Ignacio Valduérteles
Doctor de la Iglesia y cofrade
Hace ya muchos años un padre preocupado nos pidió que acogiéramos en nuestro grupo de amigos a su hijo, que ya conocíamos de antes aunque se había apartado porque era un poco golfo. Lo acogimos. Al cabo de unas semanas el recién acogido seguía igual, pero nosotros ya apuntábamos maneras de golfos.
Al final todo se recondujo.
Situaciones como esa son inevitables a todos los niveles. Si una persona, o una institución no está atenta a las corrientes sociales, siempre cambiantes, y no se preocupa de adquirir o fortalecer los fundamentos necesarios para ordenar su conducta, es fácil enredarse en la telaraña de las culturas que se introducen en nuestra sociedad con aspiraciones de ideología única.
Hace unos años, mayo del 68, se plantaron las semillas de una revolución cultural que ahora florece en forma de un populismo, que asume el discurso de colectivos supuestamente oprimidos y conforma eso que llaman “cultura woke”.
El frente de batalla de la cultura europea queda así fijado: el relativismo y la separación entre fe y razón; su objetivo estratégico también: la reconfiguración de la sociedad mediante un intenso programa de ingeniería social.
Los objetivos más inmediatos de ese nuevo modelo social ya llevan algún tiempo implantándose: la deconstrucción de la familia; la eliminación del esfuerzo, sustituído por la cultura del subsidio que viene a igualar “por abajo”; la supresión progresiva de derechos fundamentales: a la vida, a la educación de los hijos, a la propiedad privada; la promoción de la cultura LGTBI y la libre determinación de género; la supresión, de hecho, de la separación de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial); la eliminación o tergiversación de las raíces históricas y culturales.
El resultado es una sociedad apagada, conformista mientras dejen tranquila mi hermandad. Sin nervio ni ilusión en formarse y actuar para dejar a sus hijos una sociedad mejor, más sana y estimulante, huyendo de estereotipos empobrecedores, descubriendo horizontes de libertad.
¿Puede trasladarse ése populismo a las hermandades? Sí, se traslada cuando el hermano que piensa diferente es enemigo y se levantan muros para dejarlo al otro lado; cuando en época electoral parece declararse una “guerra santa” en la que todo vale y se suspende el sentido de fraternidad; cuando las redes arden; cuando los candidatos hablan mucho y rezan poco, olvidando que los proyectos se plantean primero ante el Sagrario y luego a los miembros de la candidatura; cuando se proponen soluciones simples, más bien simplistas, a problemas complejos de los que no se conocen todos los datos; cuando el programa diseñado propone actividades, pero no objetivos ordenados en un proyecto.
Una de las manifestaciones más peligrosas de este populismo cofradiero se da cuando ante un problema, en lugar de cerrar filas, hay quien aprovecha la situación para “ganar el relato”, como se dice ahora, haciendo recaer toda la responsabilidad de ese problema en una persona, polarizando así la hermandad y buscando no el voto sereno, sino el reactivo y emotivo, que desemboca en una dictadura emocional identitaria.
Hay hermanos que se pelean por la herencia en vida de sus padres, con el consiguiente disgusto de éstos, que ven cómo cualquier incidente es excusa para empezar las hostilidades y se disgrega la familia por la que tanto lucharon. Hablando a lo humano, pienso que los titulares de una hermandad tampoco estarían muy contentos al ver cómo, cuando salta una chispa, hay quien aprovecha la ocasión para provocar un incendio, aunque luego quede tierra quemada. A lo mejor el populismo ha calado en nuestras hermandades más de lo que pensábamos.
Transcribo un mensaje que lanzó a Europa San Juan Pablo II, en Santiago de Compostela, hace unos años. En la transcripción me he tomado la libertad de sustituir la palabra Europa por Hermandad:
¡Hermandad, te lanzo un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia! Jesucristo, el Señor de la historia, tiene abierto el futuro a las decisiones generosas y libres de todos aquellos que, acogiendo la gracia de las buenas inspiraciones, se comprometen a una acción decidida por la justicia y la caridad, en el marco del pleno respeto a la verdad y la libertad".
Esa sí es una buena guía para unas elecciones.
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