Un rayo de frágil esperanza
Un misionero sevillano, José Javier Parladé, ayuda a reconstruir el Sur del Sudán tras una larga guerra
Desde que llegó al Sudán en 1970, José Javier Parladé siempre ha vivido "la guerra". Un conflicto que, desde que el país africano se independizó de Inglaterra en 1956, no ha dejado de asolar a su población. "He conocido a muchos que habían perdido la esperanza. Habían nacido con la guerra y pensaban que morirían con ella. No veían solución", recuerda este misionero comboniano, que sin embargo ve como ahora ven una luz con la frágil paz que se ha instalado en la zona donde trabaja, Yirol, en el sur del país.
Tras salir del seminario y entrar en la orden de los combonianos, José Javier eligió ser misionero en el Sudán "porque era un lugar difícil, y como era joven, me gustaban los retos. Aunque no tener que seguir estudiando". En su caso, la lengua árabe, que aprendió durante dos años en Siria.
El conflicto que vivía el país, asegura, no es "como se dice por causas religiosas, porque allí las distintas religiones se llevaban muy bien. Era el de una minoría árabe que quería convertir el Sudán en una República Árabe sin serlo, porque más del 50 por ciento de la población era africana, los querían arabizar y ellos no se dejaban. Es cierto que el fundamentalismo trajo otro ambiente. Antes, en el norte, ibas en un autobús y la gente era amable. Ahora existe hostilidad por el hecho de ser cristiano o simplemente extranjero".
Este sacerdote sevillano, miembro de una familia de quince hermanos, es reacio a hablar de las atrocidades de las que ha sido testigo, o incluso las presiones -amenazas, detenciones, expulsiones...- que ha sufrido en su propias carnes. Pero sí deja claro que la guerra dejó el país en un estado de miseria no sólo física. "En donde yo vivo, la gente vivía en el bosque, escondida. Allí perdían gran parte de su cultura, se encerraban en la tribu, se tribalizaban", explica.
Es por ello que a él le pareció especialmente importante ofrecerles un rayo de esperanza a través de la educación. Comenzó así a crear pequeñas escuelas, al principio debajo de árboles, e iba de poblado en poblado organizándolas. Llegó a crear una red de 27 escuelas con 260 maestros, todos ellos voluntarios. Ahora, el gobierno de los antiguos combatientes del SPLN, que desde el tratado de paz de 2003 tiene el control del sur, debe asumir esas escuelas y pagar a los maestros, que quieren cobrar.
"Vivimos un momento muy bueno, de gran esperanza, aunque la paz sea muy frágil", afirma José Javier. Gracias a la cooperación de asociaciones como Amsudán (www.amsudan.com) y otras italianas, ya se han construido edificios de escuelas, como la que tiene junto a su casa, con 23 aulas para 1.800 alumnos". Pero queda muchísimo por hacer.
Porque hay hambre, "claro que sí". Y una absoluta falta de infraestructuras. "Para enviar una carta, tienes que echarla en Kenia". Las enfermedades como la malaria o la ceguera asolan la población que apenas cuenta con médicos, aunque se está construyendo un hospital. Y ni siquiera hay censo, con lo que difícilmente podrá realizarse el referéndum de separación previsto para el 2011, del que depende el futuro de la paz.
Los peligros para ésta no son pocos, e incluso medidas, como la orden de la Corte Penal Internacional de detener al presidente del Sudán, Omar Hassan al Bash, por crímenes de guerra en Darfur, "que son buenas porque son un ejemplo para los dirigentes, puede tener consecuencias graves para la paz porque no lo van a entregar".
En el trasfondo de todo está el petróleo, "que es la causa de la guerra en Darfur", la causa por la que el norte árabe no va a dejar ir tan fácilmente el sur y lo único que interesa a potencias extranjeras como China.
Frente a esos intereses, está la orgullosa independencia de los denkas, una tribu de pastores altísimos -el gigante de la NBA, Manute Bol, es sobrino de un amigo de José Javier-, generosos hasta el extremo y celosos de su cultura. "Si no fuera por ellos, muy probablemente el norte hubiera dominado al sur", afirma el misionero.
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