Cypress Hill y Molotov fueron dos cargas de profundidad en la Plaza de España

ICÓNICA SANTALUCÍA SEVILLA FEST

Icónica Santalucía Sevilla Fest vivió una noche en la que el humo, el groove, la rabia y el ritmo se dieron la mano. Cypress Hill convirtió el aire en hip hop denso y espeso; Molotov incendió el escenario con dinamita verbal, riffs fronterizos y un arsenal de canciones que siguen apuntando donde duele

Eric 'Bobo' Correa: "Los discos tienen magia, pero un concierto es una experiencia superior"

Cypress Hill en la Plaza de España (En primer plano B‑Real y Sen Dog) / Mauri Buhigas

El ambiente de la Plaza de España flotaba cargado de expectativas; todos sabíamos que estábamos a punto de entrar en una dimensión distinta donde el tiempo se dobla, el bajo manda y la furia se derrocha con la misma elegancia de quien sabe dosificarla, pero entiende que no es el momento de hacerlo. En esta doble jornada del Icónica Santalucía Sevilla Fest los que estábamos ya pendientes del escenario a las nueve y media, todavía poco más de la mitad de los 7.000 espectadores totales que fueron llegando poco después, no solo teníamos en común el calor y la espera, también la cerveza calentándose y la memoria compartida. Cypress Hill iban a salir para aumentar hasta el infinito la densidad de la atmósfera.

DJ Lord fue el primero de los cuatro componentes del grupo en salir a escena. Sin decir palabra, se puso al mando de los platos y desató un vendaval sónico a base de scratches frenéticos, beats rotos y una mezcla que saltaba del funk al hip hop con guiños rockeros que incluyeron a Led Zeppelin, Nirvana, Metallica, rebajando la dosis de plomo con el estándar Mr. Sandman. La tormenta que se avecinaba se estaba desatando. Cuando irrumpieron B‑Real y Sen Dog, la plaza explotó. El primero, con su voz nasal e inconfundible, encajó al instante en la base que lanzaba DJ Lord. El segundo, con su figura imponente y su fraseo grave, parecía un viejo chamán trayendo de vuelta los espíritus del hip hop de la Costa Oeste. El público respondió con los brazos en alto, las cabezas vibrando, las gargantas al rojo vivo. Cuando al cabo de un rato sonó el clásico When the shit goes down, you better be ready, no estaban haciéndonos una advertencia, sino una promesa: Cuando la mierda te empiece a cubrir, más vale que estés preparado.

DJ Lord, de Cypress Hill / Mauri Buhigas

Detrás de ellos, Eric Bobo no paraba de golpear. Su percusión en vivo no es de las que se limitan a acompañar, él dirige el cotarro. Es el músculo que transforma los temas en experiencias físicas. Bongos, timbales, tambores; la calle se fundía con la selva. Su desafío con DJ Lord a mitad de concierto convirtió el escenario en un campo de batalla rítmico donde el rap se volvió trance. Fueron cayendo más piezas conocidas, Hand On the Pump, A to the K, Cock The Hammer, Tequila Sunrise, Lowrider, los Latin con juegos de palabras en spanglish; el público gritaba los versos con ellos. Cuando llegó el largo popurrí dedicado a la marihuana hicieron que el olor a yerbecita se convirtiese en el amo de la pista.

Después del duelo de scratches y percusiones, Phuncky Feel One desató el funk psicodélico bajo la luna, crecida hasta la mitad, de Sevilla; puro groove denso, serpenteante, con el humo que flotaba y olía marcando el compás; Illusions fue un susurro narcótico que seguía flotando en el humito; en Boom Biddy Bye Bye no hubo contemplaciones, el beat cayó seco como un disparo en la noche y cada rima fue metralla lírica, con la peña coreando el boom biddy bye bye como si fuera el último verso antes del juicio final. Y el flow callejero de Real Estate aplacó un poco la cosa. Pero llegó I Ain’t Goin’ Out Like That y levantó una marea. Entonces tuvo lugar el salto inevitable de Insane in the Brain, con DJ Lord reventando el beat y B‑Real aullando como un profeta de otra era. ¡Cómo se pondría la cosa que How I Could Just Kill a Man me hizo desear abandonar la zona de prensa y unirme a los pogos, olvidando mis 68 tacos y la prótesis de rodilla! Si alguien no gritó ese estribillo de kill a man es porque ya no había podido con tanta presión y había abandonado el recinto. Si lo hizo se perdió la versión del Bomb Track de Rage Against the Machine escupida con rabia, sudor y puños en alto.

Eric Bobo, de Cypress Hill / Mauri Buhigas

Otro de los mejores momentos fue, sin duda, el remix metalero de Rock Superstar. Un riff al estilo Slayer, sampleado en vivo por DJ Lord, que transformó el escenario en una descarga de electricidad, seguido por más riffs que rugireron como motores en Can’t Get the Best of Me. Y cuando parecía que no podía haber más, se desató la fiesta final con el Jump Around de House of Pain, un clásico que Cypress Hill ha hecho suyo en esta gira. La locura fue absoluta; unos bailaban, otros saltaban, y los más veteranos asentíamos con una sonrisa envidiosa, conscientes de que estábamos viendo una especie de acto de resistencia. Lo de anoche fue perfecto. Casi perfecto. Bastante perfecto. Y nos llegó con un sonido impecable y potente.

