La ciudad y los días
Carlos Colón
Montero, Sánchez y el “vecino” Ábalos
Primera corrida de toros de la Feria de San Miguel
Arrancaba la Feria de San Miguel que más expectación de cuantas se recuerdan ha despertado y con ese cartel de ‘no hay billetes’ que siempre justifica una planificación como es debido. La baja de José Mari Manzanares era resuelta satisfactoriamente por Ramón Valencia con la inclusión de la gran revelación de la temporada, ese David Miranda que atesora triunfo por actuación y que tuvo el honor de haber sido el único coletudo que atravesó la puerta soñada en hombros en la pasada Feria. La faena a Hojalatero, el sexto de la potable corrida del Parralejo fue el salvoconducto para que David de Miranda encontrase el pasaporte al estrellato.
Y el onubense hacía el paseo con dos de los toreros que en estos momentos más interesan a la afición sevillana. Dos ojitos derecho en la Maestranza y que siempre dejan esa rara virtud que es la de querer verlos nuevamente y mientras antes, mejor. Tarde, por tanto, de expectación que no siempre iba a ser correspondida por el irregular juego de un hierro tan cotizado como el de Victoriano del Río, que envió un lote con abundancia de cinqueños y que apenas colaborarían con lo que proponían sus matadores.
Pero saltémonos el orden cronológico y vayamos de cabeza a un suceso acaecido en el segundo toro de la tarde, el primero de David de Miranda. Se llamaba Maleado, cinqueño y negro de capa con el que el onubense se lució en un recibo de verónicas de pata p’alante. Acababan de dar la siete las campanas de la Giralda y en esto que irrumpe un torero para hacer levitar a la Maestranza. El torero era Pablo Aguado, que entraba a quitar con todo su derecho. Y se acordó de la Alameda y de aquel genio que fue Manuel Jiménez Chicuelo para homenajearlo con un ramillete de chicuelinas como hacía años que un servidor no veía. Chicuelinas de giro a cámara lenta en la cara del toro que pusieron a la plaza en pie. Era una tarde en la que se preveía un lucido toreo de capote, pero esas chicuelinas de Pablo...
Todo empezó en Juan Ortega y su mala suerte en los lotes, para dar la impresión de que quiere más que puede. Y es que el toreo que sueña es tan difícil. Con Ebanista lo intentó mediante llevarlo a media altura, el toro no tenía mal embroque pero salía a cabezazos. Lo mató de estocada fulminante y a esperar al cuarto. Que se llamaba Bocinero y que se compenetró con Juan para que su toreo único brotase con hondura y sólo que la espada estaba pelín desprendida le privó de la segunda oreja.
David de Miranda salió como suele, a bayoneta calada, febril con el capote variado de verónicas trufadas con saltilleras y faena encimista y con valor auténtico que le valió una oreja de Maleado y un puesto preferente en la Feria venidera. Con el segundo fue de más a menos, pues se amontonó tras haber acertado con la distancia.
Pablo Aguado estuvo muy por encima de su lote. Con su torería y naturalidad, tras el portentoso quite por chicuelinas estuvo en su línea de sevillanía bien entendida. Al burraco Duplicado lo mató de una gran estocada, mientras que, tras una lección de torería con Casero se atascó con la espada, pero dejando muchas ganas de volver a verlo. Es lo que tiene la calidad.
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