El tiempo pasa, Kylie no
ICÓNICA SANTALUCÍA SEVILLA FEST
Irrumpiendo como una diosa y con la energía intacta a sus 57 años, Kylie Minogue ofreció en la Plaza de España una noche de pop bailable, emoción vocal y reinvención constante. Un fin de fiesta a la altura del Icónica Santalucía Sevilla Fest
Las imágenes del concierto de Kylie Minogue en Icónica Santalucía Sevilla Fest
Kylie Minogue vino anoche a cerrar el Icónica Santa Lucía Sevilla Fest, ante 12.000 espectadores, con un concierto de su gira Tensión Tour, en la que está celebrando una era que comenzó hace dos años con el single Padam Padam, una sensación en discotecas gay y TikTok, y continuó con sus discos Tension y Tension II. Después de su gran entrada, como un fogonazo rojo brillante, el espectáculo que desarrolló en la Plaza de España fue admirablemente sencillo, manteniendo a Kylie siempre en el centro. Su energía fue contagiosa y su presencia magnética. Apoyada muchas veces en el playback y en las voces de algunas chicas del coro que tenían su misma tesitura vocal, con lo que eran un gran alivio para ella, recorrió sus éxitos a un ritmo impresionante, desde sus inicios con The Loco-Motion hasta Good As Gone del Tension II, sin ni un solo segundo de aburrimiento. El ritmo frenético fue la columna vertebral del concierto. Comenzó con unos esbozos de Lights Camera Action mientras los láseres recorrían la pista, dándole al ambiente un aire de noche de club, ya que el repertorio estaba diseñado para bailar.
Había algo de la elegancia art‑pop que mostraron aquí mismo los Pet Shop Boys en la cuidada escenografía y en la extravagancia inherente de Kylie, que se sintió natural en lugar de forzada. Prescindió del derroche y lo apostó todo al carisma, unido a una banda compacta, ocho bailarines que cambiaron más de vestuario que ella, con máscaras y atuendos que iban de túnicas negras a camisetas brillantes y trajes inflables, resaltando la energía constante; visuales sobrios pero impactantes y un momento acústico que dejó con ganas de más, cuando con el único apoyo de su guitarrista y un bombo pregrabado interpretó una versión muy intimista de Say Something. Antes que ese ya habíamos tenido otro momento emotivo cuando invitó a un fan al escenario, el afortunadísimo Alejandro, a quién envidiaré toda mi vida por haber estado al lado de ella haciendo de Nick Cave por unos segundos, para interpretar a capela una estrofa de Where the Wild Roses Grow sentados muy juntos en la escalera del escenario -la mano de él en la rodilla de ella- y llevarse a casa una de las tres rosas blancas que Kylie repartió entre la gente.
Después regresó al ritmo de las canciones bailables. El estilo predominante fue el electropop brillante de los discos Tension, pero hubo constantes recordatorios de la riqueza de géneros en su repertorio. El single Dancing, con su influjo country, encajaba perfectamente dentro de ese nuevo pop al estilo de Beyoncé o Lana Del Rey que triunfa en festivales y redes. Y no fue la única canción con una nueva interpretación; muchos de sus hits más conocidos se transformaron para encajar con la actual vibración de club: Spinning Around lo presentó como un remixpiano‑house, una reinvención digna de este himno de regreso, que refuerza su agilidad para combinar nostalgia con tendencias actuales; On a Night Like This se convirtió en una odisea techno del futuro cercano; The Loco-Motion adquirió tono de club sin perder su encanto kitsch. Además, sin estridencias, ha logrado actualizar su música para sonar más joven que su edad, sobre todo en las viejas canciones de Stock, Aitken & Waterman como Better the Devil You Know o Shocked, tras la que llegaron los primeros gritos de guapa y guapa y guapa y guapa y guapa, interpretadas seguidas aquí. La mayor parte del espectáculo fue como una noche de fiesta sin resaca, todo ritmo, luces y felicidad despreocupada. Y podía llegar a ser irresistible. Esta gira, la decimosexta ya desde que comenzó su carrera a los 10 años como Princesa del Pop, demuestra de forma vital y convincente por qué Kylie Minogue ha seguido lanzando éxitos durante cinco décadas.
El momento más destacado llegó poco antes de la recta final, cuando Kylie interpretó Confide In Me como una balada de doom metal cargada de dramatismo y tambores propulsores. Fue una exhibición vocal que iba de lo intenso a lo estratosférico, un momento de seis estrellas en un concierto de cinco, que no desentonaría en una de las producciones de Stephen O'Malley. Después de ese clímax emocional hubo tiempo para recomponerse con un tramo final que recorrió de lo oscuro de Slow a la emotividad abierta de All the Lovers, pasando antes por la triunfal Can’t Get You Out of My Head, coreada por todo el público, para luego volver con dos bises, Padam Padam, la razón principal por la que los adolescentes la descubren hoy, y Love at First Sight, que en esta versión de la gira se convierte en otro argumento de que podría ser su mejor canción. Con los bailarines luciendo camisetas con su nombre, este final confirmó la euforia colectiva de la noche. Lo que empezó como una puesta en escena contenida se transformó poco a poco en un abrazo colectivo; la música y la figura de Kylie se adueñaron del espacio y encendieron una complicidad genuina. Su vínculo con el público fue, en sí mismo, un espectáculo aparte. Al concluir, Kylie parecía enternecida por la ovación ensordecedora, pero su firmeza delataba una confianza suprema; ella sabe, a sus 57 esplendorosos años, que no necesita adornos extras para sostener este espectacular despliegue, toda una orgía sensorial.
El anochecer ya prometía brillo antes de acabar siendo el auténtico desfile de euforia hedonista que terminó siendo cuando Jodie Harsh se apoderó de la controladora digital. La DJ británica ofreció una corta sesión de unos treinta minutos donde el house vocal, el disco acelerado y el techno travestido se fundieron con una actitud punk y una sensibilidad queer tan desbordante como bailable. Harsh es un personaje icónico de la noche londinense; drag queen, productora, compositora y agitadora cultural, que comenzó su andadura en el East London de mediados de los 2000, organizando fiestas imposibles entre el burlesque y la rave. Poco a poco se ganó un lugar privilegiado en la escena electrónica, pinchando en clubes de renombre mundial como el Ministry of Sound o el Fabric, y colaborando con artistas como Charli XCX, SOPHIE o Purple Disco Machine. Con sus remezclas de clásicos retorcidos bajo su particular filtro de brillo y beats musculosos, bajo las que aquí apenas pudimos intuir algunas piezas de Fatboy Slim o Donna Summer, lejos del techno cerebral y el minimalismo introspectivo, Harsh hizo bailar al público que poco a poco se iba congregando en la pista; lo hizo gritar y, unido al calor que todavía hacía a las nueve de la noche, lo hizo sudar como si estuviera en una pasarela del infierno.
En esta ocasión, Harsh abrió la sesión con una remezcla del Ooh La La de Jessie Ware, con lo que ya puso la pista a punto. El público, entregado desde el minuto uno, respondía a cada drop con brazos en alto y contoneos sincronizados. El set avanzó entre remezclas de clásicos como Finally de CeCe Peniston o Be Free de Rathbone Place, e incluso un remix demoledor de su propio tema Never Knew, con una línea de bajo que hacía temblar las maderas de los palcos. Dejó claro que sigue siendo la diva indiscutible del dance queer europeo, una mezcla entre Grace Jones, Pete Tong y Divine. Que venga quien quiera a disputarle el trono; la reina Jodie Harsh sigue reinando.
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