El pinganillo

La nueva Normalidad (IV)

PABLO fue diagnosticado de autismo cuando tenía dos años y tres meses. Hoy es un chaval de 19 años. Nació un mañana de primavera. A los pocos días de venir al mundo sus padres lo hicieron hermano de San Bernardo, la hermandad de la familia. Con un año ya salía de monaguillo. Con dos se puso la túnica. Pablo es un chico normal. Sólo tiene una percepción de la vida diferente. Él vive en su propio universo y su relación con el exterior no siempre ha sido fácil. Pequeñas cartulinas a modo de calendario pegadas en la nevera y en su cuarto van construyendo ese cordón umbilical que le une al mundo. A nuestro mundo, porque él tiene el suyo. Ese calendario es su vida, su rutina, su seguridad. Él también arranca, como usted y yo, las hojas del almanaque a la espera de la semana más importante del año. Si a usted o a mí nos ha costado trabajo asimilar que durante dos años no hemos visto pasos en la calle, ¿se imagina lo que ha supuesto para Pablo?

Porque la Semana Santa, las cofradías, forma parte de su vida. Una parte muy importante. Le da seguridad, la de saber con absoluta certeza que cada Miércoles Santo un Cristo clavado en la cruz, bajará por la rampa de la parroquia de su barrio, a la misma hora que lo hace cada año. Y se sabe su itinerario, el de su cofradía y la de usted. De todas. Y se emociona como nosotros. A su manera. Dibuja imágenes de vírgenes y hace cruces con todo lo que encuentra. Con dos palitos, con los legos, con los lápices de su estuche... ¡Y allí está Dios! ¡Tiene tantas maneras de manifestarse! San Mateo decía: “Donde están varios reunidos en mi nombre allí estoy yo. En medio de ellos”.

Dios va con Pablo. Siempre. Desde hace varias semanas lo visita con insistencia. Va al centro y reza en todas y cada una de las iglesias. Reza un Padrenuestro, un Avemaría y suelta su discurso, su petición, como una letanía, como un ruego, como una invocación, como una súplica: “Te pido, Señor, que no llueva el Domingo de Ramos, ni el Lunes Santo, ni el Martes Santo, ni el Miércoles Santo, ni...”. Y así hasta el último día. Se llama Pablo y es un ser muy especial.

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