La ventana
Luis Carlos Peris
Y se hizo real la cofradía perfecta
Estos días, la ciudad se salpica de colas en las casas de hermandad para el reparto de papeletas de sitio. Son una cuaresma concentrada porque, durante ellas, la vida transcurre a otro ritmo. Desde que se llega, se hace repaso del año en un instante, de quien ya no sale, la ilusión de sacar por primera vez la papeleta de un hijo, tercera generación. Costumbre, fervor religioso, sentimiento identitario, memorial de los mayores, son miles las razones por las que alguien saca su papeleta, tantas como los motivos para transfigurarse en el anonimato de la túnica. La hermandad tiene rostros concretos esos días: hermanos organizando, algunos que echan una mano, o solo saludan. Otros se ponen al día de las cuotas o, sobre todo, de la vida. Una convivencia entrañable, orgullo de pertenencia compartido en ese tramo de emoción y perseverancia, el esqueleto que sostendrá la cofradía.
Otra cola es la de los besamanos. En la espera de esa cita anual se repasa también lo vivido, con acción de gracias, petición, o riña incluso. Justo antes del encuentro donde se siente en el alma la caricia de la imagen y cuanto representa de cercanía familiar de Dios y su bendita Madre. El silencio se va imponiendo como bruma tierna cuando ya casi se roza el umbral. Dentro, reflejos miel y olor a cera, murmullos apagados y un rito, tan vivido. Los ojos pendientes de Ella ya desde el dintel. Empiezas a rezar con paso corto, mientras te acercas. Cruje la tablazón, un instante fugaz ante sus ojos y Ella que te mira, acogiendo hasta el último rincón de tus heridas. Te sientas luego un momento para seguir rezando con la mirada. Saludo quedo del hermano que siempre está ahí y sabe de tu devoción, tan personal. Sales a la calle, parece otro día. Se cruza un joven atolondrado, con una bolsa alargada por la que asoma un capirote, recogido tras otra cola. Es cuaresma y los días van pasando suavemente –¡no perdamos esa cadencia amable y calma!–, como los devotos de un besamanos, o cada papeleta que se corta de su matriz para el nazareno que quiere volver a serlo, un año más.
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