Sevilla FC

Hacia un epílogo tranquilo: la grata distensión

Julen Lopetegui, relajado durante una sesión de esta semana.

Julen Lopetegui, relajado durante una sesión de esta semana. / Juan Carlos Vázquez

Las emociones fuertes quedaron para los meses de febrero y marzo y, todo lo más, para esa semana que fue de abril a mayo en la que el Sevilla soñó con la proeza inimaginable. Pero falló con la espada ante el Athletic en casa y quemó sus naves antes de aquel gol de rebote de Hazard en Valdebebas. Ahora, el equipo de Julen Lopetegui y el sevillismo se aprestan a vivir un cierre tranquilo para una temporada que, curiosamente, aún puede terminar siendo histórica: el récord de puntos lo tiene en su mano, a tiro de un triunfo. Y el tercer puesto también... siempre que el Barcelona pierda hoy en Ipurua.

Antes de que pueda ponerle esa guinda del récord de los 77 puntos se hace complicado hacer un balance de una temporada que ya tiene tintes históricos: el logro de clasificarse para la Champions con cinco jornadas de antelación ya lo es. También haber estado cerquísima de otra final, la de la Copa de Rey, antes de aquel gol de Piqué en el minuto 94 –el mismo minuto que el empate del Real Madrid– tumbara al Sevilla más agotado físicamente o anímicamente del curso. Y mucho más etéreo es valorar lo conseguido a priori sin saber aún si el Sevilla terminará cuarto, la posición en la que ha estado casi toda la temporada, o será tercero si el Eibar le hace el favor de despedirse de la Primera División dándose el gustazo de vencer a un Barcelona que sólo juega por el honor y que tendrá el ánimo por los suelos tras tirar una Liga que tuvo en su mano.

El sevillismo quiere despedir también al equipo y agradecerle un año que aspira a tener un hueco importante en la historia de un club acostumbrado a las grandes gestas. Ahí está el llamamiento de la sección más radical y animosa de la afición para realizar una concentración de despedida en la explanada de Gol Sur desde dos horas antes del partido. Será una celebración enlatada, y no sólo por los condicionantes de las medidas restrictivas de la pandemia, sino por la realidad de que deportivamente ya tiene poco que decir el equipo de Lopetegui.

Nada que ver con las emociones fuertes de otros años precedentes, con aquel gol de Mbia en Mestalla que significaba una final europea tras varios años sin tocar plata, por ejemplo, del que ayer se cumplieron siete años. Nada que ver tampoco con la epopeya alemana de este mismo equipo hace menos de un año, en agosto, con las gestas consecutivas ante Roma, Wolverhampton, Manchester United, nuevo finalista de la Europa League, e Inter, actual campeón de la Serie A. Es como si el sevillismo estuviese ya tan acostumbrado al sabor férreo de la plata que lo echara de menos pese a las nuevas proezas de su equipo. Pero es hora de valorar en su justa medidas estas proezas.

Porque el logro del Sevilla es haber terminado cuarto jugando Champions y después de un año interminable que empezó en septiembre con la Supercopa de Europa y después de haber tenido una o dos semanas de vacaciones para los jugadores. A Lopetegui le gusta poner el índice en esta llaga porque sabe lo que hay detrás de tanta tensión competitiva, de tanto desgaste físico y anímico sin resuello. De hecho, su equipo se liberó en el parón de marzo y regresó a la competición más cohesionado, con más confianza. Hasta parece que se le quedó algo corta la Liga...

Que Lopetegui tenga a todos sus hombres disponibles para este esperado cierre, salvo los sancionados Acuña y Diego Carlos, es de un mérito impresionante, que corresponde tanto a su buena gestión como a la de sus preparadores físicos, Óscar Caro y Pepe Conde, a los que ya elogió el guipuzcoano tras ganar en agosto la Europa League. Y ahora les llega a los futbolistas el turno de disfrutar de esa despedida relajada, gustándose, dándoles cariño a los que no volverán a vestir la camiseta del Sevilla. Son las ventajas de una despedida distendida, pero que aún puede ser histórica.

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