La belleza sencilla de la veneración al Rosario de los Humeros
Glorias
La Virgen del Rosario ha permanecido en veneración estos días en su capilla
La priostía ha dispuesto un altar elegante y armónico
Los Humeros alerta de un posible derrumbe de su capilla si se construye un edificio de tres plantas
Mayo no es solo exuberancia y profusión; luces prodigadas en tardes inmensas, soles casi agosteños por los jardines y las fachadas... También se dispone, íntimo y quedo, ese mes de mayo recatado en la atmósfera de las capillas. Durante estos días, la Virgen del Rosario -rosa de salada primavera- ha estado expuesta a la veneración de los fieles en su capilla, que sigue precisando de nuestra ayuda y reivindicación.
Como acostumbra, la priostía de la corporación ha dispuesto un altar perfectamente ajustado y con un amplio sentido de la liturgia. El dosel, los centros cónicos de flores distribuidos en torno a las mesas y los candeleros con cinco velas... Las lámparas despuntando el fantástico retablo y, por supuesto, en el centro, la Virgen, que con su cercanía inspira devoción y contemplación en el devoto. No es solo la Madre de Dios; es toda una obra de arte que se presenta en la cúspide de su divinidad. El cetro, el Divino Infante, los rosarios cayendo con gracia sobre el regazo, más clavado en el aire que suspendido, la medialuna recogiendo los bajos del manto...
Al igual que ocurre en noviembre con el Cristo de la Paz, visitar la capilla del Rosario en la celebración de los cultos -y siempre, qué digo- es una experiencia espiritual que enriquece, conciencia y sana. Y, además, nos sirve como reencuentro con nuestro pasado. En el aire las coplillas y los campanilleros, la mañana de la Hispanidad, las varas de nardos en lo más hondo, el Simpecado abismal, los faroles acristalados en sepia... Procuren promover su devoción o, en todo caso, su reconocimiento. Aquí se halla la autenticidad que heredamos y que, constantemente, buscamos.
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