Estas no son las noticias

El divorcio entre audiencias y medios se acrecienta a medida que estos últimos creen que pueden seguir dictando la actualidad

Fotos de la apertura del Mercado provisional en La Línea
Fotos de la apertura del Mercado provisional en La Línea / Erasmo Fenoy

15 de febrero 2022 - 22:03

Podría resumir el día con las intrigas políticas derivadas de las elecciones de Castilla y León, sobre si mañana estaremos contando una guerra en Ucrania o sobre los datos de incidencia del covid del día. Sin embargo, había que tirar por otro lado.

Escuché en el programa de Julia Otero en Onda Cero referir su experiencia comentando con su círculo los resultados de las elecciones en Castilla y León. Contaba la periodista que había soltado su propio globo sonda para conocer las reacciones a los resultados y ocurrió que cinco de seis personas a las que había preguntado ni sabían ni tenían criterio sobre lo ocurrido el día anterior en los comicios autonómicos.

Acto seguido, las dos contertulias de Otero obviaron por completo el comentario de la directora del programa y siguieron opinando sobre 'cordones sanitarios' y 'huevos de serpiente'. Yo he venido a hablar de mi libro.

Abundando en lo que ya dije que pensaba: estas elecciones se han convertido en una suerte de espectáculo en redes y en medios, cuando en otro momento de la política nacional habrían pasado sin pena ni gloria. Pero es que sigue la 'resaca electoral' (cada que vez que leo o escribo el sintagma de marras, como 'fiesta de la democracia', me dan ganas de emborracharme de verdad...) y más seguro estoy de que el periodismo está en las antípodas de lo que realmente le importa a la gente.

Creo que no habrá opinión más impopular en mi propio gremio, pero el tiempo en el que los periodistas marcábamos la agenda de la actualidad ya pasó. Hace bastante. Ya no decidimos de qué habla la gente en la cola del supermercado ni en la barra del bar, de donde esta dichosa pandemia ha echado hasta a los ejemplares de papel.

Puede que cuando estudiábamos Periodismo creyéramos que podríamos cambiar el mundo; la tozuda realidad es que el mundo nos cambia a los periodistas. No podemos pensar, como Stalin, que los periodistas no tenemos que dar noticias, sino educar a las masas.

Como responsable digital, tengo el deber de analizar las cifras de lecturas de los enlaces web de nuestros periódicos, algo que en papel no podemos contabilizar (no estaría mal, ¿eh? Un chip contador de lecturas de cada artículo, pero no existe y nos quedamos con la ganas…). La cruda (crudísima) realidad de los datos es que el periodismo que nos interesa a los periodistas no es el que interesa a la gente. Y no estoy ahora pensando en gatitos ni piezas que arrasan en visitas contra las que se rebelan los más viejos (no de edad precisamente) del lugar.

Donde un periodista, digital al menos, debe fijarse para saber si su historia está llegando o no a su audiencia es en el tiempo que estos pasan en la página, en los comentarios (obviando haters, que no críticos) que generan y si en las redes sociales su historia, noticia, entrevista o reportaje tiene el eco pertinente. Y por favor, señores periodistas, miren (miremos) más allá de Twitter en este último supuesto. Ahí solo están los colegas, ese eco vale lo mismo que las visitas de los gatitos. Mi pareja, también periodista, tiene una frase para eso que amenaza a menudo con tuitear, pero recuerda al Torrente más soez...

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