Adiós al Conde de Jimera de Líbar
Obituario
El autor destaca la figura de Juan Guaridiola Pasqual del Pobil, fallecido en agosto
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Hoy las tierras de Zarracatín están impregnadas de tristeza; los pájaros de su laguna dibujan señales de luto con su aleteo en el cielo utrerano y el espíritu de los toros bravos que otrora pacían en aquellos pagos muge de pena.Y es que Juan Guardiola Pasqual del Pobil se ha ido al Cielo para mejor ayudar a quienes más quiso en la tierra.
Pocos amantes de la tauromaquia más entregados que Juan ha habido en España y en las Españas de ultramar, en particular en su querido México en el que tanto disfrutó. Gran entendido que se crió entre los toros de su Casa y fue también un gran aficionado a las faenas de campo de las que disfrutaba como el primero. Ha sido también un más que notable garrochista y galguero. Una persona con una vitalidad única que ni siquiera su larga enfermedad pudo difuminar.
Pero lo más definitorio de Juan ha sido la lección que nos ha dictado durante los siete años largos que ha durado la enfermedad que le ha quitado la vida. Qué señorío y dominio de sí mismo ante el infortunio, qué sometimiento más disciplinado a los médicos, qué temple para sobrellevar las penalidades hasta el final, qué coraje para encarar lo inevitable, y es que Juan, que tenía un sentido trascendente y cristiano de la vida, se aferró a su devoción por el Gran Poder, a sus devociones marianas del Rocío, Consolación y Guadalupe y a Sor Ángela y abrazó su cruz con fuerza, sin aliviarse, con virilidad torera, aceptando con los pies clavados en tierra lo que la Divina Providencia dispusiera, sin descomponer la figura ante lo que tenía que venir. Qué gran faena nos ha regalado Juan.
Dios no le ha concedido a Juan una vida larga, pero sí le ha brindado el concurso de dos mujeres fuertes de la Biblia: su mujer y su madre. Qué meditación ver cómo las dos han ayudado a Juan hasta el final sin el menor suspiro, sin desmayo, con el mayor arrojo, enseñando a todos cómo se obedece la Voluntad de Dios y dulcificando los rigores de la enfermedad. Ambas nos han dado otra lección magistral asumiendo su muerte en la inteligencia de que Dios sabe más.
Bienaventurado eres, Juan, porque has vivido casi sesenta años con plenitud, disfrutando sanamente de la vida, sin arredrarte ante la adversidad, recibiendo en tu ocaso el mucho cariño que tenías depositado en tu familia y en tus amigos y una vehemente voz interior me grita que nuestra Madre del Cielo ha salido a recibirte con amor a los umbrales de la Celeste Puerta y que ya estás disfrutando de la otra vida que Dios tiene preparada para los buenos.
Un abrazo enorme de los que aquí quedamos, querido cuñado, agradeciéndote tu grandeza por todo lo que nos has enseñado en tu despedida terrena.
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