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"Todo el que cree, piensa. Porque la fe, si lo que cree no se piensa, es nula" (San Agustín)

Demasiadas veces nos acercamos a la trascendencia con un rigor casi temeroso, diríase que basado en un respeto inducido por la aprensión. Quien tiene verdadera fe carece de miedo y la ausencia del recelo es la alegría. Nada que sea alegre es espantoso ni feo. Tú hiciste de tu protestación una misión de alegría, disipando con tu limpia sonrisa cualquier atisbo de incertidumbre. Abrazaste los votos en un tiempo de valores epidérmicos sin darle ningún carácter de sacrificio ni renuncia, como hacías todas las cosas: con la naturaleza de lo cierto. La felicidad de tu palabra clara y convencida fue tu mejor prédica y ejemplo. Hablar contigo era un baño de admiración por hacerlo con quien sanaba sus dudas perseverando en Dios, sin imposturas ni prontuarios estudiados en tomos de teología. Uno presentía en tus palabras la Verdad de la Existencia, porque construías tu fe sobre la paradoja sólida de la vacilación.

Sin misticismos trasnochados ni manoseados y huecos clichés. Tu creías porque dudabas; esa era la fuerza de tu esperanza. Nos transmitías a quienes te tratábamos el amor a Cristo desde tu sencilla simpatía, tan potente era tu sonrisa. Esa humildad tan propia de ti, con la que evitabas situarte en un plano superior cuando compartías los motivos de tu profesión, te hacía invencible y tan necesaria para quienes alguna vez perdimos la frágil bitácora de la senda hacia Dios. Fuiste y serás siempre nuestra monja bonita porque en tus ojos y en tu rostro estaba la luz cierta de quien había encontrado su camino. Atrás quedamos tus hermanos y amigos, con el consuelo firme de que estás donde quisiste siempre estar, habiéndonos señalado sobre el suelo de esta efímera vida el mapa inequívoco con el que conducirnos.

Te has ido como hacías siempre, con la modesta discreción de una religiosa que nunca quiso ser protagonista por sí misma, sino por sus hechos; consciente como eras de que el camino se señala andándolo. Ya estás en la compañía de María y de su Hijo y, los que seguimos andando tras tu estela, tan sólo te pedimos que sigas rogando por nosotros como siempre lo has hecho. No nos dejes, hermana María Luisa, no nos dejes más, monja bonita.

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