Pepe Pérez-Muelas: “Seguimos siendo romanos, no hemos cambiado tanto”

Pepe Pérez-Muelas | Escritor

Después de su libro ‘Homo viator’, este escritor afincado en Sevilla publica ahora ‘Días de sol y piedra’, un viaje por la geografía y la cultura italiana, pero también por el dolor, la ansiedad y otros demonios personales Eliseo Monsalvete: “Sevilla es una ciudad que da pocas oportunidades de crecer” Andrés Amorós: “De mayor me gustaría ser sevillano serio”

Pepe Pérez-Muelas.
Pepe Pérez-Muelas. / José Ángel García

Antes de asentarse en Sevilla, Pepe Pérez-Muelas (Lorca, 1989) dio no pocos tumbos por el mundo: Granada, París, Roma, Toledo... Viajero, filólogo e historiador del Arte, este escritor flaco, alto y pálido, con algo de hidalgo del Greco y que cultiva su flequillo con coquetería adolescente, enseña en el Instituto de Olivares. Paralelamente, ha empezado a labrarse una carrera literaria que dio sus primeros frutos en 2023 con ‘Homo viator. El descubrimiento del mundo a través de los viajeros’ (Siruela), donde se mezclan historia, literatura y memoria personal. Ahora, Pérez-Muelas vuelve a las librerías con ‘Días de sol y piedra. De los Alpes a Roma’, un libro mucho más íntimo en el que el autor nos cuenta su propia sanación espiritual a través de un viaje en bicicleta por una antigua vía de peregrinación de la Italia medieval. En ‘Días de sol y piedra. De los Alpes a Roma’ (Siruela ) Pepe Pérez-Muelas nos lleva por algunos de los paisajes más hermosos de la mitad norte italiana y por un puñado de personajes significativos de la cultura italiana (Pavese, Primo Levi, Verdi...), al mismo tiempo que reflexiona sobre el dolor, la espiritualidad, la ansiedad y otros fantasmas y demonios. Amante de Roma y París, se afincó en Sevilla por amor. Aquí se ha reproducido y aquí tiene su Ítaca y su Penélope.

Pregunta.–Para los de nuestra generación su ciudad natal, Lorca, siempre irá vinculada al terremoto de 2011.

Respuesta.–Los españoles hemos vivido sin saber que lo hacemos en una zona sísmica. Yo lo veo en Sevilla. Cuando observo con mis alumnos el cuadro de Santa Justa y Rufina de Murillo les pregunto por qué las mártires están junto a la Giralda. Es para aguantarla en caso de terremoto, como ya hicieron en alguna ocasión. A todo el mundo le sorprendió el terremoto de Lorca, pero lo cierto es que hubo uno muy importante en el siglo XVIII que supuso una gran devastación. El terremoto de 2011 pesa todavía en la mentalidad del lorquino, incluso no sé si decir que le ha inculcado un cierto sentimiento trágico de la vida.

P.–¿Lo vivió en directo?

R.–Yo tenía 22 años y estaba estudiando en París. Cogí un vuelo al día siguiente. El autobús nos dejó a las afueras de Lorca porque no podía avanzar más. Recuerdo la ciudad sumergida como en una niebla de polvo. Era una sensación de irrealidad. Lo que más me afectó fue ver la cara de mi padre sin afeitar. Él es una persona que siempre va pulcramente afeitado.

P.–Después de su libro sobre grandes viajeros, ‘Homo viator’, vuelve a las librerías con este ‘Días de sol y piedra. De los Alpes a Roma.’ Otra vez el viaje como materia prima.

R.–En este libro hablo mucho más de mí, es más existencial. El escenario, Italia, es importante, pero es un libro que trata temas mucho más humanos: el dolor, la búsqueda de la fe y la belleza... Volver a Italia es para mí regresar a una especie de infancia, supone encontrarme a mí mismo. No me gustaría que se me etiquetase como escritor de viajes, pero sí es cierto que Ricardo Piglia decía que solamente hay dos temas en la literatura: “El viaje y la muerte”. Si tenemos en cuenta que la muerte es un viaje a no sabemos dónde...

P.–El libro, como ya ha dicho, es también un viaje interior, pero se desarrolla en un escenario muy concreto, la Vía Francígena, una especie de Camino de Santiago que une los Alpes con Roma.

R.–Yo estaba buscando una salida a dos años muy malos de ansiedad y depresión, de un laberinto en el que yo mismo me había metido. Ya había realizado andando cinco veces el Camino de Santiago y escuché que existía esta Vía Francígena, que creí que debía el nombre a los franciscanos, aunque la realidad es que proviene de los francos. El problema era que para hacerla andando, desde el Gran San Bernardo –en la frontera con Suiza– hasta la Plaza de San Pedro de Roma tenía que dedicarle tres o cuatro meses y no tenía ese tiempo. Decidí hacerlo en bicicleta. La Vía Francígena es el viaje de vuelta que, en el siglo X, hizo el obispo de Inglaterra Sigerico de Roma hasta Canterbury. Lo importante es que Sigerico escribió ese viaje, con reflexiones y descripciones del paisaje y de los lugares donde se fue quedando... Cuando hice el viaje era una ruta muy olvidada, sobre todo en su zona más norte. Quieren hacer una especie de Camino de Santiago, pero afortunadamente no lo están logrando.

La Vía Francígena es la ruta que hizo el obispo Sigerico, en el siglo X, de Roma a Canterbury

P.–¿Por qué afortunadamente?

