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La tradición de los encierros de San Fermín, celebrada anualmente en Pamplona, esconde una historia marcada por la tragedia y el peligro. Desde que se registró la primera muerte oficial en 1911 hasta la última en 2009, un total de 16 corredores han perdido la vida en este evento que atrae a miles de personas cada año a las calles de la capital navarra. En 2025, se cumplen 16 años desde el último fallecimiento, pero el recuerdo de las víctimas permanece como testimonio del alto precio que ha pagado esta centenaria tradición española.
El historial de fallecidos en los encierros de Pamplona refleja la peligrosidad inherente a correr delante de astados que pueden pesar más de 500 kilos y alcanzar velocidades superiores a los 30 km/h. El balance trágico incluye corredores tanto locales como extranjeros, con edades comprendidas entre los 17 y los 45 años, evidenciando que la muerte no distingue entre novatos y experimentados cuando se trata de enfrentarse a la fuerza bruta de estos animales.
Particularmente significativos son los años 1947 y 1980, cuando dos toros cobraron la vida de dos personas cada uno en un mismo encierro. Los nombres de estos astados, Semillero y Antioquío, quedaron grabados en la memoria colectiva de Pamplona como símbolos del lado más oscuro de la fiesta. El primero, perteneciente a la ganadería de Antonio Urquijo, y el segundo, de Guardiola Fantoni, representan la cara más amarga de una tradición que cada julio transforma las calles de esta ciudad española.
La historia de muertes en los encierros se inicia con Francisco García Gurrea, un joven de 21 años que fue corneado por un toro de la ganadería Villagodio el 7 de julio de 1910 en la entrada de la antigua plaza de toros. Aunque el incidente ocurrió durante las fiestas de aquel año, García Gurrea no falleció hasta enero de 1911, convirtiéndose así en la primera víctima oficial registrada. Este trágico suceso marcaría el inicio de un sombrío recuento que continuaría a lo largo del siglo XX.
La segunda muerte no llegaría hasta 13 años después, cuando Esteban Domeño Laborra, un joven de 22 años natural de Sangüesa, perdió la vida tras ser alcanzado por un toro de la ganadería Conde de Santa Coloma el 13 de julio de 1924. El incidente ocurrió en el tramo anterior al callejón, zona actualmente conocida como Telefónica. Apenas tres años más tarde, el 8 de julio de 1927, Santiago Martínez Zufia, un pamplonés de 34 años, se convertía en la tercera víctima al ser embestido en la Plaza de Toros por un astado de Don Celso Cruz del Castillo.
La internacionalización de la tragedia llegaría en 1935, cuando Gonzalo Bustinduy y Gutiérrez de la Solana, un mexicano de 29 años procedente de San Luis de Potosí, encontró la muerte en la Plaza de Toros el 10 de julio. La participación de extranjeros en los encierros comenzaba a incrementarse, preludio de lo que décadas más tarde sería una constante en las fiestas pamplonesas, especialmente tras la popularización internacional de los sanfermines gracias a Ernest Hemingway.
El 10 de julio de 1947 quedaría marcado como uno de los días más trágicos en la historia de los encierros. El toro Semillero, de la ganadería de Antonio Urquijo, acabó con la vida de dos corredores en un mismo encierro: Casimiro Heredia, alcanzado en la calle Estafeta, y Julián Zabalza, corneado en la Plaza de Toros. Este hecho sin precedentes conmocionó a la ciudad y puso de manifiesto el extraordinario peligro que entrañaba esta tradicional carrera.
La historia se repetiría décadas más tarde, el 13 de julio de 1980, cuando otro toro, Antioquío de la ganadería Guardiola Fantoni, causó también dos muertes en un mismo encierro. Vicente Risco, un pacense de 29 años, fue alcanzado mortalmente en la plaza de toros, mientras que José Antonio Sánchez Navascués, navarro de 26 años, perdió la vida tras ser embestido en la Plaza del Ayuntamiento. Estos trágicos sucesos reforzaron la percepción de que, a pesar de las medidas de seguridad implementadas con el paso de los años, el riesgo inherente a los encierros seguía siendo muy elevado.
En las últimas décadas del siglo XX y principios del XXI, los encierros continuaron cobrándose vidas. El 13 de julio de 1995, Matthew Peter Tasio, un estadounidense de Illinois de 22 años, perdió la vida en su primer y último encierro al ser alcanzado por el toro Castellano de la ganadería Torrestrella en la Plaza del Ayuntamiento. Este caso reflejó el creciente número de turistas extranjeros que, atraídos por la adrenalina y desconocedores de los peligros reales, participaban en los encierros sin la debida preparación.
El 8 de julio de 2003, Fermín Etxeberría Irañeta fue corneado por el toro Castillero de la ganadería Cebada Gago en el tramo de Mercaderes. Tras una larga agonía de dos meses y medio en el hospital, falleció el 24 de septiembre de ese mismo año, convirtiéndose en la penúltima víctima de los encierros pamploneses.
La última muerte registrada hasta la fecha ocurrió el 10 de julio de 2009, cuando Daniel Jimeno Romero, un joven madrileño de Alcalá de Henares de 27 años, sufrió una cornada mortal en el cuello que le provocó la muerte en cuestión de minutos. El toro responsable fue Capuchino, de la ganadería Jandilla. Han pasado 16 años desde este trágico suceso, y aunque cada verano los encierros siguen celebrándose con gran afluencia de público, las medidas de seguridad se han reforzado considerablemente.
Los encierros de San Fermín representan mucho más que una simple carrera: son un símbolo cultural de profundo arraigo en la identidad navarra y española. Sin embargo, las 16 muertes registradas a lo largo de más de un siglo han alimentado un debate cada vez más intenso sobre la ética y la seguridad de este tipo de eventos. Los defensores argumentan que se trata de una tradición centenaria que forma parte del patrimonio cultural inmaterial de España, mientras que los detractores señalan el sufrimiento animal y los riesgos para la vida humana.
En 2025, con la creciente sensibilidad hacia el bienestar animal y los derechos de los animales, el futuro de los encierros se encuentra en una encrucijada. Aunque las autoridades locales han implementado medidas para reducir los riesgos, como limitar el número de participantes, prohibir el consumo de alcohol antes de correr y mejorar los protocolos de emergencia, el peligro inherente a la fiesta persiste.
La lista de 16 fallecidos en los encierros de San Fermín constituye un sombrío recordatorio de que, más allá del folklore y la tradición, estas celebraciones conllevan un riesgo real para quienes deciden participar en ellas. Cada nombre en esta lista representa una vida truncada por la pasión y el peligro que convergen en las estrechas calles de Pamplona durante unos pocos minutos cada mañana de julio, en una de las fiestas más internacionalmente reconocidas de España.
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