David Lowery: “Los ritmos de Sevilla se te meten en la sangre”
DAVID LOWERY | Líder de la banda Cracker
El líder de Cracker y fundador de Camper Van Beethoven vuelve esta noche a Sevilla, la ciudad donde pasó parte de su infancia, para presentar un repertorio centrado en el primer disco de la banda. Entre recuerdos de Santa Clara, reflexiones sobre la industria musical y su particular mezcla de punk, folk y americana, David Lowery repasa su trayectoria con humor, lucidez y una memoria emocional que sigue oliendo a polvo, jazmín y duende
Miguel Rivera y el sueño que completó la foto
David Lowery (Texas, 1960) es una de esas figuras que han trazado un mapa personal dentro del rock alternativo norteamericano. Fue fundador de Camper Van Beethoven y ahora es el alma de Cracker, formación con la que desde los noventa ha explorado un rock americano directo, afilado y profundamente narrativo. Además de músico, Lowery ha sido productor, profesor universitario de economía, activista por los derechos digitales y autor de algunos de los textos más influyentes sobre el modelo de negocio de la música contemporánea. Lo que quizá no todo el mundo sabe es que una parte de esa mirada híbrida se forjó en Sevilla.
Esta noche, en una parada de la gira que hacen por España, Cracker vuelve a la ciudad con los mismos músicos que vinieron hace cuatro años: el propio Lowery a la guitarra y voz principal, Johnny Hickman a la voz y guitarra solista, Bryan Howard al bajo y Coco Owens a la batería, además del agradable añadido de Anne Harris al violín. A partir de las nueve de la noche, al escenario de la sala Malandar subirá Juana Everett, una cantante afincada durante muchos años en Los Ángeles, que acaba de volver a su ciudad natal, Madrid, para calentar el ambiente y ponerlo a punto para el gran concierto posterior.
Antes de que eso ocurra hablamos con Lowery sobre memoria, duende, fronteras musicales y la extraña y hermosa costumbre de construir canciones desde los márgenes, comenzando con algo que, para mí, era inevitable preguntarle.
Pregunta.-Cuando Cracker estuvo tocando en Sevilla hace cuatro años le vi hablando con nuestro gran músico local Dani Llamas y no quise interrumpirles, pero le escuché decir a usted que cuando niño vivió en nuestra ciudad, porque su padre era militar y estuvo destinado aquí, así que la familia residía en Santa Clara. Yo vivía justo enfrente, en el Polígono de San Pablo, y tengo prácticamente su misma edad. Así que es posible que nos intercambiásemos alguna pedrada en aquellas batallas que entablábamos los niños americanos y españoles, cada uno desde su acera de la avenida que separaba los dos barrios. ¿Qué recuerdos guarda de aquella época?
Respuesta.-Hay muchas cosas que recuerdo, aunque probablemente, como la mayoría de los recuerdos de cuando eres pequeño, son una extraña mezcla de detalles vivos y difusos. Vivir en Santa Clara mientras mi padre estaba en la base aérea de San Pablo, me situó en esa extraña pero hermosa frontera entre la cultura americana y la sevillana. Recuerdo el sol brillante, la forma en que la luz iluminaba ese tramo de campos abiertos entre nuestra vivienda y la ciudad. ¿Cultivaban trigo? ¿O alfalfa? -mis recuerdos me llevan a una plantación enorme como la de la película Los chicos del maíz-. Una vez se incendió y las familias del barrio tuvieron que salir a apagar el fuego con mangueras de jardín. Había un olor en la ciudad entonces, polvo y jazmín, tal vez azahar, y algo más que no puedo describir pero que todavía me provoca un recuerdo sensorial cuando lo percibo en el aire. Y recuerdo aquellas batallas de piedras, un poco ridículas, pero también una metáfora perfecta de cómo los niños intentan encontrar su lugar. Yo era demasiado pequeño para participar. Pero creo que el recuerdo que tiene usted es correcto. Cruzamos algunas piedras de una acera a la otra. Creo que crecer cambiando entre dos idiomas, dos juegos de reglas, dos tipos de música, si no otra cosa, me hizo sentirme un extraño desde el principio, pero quizás también me volvió alérgico a las fronteras musicales más adelante.
P.-No es ese el único vínculo que le une a nuestra ciudad. Hace poco más de veinte años dio usted conciertos por España junto a algunos de los más insignes músicos de rock que tenemos aquí: Álvaro Suite, Juano Azagra. Hábleme también de eso.
R.-¡Maravillosos!, los músicos españoles son de otro tipo, siempre apasionados, siempre dispuestos a desafiar los límites de lo que se supone que es el rock. Aquella gira fue un mosaico absurdo de idiomas, viajes en furgoneta y comidas interminables después de los conciertos. España me enseñó que el público ante todo quiere honestidad, seas gracioso, vulnerable o ambas cosas a la vez. Sin duda, esos conciertos dejaron huella; es difícil irse de España sin llevarte algo de su desorden y de su alma.
