La apuesta constante por el desarrollo

Abengoa es en el siglo XXI una de las multinacionales españolas de mayor proyección mundial que ha basado su crecimiento en el desarrollo de nuevas tecnologías.

Rafael / Salgueiro

14 de enero 2015 - 01:00

ABENGOA, un acrónimo de varios apellidos, fue presidida por don Javier durante cincuenta años, hasta 1991. Comenzó en los años en los que se desarrolló la electrificación y la industria en España, adquiriendo con el tiempo una de sus señas de identidad: su extraordinaria capacidad en ingeniería energética, campo en el que es uno de los referentes mundiales, pero no es el único en el que destaca. Siempre ha llamado la atención la vocación internacional de esta compañía, casi un jugador solitario en el exterior durante mucho tiempo, que sólo puede explicarse por la confianza en sí misma y porque las buenas soluciones técnicas lo son en cualquier lugar del mundo.

En el campo de la energía Abengoa es reconocida no sólo por sus capacidades en infraestructuras, sino, sobre todo, por hacer avanzar la tecnología. Los mejores progresos habidos en el aprovechamiento termosolar se deben a ella (el principal centro de investigación del mundo se encuentra a escasos kilómetros de Sevilla), al igual que los progresos en la producción de biocombustibles (producen ya biocombustibles de segunda generación e investigan el aprovechamiento de residuos urbanos) e incluso en las líneas de transmisión de energía eléctrica (como la línea de transmisión en corriente continua tendida en Brasil).

El espíritu de emprendimiento de esta compañía es lo que les lleva a destinar recursos ingentes a nuevos desarrollos técnicos y a ser capaces de transformarlos en negocio una vez que han demostrado su viabilidad técnica y comercial. Pero también es este espíritu lo que les permite orientar su trayectoria una y otra vez, desprendiéndose de negocios maduros para financiar nuevas actividades (o para contentar a los analistas financieros), como sucedió con su importante actividad de gestión de residuos peligrosos, iniciada a principios de los noventa, o con el negocio de ingeniería electrónica, Telvent, vendida hace pocos años. Un precedente había sido ya la venta de sus activos y proyectos de generación eólica, lo que le proporcionó los recursos necesarios para introducirse en el entonces -y todavía- novedoso campo de los biocombustibles.

No es ajeno al éxito de Abengoa que haya existido una compañía eléctrica con sede en Sevilla, con actividad en generación, transporte y distribución; ni tampoco que exista una excelente Escuela de Ingeniería, uno de cuyos distintivos es precisamente la energía eléctrica y con la cual mantiene una relación casi simbiótica en beneficio mutuo. Abengoa es el mejor y más importante exponente, pero no el único, de que Sevilla es una ciudad de Ingeniería: uno de cada cien residentes cursa estudios de Ingeniería Superior. Y son escasos en el mundo los centros de trabajo que reúnen tal cantidad de talento ingenieril como la sede de Palmas Altas.

Es cierto que parte del negocio futuro de Abengoa depende de la posición institucional y social ante la descarbonización de la economía, bien en forma de limitación de emisiones o en forma de apoyo a la generación y a los combustibles renovables. Es también cierto que la creciente abundancia de combustibles fósiles y su abaratamiento no le favorecen. Pero es más cierto todavía que la mayor parte de sus ingresos proceden de actividades de ingeniería, de construcción de plantas industriales y de negocios concesionales cuyo futuro no está afectado por los factores mencionados. Y, por mencionar sólo un hecho, su presencia en las redes de energía de América Latina le asegura un papel importante en la integración que allí se va a producir, que será precisamente la de las infraestructuras energéticas.

Pero, en definitiva, la creación de don Javier, continuada por sus hijos varones Felipe y Javier, ha ido mucho más allá de llegar a ser una empresa internacional de primera fila. Es una institución de la que los sevillanos deben sentirse orgullosos, porque demuestra algunos de los mejores valores de nuestra sociedad. Y también alguno, el de la discreción, que debería estar más extendido entre nosotros.

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