio pero también mal rematado con los aceros.

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