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FRANCISCO DÍAZ-CARRILLO | CRÍTICA

Músicas para un templo recuperado

Díaz-Carrillo con los siempre seguros Alejandro Casal y Mercedes Ruiz.

Díaz-Carrillo con los siempre seguros Alejandro Casal y Mercedes Ruiz. / Luis Ollero

Fiel a su política de rescatar para el público barroco de Sevilla a músicos de la tierra que tienen pocas posibilidades de ser oídos por aquí (ya se sabe, la sordera de muchos programadores para con lo cercano es legendaria), el ciclo Otoño Barroco de los Amigos de la OBS ha prestado un espacio para el tenor sevillano (de Herrera) Francisco Díaz-Carrillo. Y no un espacio cualquiera, sino la recién rehabilitada iglesia del convento de Madre de Dios de la Piedad, con sus retablos de Adán y Barahona, sus Martínez Montañés y sus pinturas de Pedro de Campaña.

Es de suponer que el cantante haya seleccionado el programa en función de sus características vocales, pero la verdad es que el resultado no ha sido el esperado. Díaz-Carrillo posee una voz de tenor tirando a ligero, con un centro de bonito color, suave y aterciopelado, pero muy estrecho, porque los graves son casi inexistentes (tuvo apuros repetidos en este registro) y el registro de cabeza está sin consolidar. Los ataques directos sobre esta zona se saldaban con estrangulamientos continuos, con pérdida de relieve sonoro y con vacilaciones en la definición del sonido. Problemas de apoyo le obligaban a recurrir a la media voz y a los aledaños del falsete, jugando siempre sobre el filo de la navaja. Faltan armónicos en general para redondear el color y para proyectar con resolución.

Por contra, su fraseo fue muy cuidado, muy en estilo, con atención a los efectos retóricos (Monteverdi y sus efectos de eco o de imitación de instrumentos en Laudate Dominum) y al contenido místico (No me mueve mi Dios o Vergene bella de Mazzocchi), así como a la coloratura concitata y a las largas vocalizaciones (Flavescite, serenate de Torres, por no hablar de las espléndidas tiradas ornamentales en O quam pulchra de Monteverdi). Gozó de un continuo de lujo, complejo, imaginativo y muy elaborado, con el sonido envolvente del violonchelo de Mercedes Ruiz en primer plano, aunque la escritura original para violonchelo piccolo del aria BWV 41 le puso en algún aprieto en la franja superior.

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