La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Una nueva Sevilla en altura
Darle a las teclas en estos momentos es sufrir una punzada a cada instante y hacer al mismo tiempo el esfuerzo debido de dar gracias a Dios por haber abrazado tantas veces a un ángel en la tierra, porque todos los que lo conocimos hemos sido dichosos. Antonio Caravaca Silva (1966-2025) se murió el viernes después de dejar un continuo testimonio de amor, afecto, sonrisas y de un carácter que al evocarlo genera una sonrisa por la que se derraman las lágrimas. Deja el mejor legado al que un ser humano puede aspirar, de hecho el único que se puede dejar aquí al pasar a un mundo libre de miserias: el amor del que brotó el fruto de la unión de su familia. Veo a Antonio hoy de nazareno de las Siete Palabras portando una vara y con su padre de fiel acompañante. Veo a Antonio ayudando a misa en la Capilla de la Vera-Cruz, abrazado al cardenal Amigo en la sacristía ante de una celebración en la que tocará la campana en la consagración. Veo a Antonio los Lunes Santos con la naveta de la Virgen de las Tristezas, con el semblante serio como corresponde a la cofradía y atento con el rabillo del ojo a todos los que se acercaban a verlo, porque él disfrutaba como el niño grande que nunca dejó de ser de todas esas visitas discretas que se reciben cuando se forma parte del cortejo de una cofradía. ¡Treinta años portó la naveta! Veo a Antonio los Jueves Santos por la mañana, perfectamente trajeado y fundido en abrazos con tantos hermanos del Silencio en las horas de mayor gozo que se viven en el atrio de San Antonio Abad, donde sale la cofradía de su hermano, Juan José, de su cuñada Elo y de sus sobrinas. Veo a Antonio escoltado por sus padres Juan y Concha en los paseos por el centro; en los cumpleaños en la casa de la calle Abad Gordillo; con el hermano Pablo en la última peregrinación a Lourdes, o cualquier día de tiempo ordinario por la Plaza de Duque jugando durante el paseo a enrollar y desenrollar una cuerda rematada por un munequito.
Qué vida más bien vivida la de este Antonio, un ser de luz. Deja un vacío desgarrador en quienes lo trataron. Su hermandad de la Vera-Cruz, con ese poder que tienen las cofradías de generar cariño en el momento más necesario, colocó durante la misa del sábado, junto a sus cenizas, la naveta y la campana de nuestro Antonio. Depositada la urna en el columbario, nada mejor que referir lo que a Antonio le hubiera encantado: "El Betis ha ganado". Brille para este ángel la luz perpetua del cielo merecido, que ahora es todavía mejor, mientras en Sevilla, ay, nos quedamos huérfanos de su sonrisa e invadidos por la melancolía, pero también con un sentimiento de gratitud porque fue una dicha tratarlo en tantos momentos hermosos. Dios bendiga a quienes lo cuidaron y le propocionaron una vida digna y marcada por el cariño.
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