Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Fumar es un placer, cantaba Sara Montiel. Leer no lo es tanto. Sigue el tornado opinador en torno a la desafección lectora de María Pombo, influencer y repija ultraconcentrada. Quien no sepa lo que dijo la Pombo sobre los libros está de suerte por habitar en tierra ignota donde no alcanza el chantaje de Ryanair: Babia.
En la famosa estantería de la Pombo no hay libros. La ínclita arguyó lo archisabido: hay que superar el hecho de que hay gente a la que no le gusta leer y que leer no te hace ser mejor. Suscribo esto último sin el comodín de los ejemplos recurrentes (Hitler, Goebbels, Pepe Stalin y ahora Netanyahu). Haber llevado en Sevilla durante años el Club de Lectura FNAC me hizo descubrir aterradoramente que la lectura crea monstruos: el pesado que cree saber más que nadie.
La polémica de Mary de Pombo y Ribó me ha llevado a una reflexión con efecto retardo. Se ha hablado de los efectos cognitivos que procura la lectura (lo decía ayer por aquí Pablo Morillo, director de la Fundación José Manuel Lara). Pero yo me he quedado pensando en el pobre ser inanimado de la Pombo: la estantería. ¿Qué pasa con ella? Está desnuda de libros, sí. Sólo tiene alguna fruslería cuqui, sí. Pero avancemos. ¿Dónde la compró? ¿Es producto local español? ¿Ha sucumbido al entente sueco de la decoración? ¿Ha hecho patria al menos con Zara Home? ¿O tal vez, como le gusta a ella, la estantería es de estilo minimalista y cálido como todo lo que hace la marca francesa Coordooné? Dice Ana Iris Simón que la diva de Instagram es el reflejo de la idea de Pasolini: los bienes superfluos generan vidas superfluas. De ahí, por añadidura, el debate superfluo (o no) que propongo acerca de si la Pombo defiende o no lo español al decorar su morada. De no ser así sería alta traición. ¿No sonó el himno de España en su boda gitana con Pablo Castellano? Que yo sepa, Vox no ha berreado aún.
Vayamos ahora a la prosa dura. En Andalucía leemos más. Desde 2019 el índice de lectura ha subido del 57% al 62,6%. Pero la duda es razonable. La Pombo podría tener razón. ¿Somos mejores ahora los andaluces y los sevillanos en particular? Habla, silencio. Lo único que es seguro es que sí somos más imbéciles como el resto global. Lo demuestran varios estudios científicos. Y si no lean –oh sorpresa– Nuevo elogio del imbécil de Pino Aprile.
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