Sinfonía atonal de una nación

A la deriva | Crítica

Zhao Tao y el robot que cita a Mark Twain en una imagen del filme de Jia Zhangke.

La ficha

***** 'A la deriva'. Crónica-drama, China, 2024, 111 min. Dirección: Jia Zhangke. Guion: Wan Jiahuan, Jia Zhangke. Fotografía: Nelson Yu Lik-wai, Eric Gautier. Música: Lim Giong. Intérpretes: Zhao Tao, Li Zhubin, Jianlin Pan, Lan Zhou, Zhou You.

Quienes pensaban que Jia Zhangke se había domesticado bajo las formas del cine de género o el melodrama (Un toque de violencia, Más allá de las montañas, La ceniza es el blanco más puro), pueden comprobar ahora en esta A la deriva, presentada hace un año en Cannes y felizmente estrenada en España gracias a Atalante, que el cineasta chino más importante del siglo XXI (Platform, The World, Naturaleza muerta) no sólo no ha rebajado ni un ápice la exigencia de su mirada crítica ante el devenir reciente y la deriva turbocapitalista de su país, sino que es capaz además de seguir encontrando nuevas e insólitas formas que, como en este caso, lo impulsan hacia el futuro a partir del reciclaje de los materiales propios del pasado y una no menos apasionante hibridación del trazo documental y la ficción apenas esbozada.

Porque A la deriva está construida a partir de fragmentos y descartes de películas y rodajes previos de 2001, 2006 y 2017 a los que se añade ahora, en un apasionante ejercicio de collage y ensamblaje sin miedo a las señales, un nuevo tramo levemente ficcional ambientado en el presente pandémico que sigue el devenir de una mujer de provincias, interpretada en registro netamente gestual y mudo por la gran Zhao Tao, en distintos periodos y en distintas ciudades y localizaciones que sirven de antonioniano y simbólico paisaje de fondo para mostrar las radicales transformaciones sociales, culturales y económicas de la gran nación china en lo que llevamos de siglo y cómo estas han repercutido de manera sensible en los individuos y, de manera particular, en las mujeres, verdaderas protagonistas (calladas y resilientes) de su cine.

Ese personaje femenino y su pareja ponen la percha mínima y los polos evolutivos de un relato coral y fragmentario que funciona empero como una suerte de gran archivo visual del pasado y los cambios pero también, gracias a un prodigioso montaje, a un denso trabajo sonoro y a una extraordinaria música de atmósferas y ritmos electrónicosde Lim Giong, como una gran sinfonía no ya urbana sino nacional y mutante en una forma libérrima que le permite a Zhangke moverse por el tiempo y el espacio como un discreto y distanciado demiurgo de lo real pero también como preciso y metafórico narrador que ha entendido, un poco a la manera de Bresson, que esa obsesión por eldinero y la tecnología se han convertido en la más poderosa arma de degradación y alienación masiva de todo un sistema otrora fundado en lo colectivo.

Una breve crítica de prensa no es capaz de describir todos los detalles, momentos y secuencias que hemos ido anotando, los ecos y rimas que se esconden bajo la acumulación de imágenes, formatos y canciones, los desdoblamientos y juegos que un filme tan libre le permite al cineasta. Quedémonos al menos con uno de los finales más memorables del cine reciente donde, una vez reencontrados, los viejos amantes poco tienen ya que decirse en un mundo de apuntes distópicos y robots que citan a Mark Twain antes de que nuestra heroína cansada y muda se una a la manada que corre por las calles para gritar un seco y rotundo ‘¡ja!’ que libera todo el peso de dos décadas de vida a empujones.

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