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Luis Carlos Peris

Bonito y triste a la vez...

BONITO y triste a la vez es el camino de vuelta del Rocío, pero no tan triste como doblar el cabo doloroso de un viaje sin retorno. Este mediodía, cuando ya la Virgen haya vuelto a su ermita, cuando la cohetería haya enronquecido definitivamente porque ya no hay motivo para la explosiva manifestación de júbilo, de nuevo se levantará el polvo del camino. El polvo del camino de vuelta, bonito y triste a la vez, levantado por esa serpiente monocolor que desanda lo que se anduvo a golpe de ilusión una semana antes. Hoy, Lunes de Pentecostés, se desperezarán de nuevo las caravanas para un retorno como de alma serenada y triste aunque alguna como Triana lo deje todo para mañana, que las prisas no son buenas consejeras y las heridas del alma se curan con tiempo y temple, mucho temple. Es también una forma de alargar en el tiempo el gozo vivido en estos días inolvidables en las Rocinas, pues ¿y si fuera la última vez, el último camino de vuelta, el desembarco definitivo en una rutina ya para siempre..?

Bonito y triste a la vez, qué sarcasmo, cómo se combinan dos cuestiones tan antagónicas, lo bonito con lo triste. Y es que la tristeza puede ser bella, pero nunca bonita. Sin embargo, la ruta que hoy arranca en las Rocinas para, como en un inmenso tentáculo, abrirse a los mismos caminos y a las mismas veredas que sirvieron para arribar a la tierra prometida es bonita y triste. Hoy debería ser el día grande del Rocío, el día en que la Virgen se acerca a las casas a hombros de esos camisas pardas que no aceptan el intrusismo de nadie sin su aquiescencia, que para eso son ellos los exclusivos portadores de la Blanca Paloma, pero es el día más corto. Lejos ya en el recuerdo el paso por Quema, el sesteo en Pozo Máquina, aquella noche en El Caoso y el raid que supone superar la Raya Real.

Todo tan lejos y qué cerca el camino de vuelta. Digo que hoy debiera ser el gran día en el Rocío, pero es un día que acaba pronto. Como todo lo intenso, se hace fugaz, instantáneo. Quizá sea Coria, la racial y siempre comprometida hermandad de Coria del Río, la primera que abandone las Rocinas para enfilar el camino de su pueblo frisando la gran raya que separa el mundo de la marisma. Quizá sea Coria la primera en desandar lo andado y Triana la última, pero qué tristeza en ambas, cómo pesa el camino cuando la meta no es la anhelada. Y al igual que Coria y que Triana este rincón del alma también hace un camino sin meta, un camino que contó con otros tres lunes como el de hoy y que se labró con el corazón y sin dejarse nada en el tintero. Nada que mereciese la pena, quiero decir, que de lo otro para qué vamos a pararnos, ¿para qué pensar en medios días habiendo días enteros? Camino de vuelta.

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