La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Qué clase de presidente o qué clase de persona
Solo los ilusos desprecian las banderas y las llaman “trapos”. Las banderas son cosa muy seria. Por ellas se mata y se muere. Si eso puede parecer más o menos razonable es otra cuestión. Allá cada uno, en estas cosas hay barra libre. El propio José Álvarez Junco, uno de los historiadores que más han estudiado el proceso de “nacionalización” de España en los siglos XIX y XX –personaje de amargo sarcasmo que tira más bien al progresismo– ha señalado alguna vez que uno de los grandes errores de la II República fue el cambio de bandera. Se eligió una de parte –la tricolor– en vez de optar por la que la gran mayoría sentía como propia y común, la que llevaba los colores de los vinos de Jerez y Rioja, como rezaba el pasodoble sentimental y diminutivo con el que todos los quintos habían jurado bandera. El yerro fue monumental y levantó una barrera emocional imposible de sortear para muchos ciudadanos. Simplemente no estaban dispuestos a morir por aquel tuneo amoratado de la rojigualda. Y no deja de ser paradójico, porque los pocos republicanos que había (Azaña, Maura, Alcalá Zamora...) eran convencidos nacionalistas españoles, probablemente más que muchos monárquicos.
Sobre la Flotilla cada uno puede opinar lo que quiera, como con las banderas. Su objetivo, sobre el papel, era bueno y noble: parar la matanza (escabechina, carnicería, matazón, etcétera) del pueblo de Gaza por parte del Estado de Israel y llevar vituallas a los desesperados asediados. Pero solo hay que echar un vistazo a la lista del pasaje y a algunos de los pabellones que alzaban para saber que estamos, entre otras cosas, ante una de esas movilizaciones de radicales profesionales que requieren del conflicto para su subsistencia, como otros necesitan trabajar todos los días. Un revoltijo de banderas y consignas que van desde la independencia de Cataluña hasta la movilización climática... Si no, ¿qué pintaría en todos estos tumultos una bandera como la estelada, que es el símbolo por excelencia del golpismo antidemocrático en la España actual? ¿Es posible defender la legalidad internacional y no la nacional? ¿Y qué hacían en la cubierta dos condenados por etarras como son Itziar Moreno y José Javier Osés? ¿Pueden ser los apóstoles del tiro en la nuca y la voladura de la Constitución los heraldos de la paz? Los únicos que en toda esta tragicomedia han estado a la altura ha sido la tripulación del Furor, el buque de la Armada que hemos pagado todos los españoles para proteger el simulacro buenista y alimenticio de los flotilleros. Y, por supuesto, la bandera que ondeaba en su palo mayor.
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