Grandioso Mahler para abrir una nueva etapa
ROSS. Ciclo Sinfónico 1 | Crítica
La ficha
REAL ORQUESTA SINFÓNICA DE SEVILLA
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Temporada 2025-26. Ciclo Sinfónico 1. Solistas: Emőke Baráth, soprano; Emily D’Angelo, mezzosoprano. Coro del Teatro de la Maestranza. Joven Coro de Andalucía(Marco García de Paz, director).ROSS. Director: Lucas Macías.
Programa: Sinfonía nº2 en do menor Resurrección de Gustav Mahler [1894]
Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Jueves, 11 de septiembre. Aforo: Casi lleno.
Para empezar oficialmente su relación como titular de la ROSS, Lucas Macías programó la Segunda de Mahler, que como declaración de intenciones no está mal. Obra monumental y cargada de un pathos romántico que, apoyada además en ese emotivo número coral de cierre, es capaz de conectar con un público amplio. Y el maestro onubense se aplicó con intensidad a la tarea.
Desde el primer clímax el planteamiento fue de gran calado: ese crescendo tuvo la claridad direccional de quien sabe manejar la inercia sin dejarse arrastrar por la furia, y así la cuerda relució admirablemente empastada; los violines sonaron límpidos y articulados, con esa mezcla de brillo y contención que permite oír detalles incluso en los momentos más densos. Esos matices incluso crecieron en los dos siguientes movimientos: el Ländler del segundo brotó amable y fresco –no folclorismo impostado, sino canto popular domesticado con elegancia–, con unas pequeñas inflexiones dinámicas que enriquecieron su respiración sin fracturar ni su unidad ni su sentido. El scherzo, versión instrumental de uno de los más famosos lieder del Wunderhorn, alcanzó un tono popular auténtico gracias a la flexibilidad del fraseo, apoyado en una grácil cadencia rítmica, un rubato que nunca resultó amanerado, muy contenida a la vez la sustancia grotesca que algunos maestros han destacado aquí.
La obra cambia a partir del cuarto movimiento, con la aparición de la palabra y la voz humana. En Urlicht, también sacado de los poemas del Wunderhorn, la joven canadiense Emily D’Angelo tardó en encontrar la temperatura adecuada –comenzó con un timbre algo frío y más vibrato del necesario–, pero fue entonándose, y su voz se hizo más directa, sólida y cálida en sus intervenciones del quinto movimiento. Ahí, Emőke Baráth estuvo sencillamente maravillosa, destacando por su timbre solar, sin veladuras, la musicalidad y la precisión del fraseo, empastada en un primer momento de forma sutilísima con un coro que arrancó en un pianissimo estremecedor.
Un coro que en realidad eran dos, pues al del Maestranza se unió el magnífico Joven Coro de Andalucía. La mano de su titular, Marco Antonio García de Paz, se notó sin duda por esa forma de decir en piano sin susurrar, ¡cantando!, por esa ductilidad y homogeneidad en la sección final cuando todo está escrito por encima del forte. El dibujo que hizo Macías de ese final resultó de una sobriedad imponente, con contrastes casi quirúrgicos y una plasticidad en el manejo de los volúmenes y las dinámicas (¡perfectas esas trompas desde fuera de escena!) que reforzaron la arquitectura dramática de la obra. Pequeñas vacilaciones en el metal no restaron valor a una interpretación de extraordinaria seriedad, medida, sentida y nada complaciente. Un gran trabajo colectivo que anuncia posibilidades interesantes para la nueva etapa y que recibió el reconocimiento de un público entregado.
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