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El telescopio Webb identifica la supernova más antigua jamás detectada

El observatorio espacial ha confirmado el origen de un estallido de rayos gamma producido cuando el universo tenía apenas 730 millones de años y ha logrado, por primera vez en un caso tan remoto, detectar la galaxia donde explotó la estrella.

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Esta ilustración representa la supernova GRB 250314A en el momento de la explosión y tres meses después, cuando Webb la observó. / NASA, ESA, CSA, STScI, L. Hustak (STScI)

El 14 de marzo de 2025, una alerta enviada por el satélite franco-chino SVOM puso en marcha una carrera internacional para comprender un estallido de rayos gamma extraordinariamente lejano.

Meses después, el telescopio espacial James Webb, un proyecto conjunto de la ESA, la NASA y la CSA, ha verificado que aquel destello procedía de la muerte explosiva de una estrella masiva de tipo supernova y ha permitido identificar su galaxia anfitriona, lo que convierte este evento en la supernova más temprana conocida y abre nuevas vías para estudiar la infancia del universo.

Una carrera científica contra un destello fugaz

Cuando el universo apenas despuntaba -730 millones de años tras el Big Bang- una estrella masiva llegó a su fin con un estallido tan violento que su luz ha cruzado más de 13.000 millones de años hasta alcanzar hoy nuestros telescopios.

Ese destello, registrado en marzo de este año como un estallido de rayos gamma excepcionalmente brillante, ha permitido al telescopio espacial James Webb identificar la supernova más antigua conocida hasta la fecha. Y, por primera vez en un evento tan remoto, el observatorio ha logrado detectar también la galaxia anfitriona en la que explotó el astro.

Una supernova estirada por la expansión del cosmos

La historia comenzó el 14 de marzo de 2025. El satélite franco-chino SVOM -especializado en fenómenos breves y energéticos- lanzó la primera alerta: un estallido intenso procedente de un punto extremadamente lejano del cielo. En solo hora y media, el observatorio Swift de la NASA acotó con precisión la posición de la fuente en rayos X, lo que abrió la puerta a una carrera internacional para analizarla desde todas las longitudes de onda posibles.

Once horas después, el Nordic Optical Telescope, en las Islas Canarias, localizó su resplandor óptico en el infrarrojo, un indicio de que podía tratarse de un objeto situado en los confines del cosmos. Solo cuatro horas más tarde, el Very Large Telescope del Observatorio Europeo Austral (ESO), en Chile, confirmó la sospecha: la señal correspondía a un evento ocurrido cuando el universo tenía menos del 5% de su edad actual.

Supernova GRB 250314A / NASA, ESA, CSA, STScI, Andrew Levan (Radboud University)

Los estallidos de rayos gamma -los GRB, por sus siglas en inglés- son raros y breves. A veces se producen por la fusión de objetos extremos como estrellas de neutrones. Otros, como este, más prolongados y de unos diez segundos de duración, se asocian al colapso y muerte explosiva de estrellas muy masivas.

Lo peculiar esta vez no era solo la distancia, sino la evolución posterior del fenómeno. Mientras que una supernova típica crece en brillo durante unas semanas antes de atenuarse lentamente, en este caso la curva de luz se estiró durante meses. La expansión del universo, que estira la propia luz, también dilata la percepción temporal de lo ocurrido.

Con esa pista en mente, el equipo científico solicitó una observación de emergencia al telescopio Webb, diseñada para ejecutarse con rapidez. Tres meses y medio después del estallido inicial, cuando se esperaba que la supernova alcanzara su máximo brillo, el observatorio apuntó hacia el punto exacto. Y confirmó lo que hasta entonces solo eran indicios: la fulguración procedía efectivamente del estallido de una estrella masiva.

"Solo Webb podía mostrar de manera directa que esa luz corresponde a una supernova, al colapso de una estrella", explicó Andrew Levan, autor principal de uno de los estudios sobre el hallazgo (publicados en la revista científicaAstronomy and Astrophysics). El resultado no solo rompía el récord previo del propio Webb -que había identificado otra supernova situada cuando el universo tenía 1.800 millones de años-, sino que demostraba que aún es posible aislar estrellas individuales en una época extremadamente temprana.

Semejanzas inesperadas con explosiones estelares modernas

El análisis posterior trajo otra sorpresa. Cuando los investigadores compararon esta supernova primitiva con las explosiones estelares que conocemos en nuestro entorno cósmico, descubrieron que se parecían mucho más de lo esperado.

En los primeros cientos de millones de años, las estrellas vivían vidas distintas: contenían menos elementos pesados, eran más masivas y evolucionaban más rápido. Además, lo hacían en pleno periodo de reionización, cuando el gas intergaláctico bloqueaba gran parte de la luz energética. Aun así, el espectro de esta supernova parece casi calcado al de sus equivalentes modernas.

"Fuimos con la mente abierta", reconoció el astrofísico Nial Tanvir, coautor del trabajo. "Y, sorprendentemente, Webb mostró que esta supernova se ve exactamente igual que las actuales". Para entender por qué, harán falta más datos que permitan detectar diferencias sutiles.

Un vistazo excepcional a una galaxia recién nacida

Quizá el hito más inesperado de la observación fue la posibilidad de vislumbrar la galaxia donde ocurrió la explosión. A tal distancia, la luz de ese sistema se reduce a unos pocos píxeles rojizos -enrojecidos por el corrimiento al rojo producido por la expansión cósmica-, apenas un borrón.

Pero su mera detección constituye un avance sustancial. Según explica el investigador Emeric Le Floc'h, este punto difuso parece encajar con otras galaxias jóvenes del mismo periodo cósmico. Cada nueva observación ayudará a reconstruir cómo eran estas primeras estructuras y cómo se formaron las estrellas que, al estallar, iluminan fugazmente la infancia del cosmos.

El hallazgo forma parte de un programa de observación rápida del Webb, que seguirá rastreando estallidos similares para convertir esos destellos fugaces en ventanas para estudiar las primeras galaxias. Como explica Levan, el resplandor posterior a los estallidos de rayos gamma ofrece un "identificador" natural del entorno en el que se producen. Captarlo con el Webb permitirá no solo estudiar la física extrema de las supernovas, sino también reconstruir, píxel a píxel, el rompecabezas de nuestro universo más temprano.

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