¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Ussía, el último acto del “otro 27”
En el 50 aniversario de la muerte de Francisco Franco, se pregunta uno por qué este hombre parece estar más presente entre quienes no lo conocimos (o sólo de niños) que entre quienes sí vivieron buena parte de sus vidas bajo su Régimen; gente más que mayor. Jóvenes y maduritos sin criterio vivido alguno, que veneran u odian a Franco. Sin haber indagado, y mucho menos sufrido la guerra de sus abuelos o bisabuelas; la inmensa mayoría, inocentes víctimas del cainismo patrio y los batallones y checas de calle o de caqui. Tampoco saben de la miseria de posguerra o del boom “desarrollista”. Ver a chavales gritar “Franco, Franco” y cantar el Cara al Sol, llamar a los del otro indoloro bando “nazis” o ignorar al campeón genocida Stalin –ambos con ágrafa candidez– mueve al exilio interior del jubilado. Furiosos de tres comidas diarias, sin la más remota idea, o una tendenciosa, sobre la trágica historia de hace casi un siglo, de la que hacen acomodado apedreo. El franquismo y el antifranquismo son residuos resucitados por timadores.
La Guerra Civil enfrentó a sangre y fuego a media España con otra mitad. Tras casi un millón de muertos, hubo vencedores y vencidos. Las causas del enfrentamiento fratricida no fue cosa de la gente corriente, víctimas casi todas. El golpe de Estado que acabó con Franco como jefe del Estado plenipotenciario e inclemente tras su victoria fue precedido de una República que no fue pacífica, angelical ni madre de todo bien: todo aquel horror fue una premonición ibérica de una dialéctica entre fascismos y comunismos continentales, engendros de la injusticia y la pobreza de la mayoría.
Inmediatamente después, desolada España, la barbarie se vio reproducida a gran escala por mucho mayores fuegos y sangres en Europa y en buena parte del planeta. Que jóvenes y adultos de menos de 50 años odien o amen a Franco es del todo pasmoso. Si preferimos decirlo cara a un futuro común, es inútil e inquietante. Que los partidos hagan caja con tales atrocidades pasadas es trivialmente atroz. Que se haga justicia con cunetas, paredones y ajustes de cuentas perpetrados por canallas ya bajo tierra es una legítima y tardía esperanza. Es peligrosa la resurrección bipolar, sobre la que los nuevos cínicos echan yesca y gasolina a brasas que no existen, a extintos horrores. Antipatriotas, patrioteros... politicastros. Y niñatos.
También te puede interesar