Libertad de opinión y responsabilidad

22 de agosto 2025 - 03:10

Aunque no lo manifiestan, por no incomodarme, soy consciente de que el tono moderado de mis artículos decepciona hasta cierto punto a los amigos con los que proclamo desenfadadas sentencias de barra de bar. Aprovecho por tanto la ocasión para compartir con los lectores, conocidos o no, que, a menudo, el sentido de la propia responsabilidad del periodista –de plantilla o aficionado– pone límites naturales a su libertad de opinión en el medio de comunicación que le sirve de altavoz.

En las democracias liberales como la nuestra, lo normal es que la mayor parte de los medios sean de propiedad privada, respondiendo cada uno de ellos a una determinada línea editorial. Cuanto más independiente sea esta última, menores trabas encuentran tertulianos y columnistas para expresarse de forma libre. La abundancia de juicios contrapuestos en páginas o emisiones de radio y televisión comunes, que hallamos habitualmente sobre conflictos como el de Gaza, es muestra de un estado saludable del periodismo español, en comparación con la realidad que afecta a muchos otros países.

No obstante, no hay empresa mediática en la que no existan unas fronteras imaginarias cuyo traspaso por parte de sus asalariados y colaboradores puede resultar inconveniente, en el ánimo de los seguidores y patrocinadores que con su apoyo hacen posible su supervivencia. Al vulnerarlas deliberadamente, se corre el peligro de incurrir por vanidad en un frívolo ritual de masoquismo, de negativas consecuencias para los trabajadores y accionistas de la corporación.

Esta necesidad de contención es aún mayor en las cadenas de titularidad estatal, donde el ideal de neutralidad y la condición de servicio público deben funcionar como llamada permanente a la cordura a todos quienes allí ejercen. No siendo estos, desgraciadamente, los exclusivos matices que encauzan la labor de sus profesionales, sometidos siempre a las presiones, más o menos sutiles, de los gobiernos de turno.

Pero no son estos los únicos motivos para no escribir o decir lo primero que a uno se le pasa por la cabeza. La prudencia a la hora de no ofender visceralmente los sentimientos y creencias de amplias colectividades, tendría que ser una máxima para todo aquél que posee la suerte de transmitir sus pensamientos a miles o millones de personas.

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