La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Nos libramos de pasar vergüenza
No me habían bloqueado nunca en las redes, a pesar de mis descaradas opiniones políticas. Ha sido reconocer, con san Bernardo de Claraval, que para mí ninguna gloria dada a la Virgen María es demasiada y que la considero Corredentora, como san Pío X, san Josemaría Escrivá de Balaguer o san Juan Pablo II, y recibir bloqueos. Parece que es verdad que el catolicismo vuelve a levantar pasiones. Tanta virulencia en el debate teológico, ¿no es un signo? De esperanza.
Un amigo –mío y de los jarros de agua fría– me avisó de que esos izquierdistas tan tolerantes que creo que me leen, no me leen, y que, por eso, no se toman el trabajo de bloquearme. Mientras que los católicos fervientes –ya hiervan de un lado o del otro– sí me echan un ojo. Me convendría ahora que mi amigo estuviese en lo cierto, porque no quiero jalear a la izquierda ni parecer que le doy la razón.
Sin embargo, aunque estoy en contra de destrozar o resignificar el Valle de los Caídos, el proyecto que han presentado es coherente. Lo confieso. Implica un mensaje clarísimo. Antes de resumirlo, repito –porque ya sabemos lo inflamables que son los lectores apasionados– que yo estoy en contra de que destrocen el lugar de paz, de reconciliación y perdón que es el Valle.
Ahora bien, si los progresistas hacen el proyecto que han mostrado, se van a encargar un autorretrato hiperrealista. El signo que representa al antiguo Valle es la cruz más alta del mundo y una estremecedora Piedad, donde una madre recoge a su Hijo entre sus brazos. Ahora, lo que representará al Neo Valle es un boquetarro. Un redondel vacío. El signo perfecto –clavado– del nihilismo. El cráter del alma inexistente de nuestro tiempo. El agujero será hecho necesariamente contra la obra del pasado, porque para destruir hace falta algo que socavar y la posmodernidad sólo excava. Al fondo del agujero van a abrir un museo. Otro contraste. Un museo frente a un templo: una mirada teledirigida al pasado, frente a una mirada esperanzada a la eternidad.
Entre las razones que ya tenía para desear un Valle de los Caídos rezado, respetado y restaurado, sumo una más: la piedad. Aunque el régimen actual se merece esta fidelísima caricatura arquitectónica, parasitaria del símbolo anterior, da bastante pena que el progresismo se ponga tan coherentemente en evidencia.
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