P.-No sé si todas estas vivencias sevillanas han marcado mucho su posterior producción musical. Se lo digo porque canciones como Dr. Bernice tienen un marcado ritmo de 3x4 con una cadencia que es también la típica del fandango y la jota.
R.-Absolutamente, los ritmos de Sevilla se te meten en la sangre. Mis primeros recuerdos son de despertar de la siesta en el barrio de Santa Clara, con mi padre haciendo de DJ en el patio para sus amigos. Él saltaba entre el rock and roll americano y los discos locales que compraba en la ciudad, flamenco y sevillanas, por supuesto. Puede que también hubiera algo de fandango o jota mezclado. Escribí una canción sobre esto en mi nuevo disco en solitario, se llama Plaza de Toros. He pasado la vida saltando entre tradiciones musicales, y a veces eso significa que esos valses ovalados se cuelan por la puerta trasera. Dr. Bernice es un buen ejemplo. Hay música de la frontera suroeste de Estados Unidos en esa canción, claro, pero también se percibe el cante andaluz para quien sabe escuchar. Además, la mayoría de mis canciones las compongo con guitarra de cuerdas de nailon; y las toco con los dedos, sin púa. Golpeo y percuto la guitarra. Eso es Sevilla. ¿Ha escuchado mi canción Everybody Get a Fucking Day Job? También está en ese disco en solitario. Tiene que escucharla. A veces simplemente me atrae ese sentido de melancolía y misterio que lleva consigo la música andaluza, creo que eso es el duende, ¿no? Quizás sea nostalgia, quizás es lo que ocurre cuando vives en un lugar construido sobre siglos de culturas que se cruzan.
España me enseñó que el público ante todo quiere honestidad”
P.-Con Camper Van Beethoven unió usted el punk, el folk y lo absurdo. ¿Pensó en algún momento que esa mezcla improbable era un nuevo lenguaje musical?
R.-En aquel entonces, no era ningún plan maestro, era pura necesidad y cabezonería. No encajábamos en ningún sitio, así que construimos nuestro propio espacio con lo que tuviéramos a mano: punk, ska, folk, bandas sonoras de spaghetti western. El absurdo era, en parte, un mecanismo de defensa. Todo el mundo a nuestro alrededor se lo tomaba tan en serio y tan políticamente que pensábamos: Mejor nos reímos de nosotros mismos antes de que lo hagan los demás. Pero sí, visto ahora con perspectiva, creo que acabamos inventando sin querer una especie de lenguaje, o al menos un dialecto propio, en el que podías ser irreverente y filosófico en el mismo verso.
P.-Mucha gente ve en Camper Van Beethoven un precursor del indie antes de que el término existiera. ¿Se reconoce en esa etiqueta o la encuentra demasiado reducida para lo que hacían?
R.-Parece poca cosa, pero lo entiendo. Indie ahora es casi un término de marketing, una estética más que una actitud, pero en aquella época era algo más desordenado, era ser capaz de hacer lo tuyo, como, cuando y con quien quisieras. Era también un sistema económico propio. Las bandas indie vendían discos indie a distribuidores indie, que a su vez los llevaban a tiendas de discos indie. Las bandas que yo admiraba no buscaban ser indie, simplemente evitaban lo obvio. Camper Van Beethoven era demasiado raro para la radio de rock moderno, demasiado pop para el hardcore, demasiado ácido para los ambientes folk. Así que, si eso es indie, vale, pero yo lo veo como una forma obstinada de abrazar lo que no encajaba en ningún lado.
P.-Le repito la pregunta, pero ahora sobre Cracker y cambiando la etiqueta de indie por la de alt-country.
R.-Alt-country siempre me ha parecido esa etiqueta que la gente saca cuando lo que haces suena a country rock, pero no encaja del todo en ninguno de los dos géneros. En mi caso, Cracker nunca iba de rendir homenaje estilístico. Era más bien cuestión de despojar la música hasta quedarnos con la esencia; la música de raíz como herramienta, y no como disfraz. Si acabamos en algún sitio llamado alt-country fue más por casualidad, o quizá porque tropezábamos con Merle Haggard y los Rolling Stones dentro de la misma canción.
Crecer entre dos idiomas y dos juegos de reglas me volvió alérgico a las fronteras musicales”
P.-¿Qué le queda de aquella estética de collage permanente, de ese impulso experimental de Camper Van Beethoven, después de varias décadas escribiendo canciones más clásicas con Cracker?
