A punta de bisturí

Adolfo López / Médico y ex hermano mayor del Cerro del Águila

Va por ti, amigo

Ahora lo entiendo, tú siempre has mirado la vida de frente, has asumido la enfermedad como tantos esperan en el coso del Baratillo al astado, consciente de lo que podía venir, pero sin perderle la cara al animal, y nos has dado toda una lección de cómo hay que marcharse de este mundo

Elogio de Ignacio Pérez Franco

Ignacio Pérez Franco.
Ignacio Pérez Franco. / D. S.

09 de febrero 2025 - 17:18

Cómo has dejado al personal, amigo mío. Tantas veces lo hemos hablado, lo traicionera que puede llegar a ser la enfermedad, y el desgaste que tiene a nivel personal y por supuesto a los tuyos. Estar tantas noches de hospital enchufado a una vía por la que te entra ese veneno que mata y da vida a la vez, para permitirte que hicieras lo que más te gustaba, que no era otra cosa que ir a sus plantas en la calle Adriano, a darle las gracias…sí, las gracias, y a pedirle que cuide de tu gente cuando ya no estuvieras, que sólo Ella sabía cuando te llevaría en ese sudario en el que sólo se posan sus hijos predilectos y en el que ya has querido por fin descansar.

Todavía recuerdo cuando bajo las trabajaderas de nuestra "Madre Morena" del Arenal discutíamos por la excesiva alegría de las marchas que le tocaban aquellos Miércoles Santo, en los que Rafael, con el que seguro ya te has echado alguna tertulia, daba rienda suelta a la algarabía, y te indignabas cuando en aquella bendita locura el palio daba paso atrás. Ahora lo entiendo, tú siempre has mirado la vida de frente, has asumido la enfermedad como tantos esperan en el coso del Baratillo al astado, consciente de lo que podía venir, pero sin perderle la cara al animal, y nos has dado toda una lección de cómo hay que marcharse de este mundo.

Tu siempre fuiste de frente con los tuyos, tu familia de sangre y la azul baratillera, por el amor inculcado de ese otro veneno que te administró tu padre también por tus venas, entregando toda tu vida por ellos, en tu casa y en la hermandad, dos dinteles de un portal casi inexistente porque nunca se supo donde empezaba el uno o acababa el otro, pues fueron las de enea de la Capilla las sillas que más te acunaron sin duda en toda tu vida.

De frente, siempre de frente y con la muleta al natural citaste a Sevilla y su Semana Santa, ay amigo, tantas tardes que debatimos sobre sus problemas y la falta de valores y personalidad que la tienen secuestrada, cautiva del turismo y rehén de Palacio. Que sí, que lo sé, pero no es momento hoy de ese debate, ya dejaremos para otras entregas lo del fracaso de quienes dirigen los designios de nuestras hermandades en la gestión del reparto de las subvenciones, y me tendrás que ayudar, que siempre fuiste un referente para mí con tus criterios. Puedo asegurarte, amigo mío, que si aquel grupo de elegidos del que formabas parte tras la cruz de guía de San Lorenzo, no os hubieran vendido por veinte monedas aquel año, seguramente en estos días estaríamos hablando de otra historia, otro relato, otra Semana Santa. Pero hoy esto va de ti, hoy esto “vapor ti, amigo”, para decirte hasta luego y por supuesto muchas gracias por ser como eres.

De frente asumiste tu compromiso como cristiano y de frente miraste a la Iglesia, de frente citaste a Sevilla y le sacaste lances de ensueño en aquella mañana en tu barrio sobre el atril de la verdad, para pregonar al respetable que tu corazón viste de azul y le palpita al amor de dos Madres, pregón que tantas veces te pregunté con sorna cariñosa que si lo habías acabado ya. Siempre fuiste tú, buen y gran hombre de fe, siempre fiel y leal a tus principios, y defensor incondicional de tus preceptos, tu vida, tu hermandad, tus hijos y tu amada compañera en tu viaje, Inmaculada.

Te voy a echar de menos amigo, cada miércoles frente a tu Madre casi de forma instintiva te buscaré junto a tu hermano y amigo Piñero, echaré de menos al Pérez, que así te llamamos por aquí porque hay más Ignacios bajo la parihuela de traslado con tu mano en mi hombro al son de Rosario Macareno o Caridad del Guadalquivir, como tantos años bajo sus trabajaderas. Cuídate, hermano, y agárrate fuerte a ese brazo que te tiende el Cristo de la Misericordia para que vayas junto a Él, y fundirte en ese fraternal abrazo con tu madre morena que te espera dando esa “chicotá eterna” de la Avenida celestial. Disfruta de tu estancia entre Ellos, ya te llamaré para seguir con nuestras charlas, y para que me cuentes que la vida aquí ha merecido la pena, que como en las pelis, al final ganan los buenos, porque si es así, tú ya has ganado.

Hasta siempre, Ignacio.

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