Sevilla FC

Sevilla FC: La gestión de la crisis total

Monchi se dirige a los 600 aficionados sevillistas tras el Almería-Sevilla.

Monchi se dirige a los 600 aficionados sevillistas tras el Almería-Sevilla. / M. G.

Son momentos de estar juntos. Cierto. El tópico futbolero viene perfecto para el Sevilla de hoy. Y son momentos también de hacer una reflexión profunda en medio de la mayor crisis desde el regreso de Monchi en 2019. Lo del Covid fue general, no propio, he ahí la diferencia. José Castro, entonces sin José María del Nido Carrasco como vicepresidente primero, ya lidió con otro momento muy bajo, tras la goleada del Barcelona en la final de la Copa del Rey de 2018, que acabó primero con la destitución de Óscar Arias y luego con la de Vincenzo Montella. En ambos casos salió Joaquín Caparrós como apagafuegos. Eran otros tiempos.

Ahora la crisis se ha convertido en una tormenta cuando apenas ha comenzado el cuarto capítulo del proyecto de Monchi y Lopetegui. Y muchos ya piden que se deshaga esa sociedad que se dio en continuar por las circunstancias en la primavera pasada. De aquellos lodos, estos polvos. Pero, ¿es el momento de hacerlo, con la planificación por concluir y las visitas de Barcelona y Manchester City como espoletas para que la bomba estalle a tiempo?

En junio tuvieron la oportunidad las partes de dar por cerrado el ciclo. Pero pesaron más los fríos números, los malditos y engañosos números. Y la presunta garantía de que el técnico guipuzcoano es el único que ha logrado clasificar al Sevilla, vía Liga, importante matiz, tres veces seguidas para la Champions. 

Mensajes equívocos

Hay algunos fallos en los mensajes. Por ejemplo, alguien debería matizar eso de que es "el mejor momento de la historia del club". En junio se cumplieron 15 años del que sí pudo ser el mejor momento histórico del Sevilla, la Copa del Rey ganada al Getafe en aquella manifestación del sevillismo en el Santiago Bernabéu con 80.000 sevillistas plenamente identificados con su equipo en Madrid, dos meses antes de que la muerte de Puerta cortocircuitara el éxtasis de la Supercopa de España, previo a la fuga de Juande Ramos. Aquello fue una crisis absoluta, en una perspectiva amplia, pero una crisis de otra índole.

Otro ejemplo de mensajes exagerados: alguien debería recordar desde el club, por cierto, que el Sevilla sí ha jugado antes tres veces consecutivas la Champions, entre 2015 y 2018, en medio del trienio argénteo de Unai Emery y la aventura frustrada de Jorge Sampaoli, al que se le cruzó Argentina igual que a Monchi se le cruzó al mismo tiempo la Roma. Ambos dejaron el Sevilla en 2017. Pero aquellas crisis quedaron atrás y ahora toca gestionar la más paradójica de la historia del club.

Y es paradójica porque llega tras otro título europeo y tres clasificaciones consecutivas para la Champions. Y sobre todo porque, de pronto, hasta el intocable Monchi –su arenga a los aficionados sevillistas en Almería pareció un SOS desesperado– es objeto de las críticas más aceradas por su gestión durante las dos últimas temporadas, después de la encomiable revolución que llevó a cabo en la primavera de 2019, cuando regresó al club de la mano de Castro para poner orden en la casa. Y vaya si la puso, con su arriesgada apuesta por Lopetegui y dándole la vuelta como a un calcetín a la plantilla: Bono, Diego Carlos, Fernando, Koundé –su gran apuesta–, Ocampos, Reguilón, Joan Jordán, luego Suso... En-Nesyri, Rakitic, Papu... Y de pronto, el apagón.

Salvo algún acierto aislado como Acuña, Monchi fue permitiendo que la plantilla no se fuera renovando adecuadamente a base de yerros que dieron continuidad al de Rony Lopes y el necesario rejuvenecimiento dejó frustraciones en los casos de Óscar Rodríguez e Idrissi mientras De Jong dejaba una curiosa huella de liviana nostalgia cuando fue el héroe del éxito de Colonia y el que mejor se adaptó como referencia ofensiva al sistema de Lopetegui.

La falacia numérica

Ahí ya hubo un cisma entre el técnico y una afición que, a regañadientes, iba aceptando la premisa de los objetivos cumplidos, esa media verdad... ¿O es una falacia?

Ahora, con una plantilla a la que le faltan piezas en casi todas las líneas y particularmente en un centro del campo sin fibra ni calidad física para competir en Europa –el ridículo en la Champions la pasada campaña tuvo continuidad en la Europa League y el calendario mete miedo–, ya nadie cree en los números porque éstos son los que son: 29 partidos en 2022, 10 triunfos, 12 empates y 7 derrotas.

Pero es que, además, entre los objetivos de los responsables técnicos de un club de élite, léase Lopetegui y Monchi en este caso, está construir un equipo que sea atractivo para el aficionado. Y al Sánchez-Pizjuán cada vez acude menos gente, pese a que está en el tope de abonados con asientos, que una cosa es la lealtad incorruptible y otra aguantar un tostón una tarde sí y otra también... ¿O eso no es un objetivo medible?

El mal de fondo

Al menos, Lopetegui ya ha identificado el problema como algo mental, con su afortunada metáfora de la mandíbula de cristal. También Bono puso el dedo en la llaga de lo mental. Un problema que deriva de la pésima trayectoria del equipo y de los duros palos consecutivos en la Champions, la Copa, la Europa League y la forma en que terminó, pidiendo auxilio, en la Liga.

Y en la cúpula del club deberían entender que lo mental, lo que no es meramente dato objetivo, también cuenta. Y que las malas sensaciones que había en la primavera pasada, quizá desde la mala gestión del asunto del asta de bandera que impactó en Joan Jordán, son respuestas del cerebro no cifrables en Big data que valga. Ahora, en la tercera jornada de Liga, parece que muchos aficionados y críticos tenían razón...

Sea como fuere, Lopetegui o Monchi deben arreglar un entuerto muy gordo. Porque la plantilla, aún sin cerrar, tiene muchos defectos y parece hecha a la imagen y semejanza de Lopetegui, pero sin la capacidad para mantener la presión arriba, que estaba en su vademécum original, ya casi olvidado o reducido a las primeras partes, por la falta de calidad física de una plantilla que ha envejecido mal. Ésa es la situación y ahí es donde hay que meter el bisturí. Y la incógnita es si bastaría con relevar al entrenador. Vaya lío.

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