Díaz Yanes se infiltra mejor

Un fantasma en la batalla | Crítica

Susana Abaitua en una imagen del filme de Díaz Yanes.

La ficha

**** 'Un fantasma en la batalla'. Thriller, España, 2025, 105 min. Dirección y guion: Agustín Díaz Yanes. Fotografía: Paco Femenía. Música: Arnau Bataller. Intérpretes: Susana Abaitua, Andrés Gertrúdix, Iraia Elías, Raúl Arévalo, Ariadna Gil, Eduardo Rejón.

Por razones obvias, Un fantasma en la batalla y La infiltrada están condenadas a comentarse juntas y soportar comparaciones. Estrenadas con apenas un año de diferencia, ambas comparten una misma premisa y algunas relaciones y situaciones a partir de la recreación ficcional de los hechos reales: la infiltración de una agente de la Policía/Guardia Civil en el seno de ETA para luchar en la más absoluta soledad y clandestinidad contra la banda terrorista en sus más cruentos días de plomo. Ambas comparten también lo que a mi juicio es su principal punto ciego, a saber, no explicar o ahondar en los motivos y razones profundas que llevan a una agente a vivir en esas condiciones, riesgos al margen, durante tan largo plazo de tiempo.

En cualquier caso, la cinta de Díaz Yanes (Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, Sin noticias de Dios, Alatriste), de nuevo en plena forma tras el batacazo de Oro, se impone sobre la de Echevarría en casi todos sus frentes, sobre todo porque abraza la dinámica del género policial y el juego constante del gato y el ratón desde unas fuentes cinematográficas mucho más interesantes y a la postre efectivas. Esas fuentes no son otras que las del polar francés o el cine de Jean-Pierre Melville como territorio de depuración, concisión y ejercicio narrativo rítmico que borra las huellas del psicologismo para trabajar a partir de los tipos, la escasez de palabra en favor del gesto y la puesta en escena y las acciones determinantes.

Así, Un fantasma en la batalla hace de la infiltrada que encarna Susana Abaitua una suerte de samurái que asume su rol sin dudas ni concesiones, una pieza de disciplina y ejecución que apenas se comunica con el mundo exterior a través de un superior al que Andrés Gertrudix también interpreta en unas mismas maneras delonianas, desprovistas de toda profundización moral o ética en aras de una misma eficacia que es, a la postre, lo que impulsa y mueve el relato a ambos lados de la frontera franco-española e incluso en sus fugaces visitas al Sur.

Díaz Yanes sabe trasladar ese tono a todo el filme y a sus personajes secundarios, trazados de una o muy pocas pinceladas por unos Raúl Arévalo, Iraia Elías, Ariadna Gil o un Jaime Chávarri que terminan componiendo un muy creíble y, sobre todo, efectivo grupo dramático capaz de hacernos palpar la tensión creciente, la violencia seca y el peligro (de muerte) en un artefacto narrativo siempre en propulsión.

Mención especial le debemos también a los ocasionales insertos de archivo televisivo (de los siniestros años 90) que anclan el género en la realidad de aquellos días y la idea de usar las canciones italianas de los sesenta como recurrente leitmotiv que no sólo sirve de aviso interno sino que atraviesa e hilvana secuencias en un inteligente recurso de montaje. Tal vez lo único que cabe afearle un poco a esta estupenda película sea una excesiva dependencia de la otra música dramática. Melville la hubiera dejado en la mitad o incluso menos.

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