Coser el baile

En tiempos de ‘fast fashion’, los sastres del flamenco despliegan su creatividad para defender un oficio artesanal mientras buscan relevo generacional

El modisto José Galván durante un desfile.
El modisto José Galván durante un desfile. / Flamenco y Danza

Hay un dato que explica la naturaleza del traje de baile, su doble condición de vestido de gala y mono de trabajo: la espumosa fantasía de la bata de cola tiene un límite físico, no puede pesar más de cuatro kilos. De otro modo, es casi imposible mover ese armazón de tela con que las bailaoras ornamentan las alegrías o la guajira.

“La gente piensa que el traje de baile es una falda con lunares, y no”, explica el diseñador y bailaor malagueño José Galván en su atelier de la calle Sierpes. Desde la elección de las telas -de los clásicos crespón y popelín a los más modernos perforado, licra o bielástica-, a la naturaleza de la actuación, el diseñador flamenco se enfrenta a multitud de decisiones en cada encargo. “Siempre empiezo preguntando a mis clientas qué van a bailar y dónde. No usas los mismos colores para una soleá que unos tangos, ni las mismas dimensiones para un escenario de un teatro que para un tablao”, explica Galván. En su taller de Nuevo Torneo, su colega Carmelilla subraya la continua confusión con el traje de gitana para las ferias: “uno es un traje para lucir, que tiene la misma base que el traje de novia, y el otro es para una artista. Hay que saber algo de baile para dedicarte a esto”.

Galván, que reparte su tiempo entre los escenarios y el taller, establece nítidamente una serie de requisitos para que las bailaoras puedan expresarse: “los patrones de mangas, el cierre del escote, la abertura de la falda, todo tiene que estar medido para que ellas estén cómodas”, algo que confirma la bailaora María Távora: "Necesito que el traje me dé movilidad y se adapte a mí. Es lo que me aporta confianza y me permite expresarme". A pesar de estas limitaciones, las tendencias afectan al traje de baile tanto como a cualquier prenda: “Hace unos años todo era muy voluminoso, ahora se lleva todo más liso y sencillo. Por ejemplo, antes era impensable un traje sin mangas, y ahora es de lo más normal”, apuntilla Galván.

"Yo bailo con las artistas a través de mis vestidos", dice emocionada Carmelilla

Aunque la mayoría de vestidos se adaptan a los deseos de las bailaoras, muchos modistos poseen un estilo personal que atrae a sus clientes: “Creo que mi sello son los adornos” afirma Carmelilla, señalando la bisutería de un traje recién terminado. Unos acabados que han apreciado maestras como Manuela Carrasco, Aurora Vargas o Mercedes de Córdoba. Por su parte, de sus diseños para figuras como Luisa Palicio o Lucía 'La Piñona', Galván destaca su “atrevimiento y capacidad para mezclar, veo algo que me gusta y sé cómo combinarlo para que funcione”. Cuando María Távora encarga un vestido se inclina por el estilo clásico, "porque así siento mi baile, entiendo que quien interprete algo más contemporáneo elija otra estética".

Ambos modistos defienden el valor artesanal de este oficio, por el que deslizarán sus manos patronistas, cortadoras y costureras en lo que casi siempre se acaba convirtiendo en una cuenta atrás: “Este trabajo exige un trato muy personal, las clientas te llaman apuradas y aquí todo se hace a mano, así que no hay más remedio que echar muchas horas. Una chica confundió la fecha del estreno y aquí me tienes, trabajando un domingo”, se resigna con humor Carmelilla. La recompensa llega cuando las artistas lucen sus creaciones sobre las tablas: “Yo bailo con ellas a través de mis vestidos”, confiesa al borde las lágrimas. Igualmente, Galván entiende que “el vestuario es parte de la obra. Hay veces que al levantar el telón y ver a los bailaores ya entiendes de qué va la historia sin necesidad de música”.

"Las instituciones no valoran esta labor. En una exposición de diseñadores andaluces no hay un solo traje de baile"

En ese sentido, Galván ha contribuido a la revolución de los roles de género en el vestuario flamenco, pues confeccionó las batas de cola de Viva, la obra del bailaor granadino Manuel Liñán en la que varones se visten y bailan al modo en que tradicionalmente lo hacen las mujeres: “Todo eso ha venido para quedarse, pero tiene que partir siempre de la personalidad del artista, si no corre el riesgo de ser impostado”.

José Galván elige tejidos de un muestrario en su taller
José Galván elige tejidos de un muestrario en su taller / Alejandro Medina

A pesar de su importancia, varios peligros acechan a los modistos del baile flamenco: “Las instituciones no valoran esta labor”, sentencia Galván; “la Junta de Andalucía acaba de anunciar una exposición de diseñadores andaluces y no hay un solo traje de baile, que es por lo que se conoce a España en el mundo”. Un reconocimiento que, en su opinión, honraría nombres sagrados de la moda de baile como Salao, Lina o González. Así mismo, exige a los políticos cierta protección para un patrimonio cultural que la turistificación está convirtiendo en souvenir: “El centro de Sevilla se ha quedado desierto, las tiendas flamencas han desaparecido. Cómo vas a vender un mantón de Cantillana hecho a mano a doscientos euros si al lado hay una tienda de imanes que lo vende por doce [...] Se debería establecer quién puede vender moda flamenca”. La competencia de los gigantes del fast fashion como Shein también impone dificultades: “Hoy hay quien se compra un body por tres euros y cuando lo usa dos veces lo tira y se compra otro”.

En cambio, Carmelilla se muestra más preocupada por el relevo generacional: “Hoy todos han estudiado diseño de moda, pero nadie sabe dar una puntada. Llevo quince años buscando buena mano de obra, pero apenas hay. Quiero decirles a los jóvenes que este es un oficio sacrificado, pero muy hermoso, con el que se puede vivir muy bien. Esto no se puede perder”.

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