Caer y seguir cayendo

A pesar de sus buenas prestaciones visuales en clave analógica, este segundo largo de Lino Escalera tras el estimable No sé decir adiós no termina de hacer despegar sus promesas de filme de género ambientado en el mundo de la prostitución y las mafias de segunda en una Costa del Sol carente de todo glamour.

Trazados con demasiado esquematismo por hasta seis manos, los personajes tristones de esta Hamburgo, la prostituta de origen rumano (Ioana Bugarin), su proxeneta violento (Roger Casamajor con la voz cascada), y sobre todo el joven taxista melancólico en fase de desintoxicación al que Jaime Lorente resta su cara de bueno enseñando todas sus taras e intenciones desde el primer momento, no se apartan nunca, y eso que se les da espacio y metraje de sobra para hacerlo, de los estereotipos del cine criminal que no terminan de respirar por sí mismos más allá de la estrechez de perdedores que le imponen la escritura y el contexto.

Más volcado en recrear y recrearse en esos ambientes, texturas y atmósferas entre el degradado extrarradio urbano y los locales nocturnos o en subrayar un fatalismo demasiado impostado, Escalera se olvida de hacer progresar su historia o de insuflarse algún que otro golpe de efecto en aras de unas relaciones interpersonales marcadas por el pasado, las adicciones, el Edipo, la violencia, la culpa o los sueños de escapada de manual elemental.