Cypress Hill ya había conseguido que la energía vibrase en el aire. Ahora Iba a salir Molotov, con todo lo que eso significa para los que aprendieron geografía política con una canción llamada Frijolero y crecieron a ritmo de insultos transformados en himnos. Treinta años después de su primer estallido, que es lo que están celebrando en esta gira, los mexicanos siguen manejando la dinamita con la misma soltura que cuando aparecieron en los noventa como una patada en la boca del sistema establecido. La banda subió al escenario sin demasiada ceremonia, como si estuviera volviendo a casa: cuatro músicos que se intercambiaban instrumentos y turnos a las voces, con Micky Huidobro, casi siempre al bajo de cinco cuerdas; Paco Ayala en otro bajo y a veces batería ocasional; Randy El Gringo Loco Ebright, casi siempre en la batería, pero con varias buenas intervenciones a la guitarra y Jay de la Cueva, que está sustituyendo a Tito Fuentes debido a su enfermedad, ocupando su papel de guitarrista, con algún salto también a la batería. Y por si la banda clásica de Molotov no fuese suficiente, en la gira los acompaña Alejandro Sánchez LSNCHZ, poniendo la voz para que no se echase en falta a Tito ni una mijita siquiera. Unan ustedes a eso un puñado de canciones capaces de incendiar la plaza o de atragantar a alguno de los políticos locales, si se les hubiese ocurrido aparecer por allí. Lo demás lo puso el público.

Molotov / Mauri Buhigas

Abrieron con una de las más nuevas, Pendejo, como quien se saca una espina para no parecer nostalgia ambulante. Pero bastó que sonara la primera línea de Amateur (Rock Me Amadeus) para poner a prueba la calidad de los cimientos ideados por Aníbal González. El estribillo, entre falsete y furia, lo coreaban jóvenes y cincuentones por igual, como si en esa mezcla de sarcasmo y sabrosura sonara toda una provocación al destino. Molotov no dieron tregua. Paco rugía las estrofas mientras Micky respondía con el bajo como si estuvieran en pleno tiroteo verbal. La batería de Randy, compacta como una pared de ladrillos, marcaba un ritmo marcial sobre el que flotaban los riffs de guitarra con sabor a frontera de Jay. Todo era urgente, todo sonaba a presente.

Pero lo que distingue —y sostiene— a Molotov es su capacidad para convertir la denuncia en pogo, la crítica en carcajada, el caos en baile. En Frijolero, por ejemplo, hubo un instante en el que el público dejó de cantar para escuchar, no por devoción, sino porque cada palabra de esa letra, tan vieja y tan vigente, parecía escrita ayer mismo. La pausa fue mínima. Luego vino el estallido. Los que vinieron buscando fiesta la encontraron casi nada más empezar con Chinga tu madre y Changüich a la chichona, con un desfile de palabras gruesas que, más que escándalo, provocaron aplausos por la puntería. Pero también hubo lugar para el puño en alto, como cuando sonó Gimme Tha Power, un manifiesto con olor a calle y a pancarta que aquí, en el sur, resuena con un eco familiar. Puede que no sea una banda de las que les gustan a todos, pero suenan como si el mundo fuera una pelea que todavía se puede ganar a base de riffs y sarcasmo.

LSNCHZ, de Molotov / Mauri Buhigas

Parásito estuvo muy bien traída porque ataca a los políticos corruptos; los tintes de funk y ska llegaron con Lagunas mentales y Here We Kum; se desató la fiesta de nuevo con Molotov Cocktail Party, antes del Frijolero y Gimme Tha Power a las que siguió Hit Me, que prácticamente fue una prolongación de esa última. Más crítica con Voto latino y más diversión de nuevo con Me convierto en un marciano, original de los Misftis, al que Molotov convierte primero en cumbia acelerada y luego en punk rock sin frenos. Ahí fue cuando el rock se desbocó del todo con Perro negro granjero, que empezó con -algo muy parecido a- los acordes del La Grange de Z Z Top y sirvió para que Jay se convirtiese en el más convincente de los guitar heroes. El señor del banco llenó la Plaza de España de humor ácido y Dance and Dense Denso volvió a apretar el acelerador para que cerrasen a toda velocidad el set con el Demoler de los Saicos.

Volvieron al escenario para una tanda de bises, que empezó con aires muy latinos en Más vale cholo y los ritmos pegajosos de Mátate Teté. En el tramo final llegó Puto, sin censura ni explicaciones, la que todo el mundo les pedía a gritos desde hacía un rato. El público, lejos de la polémica, la recibió como lo que siempre fue, una canción contra la cobardía, más allá de los matices. Y después, Rastaman-dita, de sabor dulce con navaja escondida, puso el punto final, con dos o tres decenas de mujeres encima del escenario bailando y haciéndose selfies con los músicos. Molotov salió de allí como llegó, sin aspavientos, sin postureo. Con la ropa empapada, los ojos inyectados y la certeza de que, al menos por una noche, la rabia volvió a sonar joven.

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