Los Bécquer, buscadores de belleza
El Bellas Artes de Sevilla recrea el linaje compuesto por los pintores José, Joaquín y Valeriano y reivindica al Gustavo Adolfo dibujante.
Además del don de la palabra, Gustavo Adolfo Bécquer tuvo también una facilidad pasmosa para recrear el mundo a través del dibujo, hasta el punto de que en su entorno anhelaban con expectación el resultado de las líneas que el autor trazaba sobre un papel. Su amigo Ramón Rodríguez Correa apuntó en una ocasión sobre esos esbozos, un testimonio recuperado en estos días por el profesor de la Universidad de Zaragoza Jesús Rubio Jiménez, que sus allegados “se disputaban el poseerlos, aguardando a que los concluyera, mientras seguían con la vista aquella mano segura y firme, que sabía con cuatro rasgos de pluma hacer figuras tan bien acabadas”.
Los Bécquer, un linaje de artistas, una exposición que programa el Bellas Artes de Sevilla hasta el 15 de marzo, trata “por primera vez” con “una particular atención” esta faceta de Gustavo Adolfo Bécquer, al que la pinacoteca reúne con su saga, esa estirpe familiar que heredó un apellido procedente de Flandes y que encontró en la capital andaluza “el escenario ideal para conjugar el fervor romántico con la observación del entorno cotidiano”, señaló ayer en la inauguración la directora del Bellas Artes Valme Muñoz.
A través de más de 150 obras, entre óleos, dibujos, acuarelas y litografías, Los Bécquer, un linaje de artistas, comisariada por el historiador del arte Manuel Piñanes García-Olías, reconstruye una dinastía que arranca con José Domínguez Bécquer (1805-1841) y que continuará con su primo Joaquín Domínguez Bécquer (1816-1879) y con los hijos del primero, Valeriano (1833-1870) y Gustavo Adolfo (1836-1870). Un clan cuyos integrantes compartieron la búsqueda de la belleza –también, salvo Joaquín, una trágica tendencia a morir jóvenes– y que la consejera de Cultura y Deporte Patricia del Pozo vinculó a otras sagas andaluzas del lustre de Frasquita Larrea y Cecilia Böhl de Faber, Manuel García y Pauline Viardot o la familia de los Machado.
Los Bécquer, expuso Del Pozo en su intervención, contribuyeron a la divulgación de “escenas, tipos y paisajes en un momento en el que ya estaba naciendo la industria del turismo en Andalucía”. El comisario Manuel Piñanes sitúa a José como “principal creador o iniciador” de la pintura sevillana de costumbres, un imaginario que cautivó a los viajeros románticos pero que el especialista identifica antes en la cerámica de Triana. Además de algunos retratos notables, la exposición refleja la querencia del pintor por los motivos populares y por hombres y mujeres corrientes que bailan en una venta o asisten a una cruz de mayo, un universo que trascendió sus fronteras gracias al entusiasmo del coleccionista británico Frank Hall Standish y a las litografías inspiradas en sus cuadros que se estampaban en París.
Como José, su primo Joaquín también se sintió atraído por el pueblo, al que plasmaba desde cierta “estilización”, y fue “muy apreciado por una ilustre clientela” entre la que se encontraban los duques de Montpensier e Isabel II. Esta exposición, para la que se ha restaurado su Procesión del Corpus por el interior de la Catedral de Sevilla, de 1845, supone el regreso simbólico del pintor al Bellas Artes: en 1866 Joaquín fue nombrado conservador del entonces llamado Museo de Pinturas, un proyecto en el que participó con entusiasmo.
Los amigos de Bécquer se “disputaban el poseer” los dibujos que el poeta realizaba
Más allá de la célebre obra en la que inmortalizó a su hermano Gustavo, la exposición reivindica a Valeriano como un retratista minucioso, un creador “versátil” que para Piñanes emprende “un paulatino abandono del estilo romántico para ir dando paso a una pintura más realista”. En el conjunto destacan los lienzos que realizó gracias a una pensión que le permitía viajar por España estudiando las costumbres y los trajes nacionales. Fruto de esta beca son piezas como El presente. Fiesta mayor en Moncayo (Aragón) la víspera del Santo Patrono o Interior de una casa en un pueblo de Aragón, cuando la familia se reúne por la tarde a tomar el chocolate, óleos en los que para el investigador Pedro J. Martínez Plaza, del Museo del Prado, muestra “el lado amable de la vida rural”, lejos de la crítica y la sátira de sus ilustraciones.
En el espacio dedicado a Gustavo Adolfo, presidido por el retrato que le hizo Valeriano, que se presenta a los visitantes restaurado, pueden verse una primera edición de las Rimas y leyendas y dos álbumes, prestados por la Biblioteca Nacional, y otros dibujos inéditos donde el poeta demuestra por qué sus creaciones en este ámbito también causaban el arrebato.
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