R.–Porque puedes hacer el viaje sin tanto merchandising ni precios inflados. Siempre me alojé en monasterios y parroquias. Hasta que no se llega a la Toscana es un camino bastante verdadero.

P.–Recuerdo esa manida frase de Pascal de los problemas del hombre se deben a que es incapaz de permanecer tranquilo en su cuarto. Se ve que usted no está de acuerdo.

R.–He vivido en muchos sitios: Lorca, Granada, París, Roma, Toledo y ahora Sevilla. Creo en esa incertidumbre que te da el viajar, el moverte, el cambiar, experimentar...

P.–El libro es un viaje geográfico, interior, espiritual... pero también es un viaje cultural. Cada capítulo tiene una especie de santo laico tutelar: Pavese, Primo Levi, Verdi, Homero, Bertolucci... Sobre todo es un viaje por la cultura italiana.

R.–En cada capítulo he pretendido hablar no solo de mis problemas y búsquedas o dar algunos apuntes históricos y artísticos, sino también bucear en las raíces que me han llevado a amar tanto a Italia. Por eso siempre intento conectar el espacio físico que estoy recorriendo con un espacio más sentimental. Cuando iba pedaleando por el Valle de Aosta era imposible que no recordase que era el escenario donde Primo Levi pasó a la resistencia, antes de ser detenido y enviado a Auschwitz. Al viaje físico le acompaña un viaje a la memoria.

P.–Una de las grandes mermas de la cultura española es que, en un momento dado, perdió esa influencia italiana que siempre le caracterizó, desde Boscán a Unamuno. La sustituyó por la anglosajona.

R.–Creo que tiene razón. Ese olvido ha afectado también a la cultura francesa. La cultura anglosajona ha sepultado completamente las referencias que antes podíamos buscar en Italia, que es un país madre que nutre a los demás. No hablo solamente del Renacimiento o el Barroco. En el Novecento tenemos también grandes ejemplos. Los españoles nos hemos vuelto un poco extraños a lo italiano. Lo único que actualmente estamos adquiriendo de este país es, quizás, lo malo: la berlusconización que está teniendo la política en los últimos tiempos, eso de convertirlo todo en un show continuo. Es verdad que la propia Italia también está huérfana de ese esplendor cultural que tenía en los años sesenta y setenta.

La iglesia más romana de Sevilla es la Anunciación. Parece que estás en Roma

P.–Hemos olvidado a Roma en el doble sentido del término, como ciudad y como civilización madre de España. Últimamente, cuesta encontrar una noticia arqueológica sobre Roma, todas se refieren a pueblos prerromanos.

R.–No sé si eso tiene que ver con el ansia actual de regionalismo, eso de ver que lo tartésico es lo nuestro y lo romano es algo foráneo. Lo mismo que puede pasar con los celtas en el norte. Hay un menosprecio de la cultura grecolatina, como si defender la latinidad fuese criticar a otros periodos. Nosotros somos romanos, seguimos siendo romanos, no hemos cambiado tanto.

P.–Ya sé que es casi un lugar común, pero las veces que he ido a Roma nunca me he sentido extranjero.

R.–Es que son muchas las referencias culturales en común. Y además está la religión católica, que nos une aunque no seamos creyentes. Roma te permite ver el origen de todo eso, del origen del arco de medio punto con el que siglos después se construyeron las iglesias románicas que hay en muchos pueblos de España. Cuando uno va a Roma y entra en el Gesù ve el origen del incienso de la Semana Santa de Sevilla. La iglesia más romana de Sevilla es la Anunciación. Cuando entras en ella parece que estás en Roma.

P.–La Odisea, el más grande de los viajes literarios de la humanidad, está muy presente en el libro.

R.–Sí, pero fue ella la que me buscó a mí en forma de personas que me encontré en el viaje y que tenían nombres como Penélope o Nausícaa. Fue una feliz coincidencia. Hay libros que están dentro de mí y uno de ellos es la Odisea. Hace diez años hubiese sido el Odiseo que se queda con Nausícaa, pero ahora siempre intento volver a Ítaca. Hoy mi Ítaca está en Sevilla.

P.–Eso se llama madurez.

R.–Sí, elegir renuncia y que no te importe.

P.–Como ya hemos dicho el libro es también un viaje interior: a sus demonios, a sus esperanzas, a ese mal contemporáneo que es la ansiedad, a sus decepciones...

R.–Es que fue la culminación de la superación de una serie de problemas de salud. El viaje es una prueba física y el dolor está presente. Soy todavía joven, pero no tanto como antes. No somos eternos. Tempus fugit Asimismo, fue una manera de ver si era capaz de aguantar la soledad absoluta.

P.–Y la religión... “A mí no me mueve la fe, sino la falta de fe”, dice en un momento dado. ¿Se puede peregrinar sin fe?

R.–Creo que sí, porque la espiritualidad está por encima de la fe. Creo que el ser humano es algo más que física, y no estoy hablando del alma. Sentí la necesidad de buscar algo, una respuesta... dejar de escuchar el silencio que me envolvía desde que tenía 13 años. Me esforcé, seguí el rito romano, dormí en los monasterios y tuve con algunos monjes conversaciones que fueron muy gratificantes y me ayudaron a encontrar cierto camino. Pero también hablé con otras personas que me mostraron una fe mojigata que para mí no tiene mucho interés.

P.–¿Mereció la pena?

R.–Sí, yo animo a la gente a hacer su viaje, a montar en bicicleta, a conocer, a no tener miedo, a descubrir y a no conformarse.

stats