Ciento veinte años esperando a Lucrezia Borgia
LUCREZIA BORGIA | CRÍTICA
La ficha
****Ópera de Gaetano Donizetti con libreto de Felice Romani. Solistas: Marina Rebeka, Duke Kim, Teresa Iervolino, Krzysztof Bączyk, Jorge Franco, Pablo Gálvez, Julien Van Mellaerts, Cristiano Olivieri, Matías Moncada, Moisés Marín y Alejandro López. Coproducción del Teatro de la Maestranza, Auditorio de Tenerife, Ópera de Oviedo y Teatro Comunale de Bolonia. Escenografía: Andrea Belli. Vestuario: Valeria Donata Bettella. Iluminación: Alessandro Carletti. Coreografía: Sandhya Nagaraja. Coro Masculino del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección de escena: Silvia Paoli. Dirección musical: Maurizio Benini. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Miércoles, 3 de diciembre. Aforo: Poco más de tres cuartos.
Ciento veinte años hace desde la última representación en Sevilla, el 31 de diciembre de 1905 en el Teatro San Fernando de Lucrezia Borgia, una de las óperas de mayor arraigo en la ciudad en el siglo XIX, con noventa y una funciones desde su estreno aquí en 1839 hasta sólo quince años después, sólo superada en éxito de público por Lucia di Lammermoor.
En nuestro caso, la espera de casi siglo y cuarto se ha resuelto con un retorno de altísimo nivel. Si bien es verdad que la trasposición temporal de la Ferrara renacentista a la Italia fascista puede funcionar (mismo clima de abyección moral, violencia al servicio de la república, crueldad en las relaciones interpersonales) la idea se emborrona con algunas “originalidades” difíciles de encajar, como la presencia del Lobo Feroz y Caperucita, la clase de gimnasia y la coreografía de cabaret de los esbirros o la sustitución del veneno por una rubia con lápiz de labios ponzoñoso. Una pena, porque la escenografía funcionaba, así como la iluminación (bellos efectos de sombras) y las escenas de crueldad encajaban con ambiente argumental, aunque quizá de forma algo extrema.
Una de las grandes bazas del éxito de este producción es tener al frente de todo a Maurizio Benini, toda una autoridad en el arte de dirigir belcanto a la manera de los viejos maestros. Llevó en todo momento controlada a la orquesta, regulando su sonido (bellísima entrada de la orquesta para introducir el rondó final de Lucrezia) y llevando a la voces en volandas sin cubrirlas en ningún momento, incluso cuando Orsini y Genaro cantan sentados desde el fondo del escenario. Y con los tempos y las acentuaciones propias del estilo donizettiano al objeto de perfilar el mensaje dramático de la partitura. De sus manos emergió un sonido orquestal transparente y cristalino, rico en colores.
Debutaba en el personaje Marina Rebeka y a la luz está que tiene el personaje perfectamente acomodado a su voz: brillante, solvente tanto en la franja aguda como en la grave, con una impecable línea de canto que no se rompía ni siquiera en los pasajes más virtuosísticos. Y con una capacidad de transmisión dramática impresionante que llegó al extremo de expresividad en su escena final, a la que llegó en plenitud de medios como para coronar con un rutilante sobreagudo. Hubo morbidez en su canto ligado y sostenido sobre el fiato canónicamente, como en el arranque de "Com'è bello!". El canto es natural y elegante en las cavatinas y en las cabaletas muestra igual soltura en el canto más agitado y ornamentado, con alguna escala descendente de inigualable homogeneidad y afinación. Su canto más dramático y enérgico afloró en el enfrentamiento con su esposo, toda una exhibición de garra teatral y de fuerza expresiva. Gratísima sorpresa la del tenor Duke Kim, de aterciopelada voz puramente lírica y con un legato y un fraseo lleno de matices, desde su racconto inicial de extremada delicadeza en la emisión, hasta su escena final, dramática pero sin perder nunca el horizonte de la emisión controlada. Espléndida también Iervolino, de sedoso timbre y un estilo impecable de atacar las notas y de mantener las frases. Sus dos momentos a solo, "Nella faltal de Rimini" del prólogo y la balada del segundo acto sonaron con plenitud belcantista. Baczyk fue un auténtico bajo cantante de voz poderosa pero también flexible. A destacar del resto el buen Rustighello de Moisés Marín, el Gubetta de Matías Moncada y el Liverotto de Jorge Franco, con buenas actuaciones de los demás, así como del coro masculino.
Temas relacionados
No hay comentarios