Vía Augusta
Alberto Grimaldi
¿Hay también una ‘vía extremeña’?
El músico Pedro Rojas Ogáyar, sevillano de Jaén como servidora, me contó que, en un pueblo cerquita del suyo, remozaron la talla de la patrona. La transformación fue espectacular, se llevaron a una virgen y les devolvieron a una diosa. Con buen criterio, el sabio pueblo se rebeló. Hubo una campaña para devolverla a su modesta hechura primera, con un eslogan prístino: “¡La guapa, no!”. Apoyo la moción, sin necesidad de ver el antes y el después.
Se me viene a las mientes esta historia por la restauración de ida y vuelta de la Esperanza Macarena. Para apreciar este asunto, parto con la desventaja de que mi ojo no ha sido entrenado para distinguir con precisión las facciones de las tallas sacras de Sevilla, como tampoco de las Ateneas Niké repartidas en los museos o, pongo por caso, las caras de los japoneses. En cambio, y sin necesidad de hacer profesión de fe, sería capaz de reconocer, entre las miles de vírgenes negras, a la de La Cabeza, porque la he visto desde chica y porque he visto a los míos cuando han ido a verla afirmar que no las hay más guapas, y ya pueden decir misa cantada los cánones de belleza o las ideas de sus partidos políticos. Así, puedo entender (no tanto como para maldecir a nadie) lo que supuso el lifting de pestañas y otras blefaroplastias en la talla macarena, para quienes mirarla a los ojos representa un canal directo con la memoria de los suyos, con lo más hondo de sí mismos y con lo trascendente.
Ni esta imagen ni otras han permanecido inmutables, baste ver las fotos de la Macarena de un siglo a esta parte para confirmarlo. Mas hay una referencia en los ojos, no ya en los de la imagen sino en los de nuestros abuelos y madres, que nos sirve para reconocer validez de un icono (o su vulneración). A este respecto, ahí reside el ideal de belleza. Contra todo entendimiento de este fenómeno operan rimbombancias e histrionismos que no cesamos de ver reverberados por las redes y las teles, que colaboran con esa narrativa externa que dibuja a Sevilla y a sus gentes como en una kermés continua y delirante. Así, siempre habrá dispuestos de uno y otro signo a no entender que la imagen de la Esperanza Macarena no es solo una talla de valor artístico, sino figura de fuerte valor devocional e incluso identitario de un barrio y de una ciudad, asuntos estos que conciernen e importan, más acá de las cosas de los dioses y sus teologías, a las de los humanos y su antropología.
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