La ventana
Luis Carlos Peris
Nauseabunda protección al delincuente
Visto y Oído
Dentro de una semana será la gala final de Eurovisión para la que España está clasificada sin merecerlo y en la que, nadie lo podrá remediar, acabará en última posición Blas Cantó. No es por ser agoreros, ni mucho menos derrotistas: los eurofans, con tanto peso en la votación colectiva, han salido defraudados con la puesta en escena en Rotterdam de una canción, Voy a quedarme, que no ha brillado en ningún momento desde que se diera a conocer.
España va a acabar última o por ahí dentro de una semana por el poco atractivo de la propuesta del equipo de Cantó. La canción va dirigida a su abuela, fallecida por coronavirus, pero el relato visual es el de una luna, con el murciano en interpretación intimista, sin nadie más en el escenario. La música no atrapa y la declamación en falsete del intérprete español no impacta. No es que sea un mal número pero en Eurovisión a estas alturas acuden delegaciones con gran nivel, originalidad y potencia en todos los aspectos. Voy a quedarme pasa muy de largo. Malta, con una voz negra desbordante, Destiny; Francia, con la desgarradora Barbara Pravi (en Telecinco la aprovecharon para lo de Rocío Carrasco); Italia, con un espectacular rock a cargo de Maneskin; o la diva cofradiera de San Marino, Senhit, son algunas de las favoritas porque atrapan a los espectadores de cualquier país. A Eurovisión no se puede llevar cualquier cosa y es el pecado que durante años ha cometido TVE con el festival.
Cantó ya va cuesta abajo por sí mismo pero a ello también ha contribuido la tendencia: la riada de propuestas mediocres de otros años que impiden que el tema español sea atendido con interés. El gallo de Manel Navarro es uno de esos borrones que aún deben avergonzarnos.
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