R.-Ese impulso siempre está ahí, latente bajo la superficie. Con Cracker, creo que aprendí a esconder mi rareza a la vista de todos, quizá la experimentación tomaba la forma de una letra que te descoloca, o un cambio de acorde que no debería funcionar. Nunca dejé de amar ese método de cortar y pegar; solo aprendí a valorar la sencillez, a dejar que la canción respirara más. Pero de vez en cuando, sobre todo en directo, ese instinto de collage vuelve, y de repente aparece una melodía balcánica o un ritmo inesperado sin motivo alguno. Pero debería usted escuchar mi disco en solitario. Hay algo de ese rollo de collage antiguo en él.
P.-Con Cracker el sonido se volvió más directo, más afilado, más americano. ¿Fue una reacción natural al caos creativo anterior, o una necesidad vital de encontrar una voz más clara?
R.-Creo que fue a la vez reacción y evolución. En parte, después de años de caos musical, quería probar si podía escribir canciones que funcionaran con solo una guitarra y una voz. Buscaba claridad, pero sin renunciar a la complejidad; simplemente aprendí a esconder mejor el artificio. Es difícil escapar de lo americano cuando estás metido a fondo en la maquinaria de la música de raíz y empiezas a ver lo desordenada y fértil que puede ser esa tradición. A veces, la claridad también es una forma de rebeldía.
P.-En una industria que buscaba éxitos en el grunge y el pop, Cracker entregaba country, rockabilly, folk. Canciones como I Want Everything casi parecen una burla a la avaricia corporativa. ¿Era una forma de mantener el control artístico, incluso a riesgo de un menor éxito?
R.-(Risas). Eso es justo lo que nos dijo el responsable de A&R de Virgin cuando le dimos el primer disco de Cracker. Dijo algo como: Me gusta mucho este disco, pero habéis hecho un álbum de roots rock justo cuando las bandas más grandes de rock están tocando grunge. Yo quiero sacarlo, pero no os sorprendáis si la radio no sabe muy bien qué hacer con vosotros.
P.-Las historias que cuenta en sus canciones son de personajes perdidos, irónicos, fallidos. ¿Qué le atrae de esos antihéroes? ¿Hay en ellos parte de usted?
R.-Creo que las canciones son más sinceras cuando reconocen el desastre que supone ser humano. Siempre he sentido más afinidad con los perdedores, los raros, la gente que se queda en la esquina de la fiesta buscando cómo volver a entrar. Esa ironía sirve de autodefensa; evita que las canciones sean demasiado confesionales, pesadas o sentimentales, pero claro, al final todo es proyección. Hay algo de mí en cada personaje, pero también algo prestado de la gente que conozco en bares, de las giras, de mi propia familia. En realidad, lo que más me gusta es escribir sobre gente que aún no termina de encontrar su lugar.
P.-¿En qué momento dejó de ser solo un compositor para convertirse también en un activista de su propio oficio? Es usted uno de los músicos que más ha reflexionado públicamente sobre derechos digitales y modelos de negocio.
R.-Fue una evolución lenta y a regañadientes. Al principio pensaba que alzar la voz distraía del arte. Pero ver a amigos perder su modo de vida mientras la nueva economía musical prometía visibilidad en vez de dinero para el alquiler me hizo darme cuenta de que tenía que decir algo. Escribí una entrada en mi blog que se hizo viral, y de repente estaba testificando ante el Congreso y demandando a las plataformas de streaming. Nunca quise ser ese tipo, pero si sabes cómo se hace la salsa, tienes la responsabilidad de señalar el lío. Al final del día, solo intento dejar el campamento un poco más limpio para quien venga después.
Las canciones son más sinceras cuando reconocen el desastre que supone ser humano”
P.-También ha sido profesor universitario de economía, productor, escritor, teórico de la industria. ¿Cómo conviven el académico y el músico dentro de usted sin pelearse por el protagonismo?
R.-La verdad es que no lo sé. Para mí es algo natural. Simplemente funciona. Me sorprende que todo el mundo no sea así.
P.-¿Hay sorpresas en el repertorio de esta gira por España? ¿Alguna canción vieja que vuelva, algún tema reciente que esté creciendo especialmente en directo?
R.-En esta gira apostamos por el primer disco. Nos inclinamos por el lado más sureño y menos country de la banda. Tenemos a nuestra violinista de Estados Unidos con nosotros, Anne Harris. Ella está empapada de blues, música celta y el violín acadiano de Norteamérica. Podría haber sido la violinista de Led Zeppelin.
P.-Tras esta gira por España, ¿qué planes hay en el horizonte? ¿Está la banda trabajando en nuevo material, o el foco está en celebrar el legado y conectar con el público en directo?
R.-De momento no tenemos nada previsto en el horizonte. Bueno, aparte de nuestro festival de fans en primavera en Athens, Georgia. Es el 30 aniversario de The Golden Age. Probablemente toquemos ese disco entero esta primavera y verano.
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