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Literatura

Alejandro Palomas pone rostro al dolor

  • El escritor, ganador del Premio Nadal y el Nacional de Literatura Juvenil, denuncia los abusos que sufrió en el colegio cuando tenía ocho años, un calvario que se vislumbra en su obra literaria

Alejandro Palomas, fotografiado el pasado septiembre en una visita a Sevilla.

Alejandro Palomas, fotografiado el pasado septiembre en una visita a Sevilla. / Juan Carlos Muñoz

Cuando grabó el audiolibro de su poemario Una flor (Letraversal), Alejandro Palomas advirtió a los técnicos que podía derrumbarse al leer los últimos fragmentos de aquella obra, en los que retrataba a un niño, el niño que fue, que ayudaba en la floristería de su madre a quitar las espinas a las rosas y que soñaba con tener –no lo consiguió– un papel pintado con flores en su dormitorio. En los versos, el autor apuntaba que lo que había hecho en su biografía, al cabo, era "despellejarme la infelicidad de la infancia". En la presentación de aquel libro, el ganador del Premio Nadal por Un amor y del Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por Un hijo aseguraba que había tardado "más de 50 años en asumir que soy vulnerable" y en afrontar su "verdad".

Hoy, esas declaraciones adquieren una nueva y dolorosa lectura que lleva a entender que aquella infelicidad de la que hablaba Palomas (Barcelona, 1967) tenía sus motivos. Este miércoles, el escritor contaba a varios medios, este periódico entre ellos, "los abusos, el acoso y la agresión" que sufrió por parte del hermano L –"llamémoslo así"– cuando apenas tenía ocho años, cuando era alumno del colegio de La Salle en Premià de Mar, durante los años 1975 y 1976. Aquel chaval se había mudado a ese centro y se sentía inadaptado, "y en ese infierno apareció esta figura, una figura protectora, alguien muy querido por toda la comunidad, afable y popular. Yo creía que estaba a salvo con él, y él también me buscaba, me tenía apadrinado", recuerda. "No pasó nada hasta 4º de EGB, cuando me empecé a poner enfermo con frecuencia, tenía a menudo amigdalitis y me entraba fiebre. Entonces él me llevaba a casa por dos caminos: uno era la carretera de la costa, el otro el camino del medio, que iba por entre las masías y los cultivos", relata Palomas. En esos viajes por la senda menos transitada empezó el horror y se sucedieron los tocamientos. La primera vez que aquel hombre eyaculó "se enfadó mucho, porque era una persona muy amable pero tenía cambios de humor muy bruscos. Me dijo: ¿Pero has visto lo que me haces hacer? Esa frase tan perversa me dio vueltas a la cabeza durante mucho tiempo, me atormentó. Estuve convencido de que era yo el que hacía algo que no debía".

Aquella situación se agravó en las vacaciones, cuando en las colonias de verano alguien le tiró una piedra "y me rompió los cristales de las gafas, que se me clavaron en los párpados. Me llevaron a la enfermería, y ¿quién estaba a cargo de ella? El hermano L, que decidió que tenía que quedarme en observación". Esa noche, después de tres visitas, aquel tipo lo violó y volvió a acusarlo de haberlo llevado a la perdición.

"Tal vez no sea una cara muy conocida, pero había que ponerle un rostro a esto para que se hablara del tema"

A ese terrible episodio le siguieron el desamparo y la confusión más extremos. "El hermano era tan bueno con el mundo que yo temía que nadie me iba a creer. Me callé por eso, y porque dentro de mí había una especie de remordimiento por eso de que yo, al parecer, hacía algo que lo provocaba, como me reprochaba él. Por suerte conseguí, con la excusa de que tenía el ojo malo, que mis padres me permitieran regresar a casa", rememora. La pesadilla no terminó ahí: el siguiente trimestre el agresor sería el tutor de la clase y también su profesor de lengua, que convirtió en una costumbre invitarlo a su habitación "a mejorar las redacciones. Dedicábamos a eso cinco minutos y después seguían los tocamientos. Eso duraría hasta Navidad, hasta un día que decidí que después de clase no iría con él. Me fui a mi casa en lo que fue mi primer acto de desobediencia, pensando que aquel hombre me iba a perseguir, y cuando vi a mi madre me puse a llorar, a llorar y a llorar. Sólo pude decirle: El hermano L me hace cosas, y me hace daño".

En el colegio, prosigue Palomas su testimonio, "les dijeron a mis padres que tomarían medidas, pero les pidieron también que por favor tuvieran discreción, una palabra cuyo significado yo desconocía por entonces. ¿Qué demonios era la discreción? Y este hombre dejó de acosarme, pero se encargó de ridiculizarme siempre que podía en clase, de manifestarme un odio que nunca fue enconado, sino sutil". El novelista ignora si algún compañero más sufrió los mismos abusos. "No puedo saberlo porque nunca hablé con nadie de aquello".

Palomas se había reservado ese dolor durante décadas "para no herir" a su madre. "Ella se sentía muy culpable por no haberlo detectado, cuando eso no lo puedes detectar, y por no haber hecho algo más", afirma. "En aquella época, de esto no se hablaba, eso no existía. Siempre creí que le había hecho una putada a mi padre, al que había puesto en un compromiso con el colegio. Ése era el ambiente que se respiraba en esos años. La Iglesia no se equivocaba, y nadie tenía recursos para gestionar lo contrario", analiza el autor de Un país con tu nombre, su última novela.

"Esto es parte de la memoria histórica. Es otra cuneta que hay que sacar a la luz y que airear, y curar la herida"

El escritor ha decidido compartir su historia después de que falleciera su madre, el pasado año, y especialmente tras leer un reportaje, "un mapa de los abusos cometidos en los centros de La Salle, y que la orden se ha negado a investigar". Palomas se sintió obligado a reaccionar tras aquella noticia: "Si yo puedo contribuir a que los que han sufrido lo mismo tengan una mayor credibilidad, debo hacerlo. Que quienes han sido responsables de que esto ocurra reconozcan lo que han hecho y lo reparen, no sé cómo, pero debe haber un reconocimiento público. Esto también es parte de la memoria histórica. Hay otro tipo de cunetas, y nosotros estamos ahí, y hay que sacarlo, y airearlo, y curar la herida. Hay mucha gente que no se ha curado; yo no sé si lo he hecho, pero al menos he sobrevivido. En el año 2004 me planteé que o me tiraba por la ventana o apostaba por seguir e iba a terapia, y decidí hacer un trabajo profundo con todo lo que arrastraba. Si no limpias esa mancha afectará a tu trato con los otros, a tus relaciones, a la forma de verte a ti mismo. Hay miles y miles de personas que no lo superan, y gente que igual está sufriendo abusos ahora, mientras hablamos. No es que sea una cara conocida, pero creo que hay que ponerle rostro a esto, para que se hable del tema".

Los lectores de Palomas pueden apreciar ahora bajo otra luz a esos personajes que ha trazado en sus libros, gente vulnerable curtida en el reto de sobrevivir. Conmueve encontrar en la historia de Un hijo, la peripecia de un niño fantasioso que soñaba con ser Mary Poppins, restos de su infancia profanada. "Cuando he presentado el libro en colegios, institutos, universidades, me preguntan los chavales y los adultos que por qué Mary Poppins. Yo les digo de broma que en los 70 sólo ponían en la tele a Julie Andrews en Sonrisas y lágrimas, a Julie Andrews en Mary Poppins, y, bueno, también Los diez mandamientos. En mi imaginación esa institutriz era mi idea de la magia, de la salvación, lo que hoy sería Marvel para un crío. Y hay una razón que hasta ahora no he contado: cuando estaba en esa colonia de verano, en esa cama, en una de las noches más largas de mi vida, lo que yo veía era una ventana enorme por la que no podía escaparme, porque era un segundo piso. Y pensaba: Tengo que aprender a volar, como Mary Poppins, para poder dejar atrás todo esto".

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